AnarchismBourgeoisie

34 REPERTORIO AMERICANO BUENOS AIRES 1900 En última instancia, todos somos testigos de la realidad argentina anterior y posterior al año de su muerte 1938 y de cuyas reservas no quiso seguir formando parte, no obstante su clamoroso nacionalismo. Veamos, pues, la trama político social de este mismo ambiente hace cerca de medio siglo, cuando el autor de Las montañas del oro vino a sumar su aporte y cuando se perfilaba como la promesa de su generación.
PROFESION DE FE Puede afirmarse que Lugones hace su presentación literaria en 1896. Arranca de la lecrura de su poema Profesión de fe, que arrebata de entusiasmo a los oyentes del Ateneo, donde tiene lugar el acto, y desconcierta a los que después conocen esa pieza por la difusión de diarios y revistas. El nombre del nuevo poeta se graba en la memoria del público argentino para no borrarse más. No ocurre lo mismo con el apocalíptico doctrinario que despunta, el cual sufriría sucesivos eclipses. Porque Lugones consigue con ese inflamado poema lo que hasta entonces no se había visto entre nosotros: dotar al verso de un lenguaje nuevo y fundirlo con los ideales más estentoreos de la rebeldía social. Los anarquistas declaran suyo al recién venido y los amantes de la literatura por ella misma confiesan que el deslumbramiento verbal los seduce, pero no ocultan su aprensión. Lástima que dispare su talento literario contra las instituciones. murmuran infinidad de admiradores. Guillermo Valencia, el otro cantor de Anarkos, provocará una similar acogida con puntos suspensivos. Rubén Darío, siete años mayor que Lugones, le da el espaldarazo en el diario El Tiempo, de Vega Belgrano, sin disimular ni el júbilo ni tampoco la sorpresa. El autor de Azul y de Prosas profanas le dedicaba sus mejores rimas a pajes, marquesas y trianones; evocaba a un mundo de frivolidad y fantasmagoría que carecía de eco a fines de siglo, cuyo interés por las reivindicaciones sociales iba en aumento.
Lugones, por el contrario, se ponía a tono con el sentir y con las inquietudes de la época, prestándoles la fascinación de su verbo sonoro. Ambos elementos, al parecer inconciliables, se fusionaban por obra y gracia del poeta cordobés. El arte y la cuestión social mar(haban juntos, eran dos consonantes en acción, no como en las canciones callejeras de Béranger, sino unidos por el brazalete de la poesía culta. Ostentaban el sello del modernismo, entonces en su cuarto creciente; traducían las viFraciones de la más reciente sensibilidad literaria. Si por empleo de los recursos técnicos Lugones era tributario de Rubén Darío, descendía por otro lado de un Richepin y acaso de un Francois Coppée, ambos bardos y jacobinos.
EVOCACION ESPECTRAL DE YOLINKA (Envio del autor. Cuenca, Ecuador, junio de 1948. Con bambúes en torno, y palmeras Que hagan tribu a la orilla del mar.
Dos sectores de opinión predominaban en el Buenos Aires finisecular: el social y el político, el doctrinario y el electoralista. Al pensamiento que reflejaba las preocupaciones de Europa se oponía la actividad pública de campanario, vale decir, las pequeñas ambiciones localistas de la que acababa de ser la gran aldea.
Los vientos del mundo orientaron pronto a Lugones, mocetón de veintidos años en disponibilidad. Su pecho estaba abierto a las corrientes universales, aunque era escenario tumultuoso de fuerzas en pugna: sentimientos generosos de fraternidad y espíritu de revuelta. Ni él sabía dónde terminaba el amor a la justicia y dónde empezaba el prurito juvenil de apagar faroles. La época, el medio y la edad explicaban el estado de ánimo de los adolescentes de entonces, presa de alguna inquietud. Poner a prueba sus bríos equivalía a dar la medida de la personalidad. Muchos alardes de guapeza se vieron antes, durante y después de la organización nacional, pero eran desplantes sin trascendencia para la cultura.
El mismo genio combativo que traduce el Facundo de Sarmiento es ocasional y está al servicio de la política grande. Cuando menos, la intención de su autor no fué redondear una obra de pura creación literaria. Lugones, hombre de tierra adentro, viene a la conquista de Buenos Aires, y la impaciencia levantisca hierve en sus venas. En él el culto al coraje será un atrevimiento de metáforas y no cuajará en fórmulas electorales. sino en programas literaLios y en combinaciones métricas. Ha llegado tarde para ser caudillo supremo, pese a que le sobra pasta. Rubén Darío, que confiesa llevar sangre de indio chorotega, es desde el año 1893 el cónsul de Colombia en la Argentina y en toda Hispanoamérica el embajador de un imperio imaginario, mitad versallesco, mitad aborigen. Ese extraño lengua je de refinamiento en boca de un hijo del Nuevo Mundo lo hubiera entendido bien Maximiliaro, quien añoraba las cortes de Viena en el país de los aztecas.
Lugones rondará sin descanso la poesía, e!
ensayo el cuento: merodeará dominios tan diversos como la filología y las matemáticas, la pedagogía, el helenismo médico, el ocultismo y otras ramas del saber. Ni la universalidad de sus inquietudes de estudioso ni la abrůmadora capacidad de trabajo ni el renovado y tenaz empuje de sus esfuerzos, nada le depara el primer puesto que ambiciona.
Encarna con pasión de escritor la rebeldía que en nuestra historia llena el capítulo de las guerras civiles, la cual, en el gaucho, es corajudo alzamiento contra la partida y en el ciudadano decisión bravía para ganar los atrios electorales. Darío comprende ese estado de ánimo, pero se hace a un lado cuando el 10 de mayo de 1897 desfila la primera manifestación obrera. Dario limita su voluntad de desacato a la literatura y se levanta contra la Academia; Lugones se rebela, además, contra las instituciones vigentes. Darío desprecia y ridiculiza al burgués desde el punto de vista restrictivo de Flaubert, en la medida que burgués y artista se repelen en sus gustos; Lugones habla de reivindicaciones sociales y execra al burgués, no sólo como filisteo, en la acepción de Nietzsche, esto es, enemigo de la cultura, sino también como enemigo del obrero y del desheredado. En ese momento de la evolución inicial del modernismo, éste pierde o por lo menos equilibra su calidad estética Ven, Yolinka, pequeña y bonita.
He de verte llegar sin asombro Con tu aroma de niña salvaje, Con tus botas de goma en la lluvia las trenzas doradas al hombro.
Ven, Yolinka, pequeña y bonita.
Tu cabello es de miel; y en tus ojos Se confunden las aguas rompientes Con la antártica noche de tu isla el metal de la luz estelar.
Ven, Yolinka, pequeña y bonita.
Te veré sonreír cuando me hables De tu playa con flores de espuma del lobo de mar que al oído Te dejó sus canciones de bruma.
Ven, Yolinka. Ven, cuéntame un cuento De tu Chile del Sur, de tu bella Población de casitas menudas Con jardines donde hay madreselvas; De sus calles alegres que escoltan Arbolillos de breve silueta, De su plaza rodeada de tilos, De su brisa y su luna coqueta.
Ven, Yolinka, ven cuéntame un cuento En que me hables de bosques que sueñan Bajo el ámbar de otoño; de un río De aguas verdes, muy verdes que cruzan Raudamente los blancos veleros. hazme un cuento con mar y con bruma Donde siempre zozobren los barcos. una historia que tenga copihues, unos lagos que al cielo bostezan, unos cerros de tino cobalto.
Ven, Yolinka, ven cuéntame un cuento Del Tirol, en que tengas tu casa Hecha toda en el tronco de un árbol. hazme un cuento oriental: un relato Japonés, con cerezos floridos, Con jarrones de jade, Ven Yolinka: hablaremos.
Te veré sonreír a mi lado.
Ven, Yolinka. Los dos beberemos Una copa de ron bien amargo Por tu abuelo marino; por esa Región tuya de bosques y lagos; Por el ámbar de otoño, y el río Con veleros menudos y blancos; Por tus crenchas de miel: por tus ojos Donde se unen las aguas rompientes Con la antártica noche de tu isla el metal de la luz estelar; Por los barcos que siempre zozobran; Por tus rojos copihues silvestres, Por tus lagos que al cielo bostezan, Por el jade, el bambú y la palmera Que hacen tribu a la orilla del mar.
Beberemos, Yolinka, Por tu playa con flores de espuma; Por el lobo de mar que al oído Te dejó sus canciones de bruma. Que no vienes, Yolinka. Que callas?
Que te ocultas y quieres llorar. Que tu voz se apagó. Que tu risa Ya no trae cristal. Que no llevas Como entonces tus botas de goma Ni las trenzas doradas al hombro Ni en tus ojos la lumbre del mar?
Ven, Yolinka. La vida es amarga Como el ron que te ofrezco y salobre Como el agua del mar. Ven, Yolinka, Bebe el ron. empecemos a hablar.
César ANDRADE y CORDERO. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica