98 REPERTORIO AMERICANO da culminante. Mientras otros escritores europeos y americanos sólo vieron con temblor de piernas en algún caso, la pólvora y la sangre, Pablo penetró, con sus milagrosas entendederas líricas, la intención de pólvora y la razón de la sangre. Su vieja ternura descaminada, su visible fuego soterrado, encontraron en el ímpetu inmedible de los campesinos y trabajadores de España ocasión singular e inesperada. Los himnos españoles de Neruda tienen el gusto del hallazgo feliz aun cuando estén diciendo la peripecia trágica. El hombre en espera que hay en todo poeta grande salía al encuentro de su más ancha medida.
Si el Don Juan clásico vió en España su propio entierro, Neruda vió en España su mejor nacimiento. Bien está así, porque el egoísmo patológico de Don Juan debe encontrar la muerte en un pueblo donde un poeta entero y verdadero puede nacer de la cabeza de la hazaña.
Recuerdo a Pablo en su Santiago de sobrias cordialidades. Otro hombre, dentro de su rica y difusa identidad. Ahora el ímpetu creador lo empujaba a un gran servicio chileno. Del avión sali con él hacia aquella colmena disciplinada y rumorosa que estaba bajo su mando: la oficina que, en el corazón de la ciudad, regia la propaganda de la campaña presidencial de Gabriel González Videla. Allí le vi, por horas, en contacto con las gentes más varias y distintas. todas oía con su habitual serenidad distraída. todas, al tomar la ancha escalera barnizada, llevaban la certidumbre de que su demanda estaba en marcha. Pablo trabajó como pocos por el triunfo de su miserable persecutor de hoy, del hombre que parecía entonces escogido para conducir por vías democráticas y superadoras a una tierra de honrados y valientes.
Gentecilla superficial y ratonil, que las hay hasta en Chile, me susurraron entonces MUELLE ABANDONADO (Del libro: Presencia del puerto. Envío del autor, en Cuenca, Ecuador. El muelle abandonado laciamente acurruca Su osamente de saurio, y hunde en el mar la nuca.
Camello arrodillado en la noche de brea, Con los belfos inmensos se bebe la marea.
Tendida amablemente hacia el confín su mano, El mendrugo de un barco recaba el muelle anciano: Mas sólo las gaviotas visitan su espinazo Donde entreabre sus llagas enormes el ocaso.
Qué claro el viejo muelle permite ver sus ansias De recibir navíos de todas las distancias; Mas cada barco adusto pasa como una anguila, el negro tablona je sus lágrimas destila.
que era descaminado y baldío que poeta del tamaño de Pablo ofrendase su tiempo a una tarea que otro, sin sus dones, podría realizar con parecido rendimiento. Si hubieran vigilado, como yo, aquella tierna solicitud con los humildes, aquella jerarquización de las responsabilidades que sólo el que conoce por dentro a los hombres puede realizar con fruto pleno aquel fino medir el grado, tantas veces imperceptible, de la emoción y el interés políticos; aquel aparente desorden eficacísimo; aquel exigente amor por el pueblo; aquella paciencia hecha de experiencias y comprensiones; si hubieran sabido los ratoniles y superficiales que un poeta grande es una fuerza grande, no hubieran deslizado el necio reparo.
Otra de mis visiones de Pablo Neruda es, naturalmente, la de su breve escala cubana.
Por similitud y por contraste tuve siempre on la mente por aquellos días la visita de Federico García Lorca, algunos años antes. En a andaluz y en el chileno itan andaluz Federico, tan chileno Pablo. nuestra isla cuvo mucho de barco empavesado y sonoro.
Los dos, por obra de la sangre y de los Jibros, se asomaban a Cuba con la sensualidad en zafarrancho. Hallaban aquí el ritmo negro enriquecido, matizado y empinado en el logro de un gran modo nacional; la gente cordial y decidora; la huella caliente del pirata, del negrero, del conspirador y del mambí. El trópico les jamaqueaba permitidme el criollismo insustituíble la apetencia de lo jugoso y el escozor de lo brillante. Federico se extasiaba ante nuestras frutas prodigiosas; Pablo ante nuestros caracoles iluminados.
Los dos quedarían inquietados para siempre del recuerdo isleño, pero de manera distinta.
García Lorca fué leal a su pueblo; por serlo, lo asesinaron los enemigos del pueblo; pero no había arribado a la conciencia de su destino más alto. Pablo estaba ya, al visitarnos, humanado y militante. Por ello, su deslumbramiento de poeta no obliteró su latido de hombre. Más aún: fué su gran calidad lirica lo que le entregó el precio real de nuestra frustración; porque para penetrar el tamaño de una ofensa no hay como conocer la condición del ofendido. Le dolió mucho que tierra de tanto brío y calidad, de tan fuertes raíces, de tan fraternales ímpetus, de claridad tan gozosa, fuese tierra encadenada y doliente, Nuestra isla no ha dejado de ser en el canto de Neruda, desde el contacto sensual, un paraíso perdido. Como se le descubría en la presencia deslumbrada y dolida, Cuba es en su verso como un monstruoso malogro: como una joya de la naturaleza y de los hombres maltratada, ofendida, despedazada. El cañaveral, tan suave de perfiles en la perspectiva lejana, tiene la entraña podrida de sudor esclavo; el Caribe, clamoroso y plástico, padre de las playas increíbles, es el más ancho camino de servidumbre; la tierra pródiga, tesoro ajeno; el impulso del corazón, tan visible y constante, no rompe la barrera del color de la piel, ni la coyunda de la sujeción extraña. ahora Pablo Neruda nos da en un poema en este poema que en su recuerdo y homenaje ha editado un grupo de sus amigos cubanos. su luz más alta, su estatura mayor, su mensaje más pleno. Cuando se terminan de leer estos versos se entiende mejor que Gabriel González Videla, engendro culminante de la maldad humana, haya perseguido al poeta con sana inusitada. Desde su Empero, en las mañanas recorta su figura El sol, y le derrama sus frascos de pintura.
Entonces, sobre un charco de añiles sobrenada, es el Templo de Iris el muelle de la ense nada.
Con su brazo ganchudo, la grúa, del Poniente Arranca las estrellas y las clava en su frente; junto a las gaviotas que allí buscan fortuna, Engulle, como un viejo pelícano, la luna. veces, contemplando saltar a los delfines, Le empuja mar afuera su anhelo de confines, cruje el maderamen, y otra vez se endereza, con sus verdes labios de sal, el mar lo besa.
Después, callado y quiero cual yogui pensativo, Se aferra a los recuerdos que le tienen cautivo, así florece en besos, pañuelos, banderolas, hay música de adioses que emerge de las olas.
Sobreviene la noche con su gran disfumino, en el muelle derrama resplandor de platino.
La luna, por su lomo, pasa como una mano, le hablan los alisios con un acento humano.
El se recoge, entonces. marino soñoliento En la actitud ingenua de relatar un cuento.
Pero un golpe de mar de pronto lo despierta, en su su vejez oscura hay otra herida abierta.
Viejo muelle, en la fiesta de tus algas marinas Tañen mágicas arpas las aguas cristalinas; cuando las parejas se besan en tus brumas Lo cubre todo el velo nupcial de tus espumas!
César ANDRADE y CORDERO Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica