StalinVoroshílov

228 REPERTORIO AMERICANO ai que mintió y al que manchó, al que se unió con cien pequeños canes del basural de Occidente para insultar tu sangre, Madre de los libres!
Desde el fragante olor de los pinos urales miro la biblioteca que nace en el corazón de Rusia, el laboratorio en que el silencio trabaja, miro los trenes que llevan madera y canciones a las nuevas ciudades, y en esta paz balsámica crece un latido como en un nuevo pecho, a la estepa muchachas y palomas regresan agitando la blancura, los naranjales se pueblan de oro, el mercado tiene hoy cada amanecer un nuevo aroma, un nuevo aroma que llega desde las altas tierras en donde el martirio fué más grande, los ingenieros hacen temblar el mapa de las llanuras con sus números y las cañerías se envuelven como largas serpientes en las tierras del nuevo invierno vaporoso.
Hicieron luz en la espaciosa noche.
Por eso a ti, muchacha de Arkansas o más bien a ti joven dorado de West Point o mejor a ti mecánico de Detroit o bien a ti cargador de la vieja Orleáns, a todos hablo y digo: afirma el paso, abre tu oído al vasto mundo humano, no son los elegantes del State Department ni los feroces dueños del acero los que te están hablando sino un poeta del extremo Sur de América, bijo de un ferroviario de Patagonia, americano como el aire andino, hoy fugitivo de una patria en donde cárcel, tormento, angustia imperan mientras cobre y petróleo lentamente se convierten en oro para reyes ajenos.
Tú no eres el ídolo que en una mano lleva el oro y en la otra la Bomba.
Tú eres lo que soy, lo que fuí, lo que debemos amparar, el fraternal subsuelo de América purísima, los sencillos hombres de los caminos y las calles.
Mi hermano Juan vende zapatos como tu hermano John, mi hermana Juana pela papas como tu prima Jane, y mi sangre es minera y marinera como tu sangre, Peter.
Tú y yo vamos a abrir las puertas para que pase el aire de los Urales a través de la cortina de tinta, tú y yo vamos a decir al furioso My dear guy, hasta aquí no más llegaste. más acá la tierra nos pertenece para que no se oiga el silbido de la ametralladora sino una canción, y otra canción, y otra canción.
IV En tres habitaciones del viejo Kremlin vive un hombre llamado José Stalin.
Tarde se apaga la luz de su cuarto.
El mundo y su patria no le dan reposo.
Otros héroes han dado a luz una patria, el además ayudó a concebir la suya, a edificarla y defenderla.
Su inmensa patria es, pues, parte de él mismo y no puede descansar porque ella no descansa.
En otro tiempo la nieve y la pólvora lo encontraron frente a los viejos bandidos que quisieron (como ahora otra vez) revivir el knout y la miseria, la angustia de los esclavos, el dormido dolor de millones de pobres.
El estuvo contra los que como Wrangel y Denikin fueron enviados desde Occidente para defender la cultura.
Allí dejaron el pellejo aquellos defensores de los verdugos, y en el ancho terreno de la Stalin trabajó noche día.
Pero más tarde vinieron en una ola de plomo los alemanes cebados por Chamberlain.
Stalin los enfrentó en todas las vastas fronteras, en todos los repliegues, en todos los avances y hasta Berlín sus hijos como un huracán de pueblos llegaron y llevaron la paz ancha de Rusia.
Molotov y Voroshilov, están allí, los veo con los otros, los altos generales, los indomables.
Firmes como nevados encinares.
Ninguno de ellos tiene palacios.
Ninguno de ellos tiene regimientos de siervos.
Ninguno de ellos se hizo rico en la guerra vendiendo sangre.
Ninguno de ellos va como un pavo real a Río de Janeiro o a Bogotá a dirigir a pequeños sátrapas manchados de tortura, ninguno de ellos tiene doscientos trajes, ninguno de ellos tiene acciones en fábricas de armamentos, y todos ellos tienen acciones en la alegría y en la reconstrucción del vasto país donde resuena la aurora levantada en la noche de la muerte.
Ellos dijeron Camarada al mundo.
Ellos hicieron rey al carpintero.
Por esa aguja no entrará un camello.
Lavaron las aldeas.
Repartieron la tierra.
Elevaron al siervo.
Borraron al mendigo.
Aniquilaron a los crueles.
Pero si armas tus huestes, Norte América, para destruir esa frontera pura y llevar al matarife de Chicago a gobernar la música y el orden que amamos, saldremos de las piedras y del aire para morderte, saldremos de la última ventana para volcarte fuego, saldremos de las olas más profundas para clavarte con espinas, saldremos del surco para que la semilla golpee como un puño colombiano, saldremos para negarte el pan y el agua saldremos para quemarte en el infierno.
No pongas la planta entonces, soldado, en la dulce Francia, porque allí estaremos para que las verdes viñas den vinagre y las muchachas pobres te muestren el sitio donde está fresca la sangre alemana.
No subas las secas sierras de España, porque cada piedra se convertirá en fuego, y allí mil años combatirán los valientes: no te pierdas entre los olivares porque nunca volverás a Oklahoma, pero no entres en Grecia, que hasta la sangre que hoy estás derramando se levantará de la tierra para deteneros.
No vengáis entonces a pescar a Tocopilla porque el pez espada conocerá vuestros despojos y el oscuro minero desde la araucanía buscará las antiguas flechas crueles que esperan enterradas nuevos conquistadores.
No confiéis del gaucho cantando una vidalita, ni del obrero de los frigoríficos, ellos Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica