World War

138 REPERTORIO AMERICANO he aquí al que vuelve hombre al miserable, hombre en su casa limpia y luminosa, que se sienta a la mesa con los hijos y siempre halla el pan, la leche, las legumbres, el pescado, las frutas, los claveles, que mira el sol, la lluvia, el ágil viento fuera de su morada, bailando por los campos, resbalando en los ríos y colinas, sembradores veloces, te jedores de espigas, para que el año entrante y el que siga pueda sentirse hombre nuevamente, con un sitio en el mundo para tender su vida.
Con estos ángeles al lado. hoy que sus manos alas se volvieron y su voz remolino en el recuerdo. cómo no florecer y hallarte finalmente, cómo no apresurarnos a izar tu corazón que ardiendo espera, libre en el cielo de la melodía. FINAL porque es imposible navegar con un ancla o un grillete en las manos si no se tiene casa y tierra propias, si no puede volar el pensamiento tan lejos como el viento o el paisaje, aun más allá del grito y la esperanza.
Larga es la ruta, ásperos los soles, hacia ese puerto de la vida clara, donde tiendes tus húmeras raíces, donde tu corazón suntuoso tiembla.
Pero nuestra cintura está hecha de besos y canciones, en la fragua auroral de lo indomable.
Habitante del grito y de la aurora es el ángel. el ángel es un hombre en el recuerdo.
No en el perfil hiriente de la piedra, sino en su esbelta y firme permanencia; no en las estrellas simples, sino en las melodiosas que bajan hasta el fango para volverlo puro; no el lo fugaz del humo se levanta, pero sí en los rebeldes rumbos que señala; no en el perfume de las rosas solas sino en aquélla abierta junto al alma.
He aquí el itinerario del ángel que yo evoco, del que debemos visitar ahora.
Es tan dulce saber que muchos de tus hijos vivieron sabiamente y hoy habitan el nido del recuerdo, centinelas y guías de este sueño, ángeles, ángeles, ángeles.
Aquí saltan sus nombres en mi boca. dueños del OLIVAR, del florido SARMIENTO, del más hondo MARTIrio, del VALLE rumoroso, del BELLO trajinar y del aJUAR ESbelto.
No sé si la palabra etcétera es hermosa, pero yo aquí la planto y nombro a los demás que inundan mi memoria con esta sola voz. etcétera, etcétera.
Dije antes que un ángel es un hombre en el recuerdo.
Ahora es necesario definir su silueta de persona en la tierra. a eso voy, a eso si es que puedo.
Lo diré con palabras sumamente sencillas.
He aquí, por ejemplo, al que hace confluir los arroyos de angustia, pequeños por sí solos, del hombre flagelado, y los convierte en ríos, en aludes terribles que avasallan los fuertes, la casa del tirano que tanta sangre debe, y destruyen covachas, balas y calabozos donde se pudren dulces levaduras de sueños; he aquí al que aprende en libros venerables cómo se ara y siembran sobre la tierra nueva luces y melodías, limpiamente rebeldes en la noche, apacibles y abiertas en la aurora, como en el campo hacen los labriegos con el arroz, el pasto y el cafeto; Pero no es éste sitio ni tiempo de nostalgia.
No es hora de creer que los sueños maduran por sí solos, ni de oír soñolientos como suena el corazón al golpe de la angustia, cuando la sombra invade los recintos.
Nadie puede morir mirando fatigarse los péndulos del ansia.
Pero no es éste sitio ni tiempo de nostalgia.
Es necesario abandonar el llanto, hacerlo titilar entre los árboles, y pegarlo a la brisa, al labio del lucero, hincarlo en los caminos como una catarata, un súbito adalid de la esperanza.
Es necesario levantar el torso, calcinarse las manos en la lucha. cuando este desvelo, así condecorado por el ardor más denso y permanente, doble el alto recodo de tus cosas queridas, de tu aliento, tu soledad inunde de canciones y peces, y rescate tu voz al borde lo amargo, si sobre el alma entonces un sollozo se vierte. porque la honda alegría puede escribirla sólo una lágrima extensa ah, en su pura corriente la angustia se diluya, la estrella se refleje definitivamente, y el beso se enarbole sobre el asta azul del horizonte. Con el nombre supuesto de Centinela, presentó Jenkins este poema a los Juegos Florales de México, en 1947. Viene de la pág. 136)
extiende su poder más allá del término que limita la vida.
paz de Era el París de Anatole France y de Juan Jaurés, de Sarah Bernardt, Mounet Sully, Cecilia Sorel, Gabby Deslys, de Ida Rubinstein, Sofía Fedorova y, sobre todos, del genial danzarin Vaslav Nijinsky, el espectro de la rosa, el fauno del Aprés midi un faune, cuyos pies eran alas que vencían esa fuerza misteriosa que atrae al hombre fatalmente, y cuyo secreto no ha penetrado la ciencia. El París de Cléo Mérode, la del cuello de cisne, la armoniosa intérprete de las danzas griegas. Su cuerpo tenía la euritmia y el relieve de las figuras de los vasos helénicos, era la escultura en movimiento cadencioso, la gracia de las actitudes al impulso musical.
París, sólo quienes en la juventud y en la que disfrutaba Europa antes de la primera guerra mundial vivimos plenamente en esa ciudad, la más bella y amorosa que ha existido, respirábamos su maravilloso ambiente de luz y de alegría; los que a través del tiempo y la distancia la recordamos hoy, sabemos el encanto que guarda esta palabra: París, que nos deslumbró al tenerlo delante y mezclarnos en su prodigioso torbellino de belleza y suprema elegancia, de gentileza, exuberancia de amor, de placer, de refinamiento y seducción invencible, y también de zozobra, terror y misterio, porque ese París era el lugar del mundo donde más obsesionaba y atraía la pérfida imagen de los hermanos gemelos: el Amor y la Muerte.
Hay breves días, rápidas horas en nuestras vidas que tienen el hechizo de leyendas doradas, irradiaciones de piedras preciosas, fragancias y colores de campos floridos, embriagueces y júbilos infinitos en que la dicha corona todos los días y todas las horas, nos sentimos envueltos en un velo azul, el velo de los sueños y suspiros que hacen ver la vida de color de rosa. Ninguna lengua tiene palabras para expresar fielmente lo que son esos días y horas de amor, de alborozo, de belleza, de exquisiteces del pensar y del sentir. Sólo penetrando en nosotros mismos podríamos extraer como el buzo las perlas del mar, esos Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica