196 REPERTORIO AMERICANO Mo QUÉ HORA ES. Lecturas para maestros: Nuevos hechos, nuevas ideas, sugestiones, incitaciones, perspectivas y rumbos, noticias, revisiones, antipedagogia.
OSIU El hábito de leer (En La Prensa de Buenos Aires.
Diciembre de 1947. rarquía de naturaleza y no se hacen daño entre sí. El que sabe leer, el que siente necesidad de darse ese solaz, siempre encuentra el modo de satisfacerlo, ya sea en la casa, en el ferrocarril, en el avión, en la sala de espera de cualquier estación u oficina. Todo es cuestión de administrar las horas del día para distribuirlas de la manera inteligente que rinda más. Lo que se debe evitar es el hábito excluyente, el hábito único que no admite la participación de los que amplían y hermosean la vida.
Un pueblo sin el hábito de la lectura es un pueblo de ideales limitados. Su imaginación será corta y oscura. Su curiosidad no irá lejos en busca de los conocimientos que enriquecen la mente y le dan relieve a la personalidad. El pueblo que lee, y lee bien, se dignifica en lo espiritual y tiene más probabilidades de transitar por las luminosas avenidas de la civilización. De poco sirve la salud del cuerpo cuando se descuida esa otra salud inmaterial que es obra de la cultura. No sólo es un deber el hábito de la lectura para perfeccionarse a sí mismo, sino también para elevar el nivel moral de cuantos no desdeñan el oficio de escribir. Los grandes pueblos que la historia recuerda con fisonomía propia, tienen escritores y poetas preclaros, filósofos eminentes, hombres de ciencia que trabajan para la humanidad; y saben honrarlos creándoles el ambiente propicio sin el cual nada duradero pueden hacer. PROPOSITO DE LOS LIBROS: El mejor compañero en la adversidad es un libro.
Proverbio árabe Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma.
Cicerón.
En un pequeño, y a la vez gran libro titulado El arte de leer, el eminente crítico francés Emile Faguet empieza con esta frase. Se lee muy poco, decía Voltaire, y entre los que desean instruirse, la mayor parte lee muy mal. Hay aquí dos cuestiones claremente planteadas: en el siglo XVIII se leía muy poco y a la vez muy mal. No puede menos de sorprender semejante premisa en el siglo llamado de la ilustración, como que le diera al mundo la famosa Enciclopedia redactada por filósofos, hombres de ciencia y escritores de alcurnia a quienes se les atribuye el haber aventado la simiente ideológica de la Revolución Francesa. Es indudable que por aquella época la cultura no era general. El pueblo era una entidad anónima, sufriente y sumergida en la miseria.
No se creía que las multitudes estuvieran obligadas a saber otra cosa fuera de los oficios manuales y el cultivo de la tierra para beneficio de los grandes señores. La escuela pública tampoco existía como institución del Estado. La ignorancia colectiva, sin ser mal vista y sin preocupar a los gobernantes, trasmitíase como herencia de un siglo a otro, e iba en aumento con el desarrollo creciente de las poblaciones. La luz del espíritu irradiaba por excepción, espontánea y aisladamente, sin que a nadie le preocupara el como y el porqué. En la Edad Media, en el mismo convento donde un Tomás de Aquielevaba la inmensa Suma, abundaban los monjes que, por sí mismos, eran incapaces de deletrear los pergaminos que encetraban la sabiduría aristotélica. La inquietud y curiosidad del Renacimiento fué la obra de una élite pensante y enamorada de la belleza.
Al lado de quien, como Pico de la Mirandola, llegó a acumular todos los conocimientos humanos de su tiempo, pululaba el perfecto itetrado, sin excluir al personaje de orgullosa estirpe. No se quejaba el más enjundioso ensayista del siglo xvi francés de que los nobles por él frecuentados sintieran repugnancia por la lectura? Durante el reinado de Isabel de Inglaterra y de Luis XIV de Francia se advierte el mismo contraste de luz y de sombra, de ilustración e ignorancia. en el siglo de oro español. para quiénes escriben sus geniales escritores si el pueblo no sabe leer y si el duque de Béjar apenas pone los ojos en el Quijote que Cervantes le dedica?
Además de la rudimentaria cultura imperante, en esas centurias de cerrazón intelectual, leíase poco, y lo poco mal, porque las imprentas, sin los recursos industriales de la edad moderna, echaban a rodar escaso número de obras. Aun a las personas que necesitaban del libro como del cotidiano sustento les era penoso conseguirlo. Sábese de eruditos que debían realizar largos viajes, muchas veces a pie, para procurarse en Holanda raros infolios que algún amigo o privilegiado librero retenía con egoísmo avaro; y sólo toleraba la consulta a su vista en la propia tienda. Después, cuando las escuelas se abren para el pueblo, y el analfabetismo es considerado una enfermedad moral y una vergüenza, el libro deja de ser un objeto inaccesible, porque la industria editorial ya se halla en condiciones de ponerlo al alcance de todas las manos. Las bibliotecas públicas pueden desempeñar airosamente su misión de alumbramiento espiritual, ahora procurando la obra que no se reimprime o bien la que por su precio elevado es de dificil adquisición. Las bibliotecas circulantes prestan valiosos auxilios y la edición económica permite a la familia más modesta que pueda reunir en su casa los libros de su predilección. Pero si para leer un libro es requisito elemental aprender a leer, es de rigor aumentar la instrucción, para que con ésta se adquiera la necesidad de practicar la lectura. Leer y comprender son dos cosas distintas. No basta deletrear una página impresa para penetrar en el sentido de lo que hay en ella. Cuando el lector comprende, sólo entonces sabe propiamente leer.
No todos los que saben leer y comprender dan muestras de sentir ningún solaz con la lectura. Por qué? En primer término, porque no poseen el hábito de leer. Hábito es sinónimo de costumbre, la cual se adquiere con la práctica en un mismo ejercicio. Hay un refrán francés que dice: une fois est pas coutume; una vez no es costumbre. es exacto, exactísimo. El acto exige reiteración para que se convierta en costumbre, en segunda naturaleza que se apodera de la voluntad, la mueve y la inspira. fuerza de hacer algo una y más veces, acaba siendo parte integrante e inseparable del yo. No hablaríamos sin el hábito de comunicarnos con nuestros semejantes, ni pensaríamos sin la costumbre de reconcentrarnos a meditar en nuestras acciones. Lo propio acontece con la lectura. Si no lo buscamos no será nunca el libro pan del espíritu, elemento esencial de nuestra vida, compañero de horas agradables, dispensador de emociones, maestro que aconseja y señala caminos. El hábito de leer acaso tenga en la época presente enemigos que conspiran contra él mucho más que en otros tiempos.
De ordinario se dice que vivimos de manera febril y que nos embargamos en tareas absorbentes y penosas. Según eso, el culto de la lectura exigiría otro género de existencia menos precipitada y con más horas para el Ireposo hogareño. No sobran horas para los deportes, para los cinematágrafos, para el teatro, para sentarse al lado de un aparato receptor de radio y en la terraza de un café?
Los ejercicios al aire libre no pueden ser enemigos de la lectura; no lo son en los países anglosajones donde ambos hábitos tienen jeNo hay libro, por malo que sea, que no contenga cosa instructica. Plinio.
no La lectura hace completo al hombre; la historia lo vuelva sabio y prudente; la poesía, espiritual; las matemáticas, sutil; la filosofía, profundo; la moral, grave; la lógica y la retórica, apto para discutir. Bacon.
La ignorancia es la maldición de Dios; el saber, las alas con que volamos al cielo.
Shakespeare.
Conviene favorecer las imprentas, tesorerías de la gloria, donde sobre el depósito de los siglos se libran los premios de las hazañas generosas.
Saavedra Fajardo.
Un buen libro es un legado precioso que hace el autor a la humanidad. Addison Discreto amigo es un libro: Que a propósito habla siempre en lo que quiero yo. que a propósito calla siempre en lo que yo no quiero, sin que puntoso me haga cargo de por qué lo elijo o por qué lo dejo. Blanda su condición, tanto que se deja buscar si agrada y con el mismo semblante se deja dejar, si cansa.
Calderón. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica