Joaquín García Monge

326 REPERTORIO AMERICANO Brenes Mesén Por Juar: REMOS. En el Diario de la Marina. La Habana. 20 Junio 1947. Poco más de una semana hace que ha muerto en San José, Costa Rica (donde nació en 1874) un excelente poeta y original ensayista, con quien hicimos buena amistad cuando visitó La Habana por el año 1939: Roberto Brenes Mesén. Fué en su país, figura de primer orden, en la vida pública, en la enseñanza, en las letras. Profesó las disciplinas del idioma, en centros importantes de aquella República, como el Liceo de Costa Rica, el de Heredia, el Instituto de Cartago y la Escuela Normal: planteles estos tres últimos de los que fué director. Por dos veces desempeñó el Ministerio de Educación Pública. El exilio que se impuso por discrepancias políticas, lo pasó en Chicago, consagrado a la enseñanza universitaria del castellano. En el mundo literario, desde su primera obra poética. En el Silencio (1907) agito saludablemente el ambiente, provocando inflamadas polémicas y agrupando alrededor suyo la juventud que espigaba, generación sobre la cual ejerció intensa influencia y que le llamaba devotamente, el Maestro.
La cultura de Brenes Mesén se nutrió inicialmente en Chile, donde realizó serios estudios filológicos, literarios y pedagógicos. De veintitrés años llegó a Santiago, después de haber ejercido el magisterio en Costa Rica durante casi un lustro; en la capital chilena, al propio tiempo que ahondaba en aquellas ramas que constituian su predilección fervorosa, establecía contactos con valiosos personeros de la intelectualidad y de la política.
La gran hornada que tanto brillo alcanzó en la década finisecular, fué muy útil a Brenes Mesén y pesó mucho en sus orientaciones ulteriores. La huella de Rubén Darío había quedado marcada con mucha profundidad en la sensibilidad chilen: de entonces; en Valparaíso vió la luz Azul (como la vieron otras obras anteriores) y de Buenos Aires acababa de llegar el pleno renuevo de Prosas Profanas: la influencia del gran poeta dominó sobre el gusto como ya había dominado sobre corazón en aquellas tierras del Pacífico, a cuyo espíritu había cantado con vehemencia en su exaltación a las glorias de Chile.
La deuda con aquel medio, no quedaba circunscrita a lo poético: la inclinación filosófica que demostró Brenes Mesén en algunos ensayos, como Metafísica de la Materia y como el que contiene sus consideraciones acerca del misticismo utilizado como instrumento de investigación de la Verdad, nace en sus días de Chile. En el poema y en el ensayo se proyecto siempre el pensador: y esta postura especulativa del latir de la vida y de las más puras esencias del alma y del conocimiento, surgió más aún que de aquel período de altos estudios durante su permanencia en la ciudad que fuera para él tan hospitalaria, de las excepcionales amistades que tan fecundas inspiraciones dieron a su pensamiento. La postura filosófica derivó hacia la contemplación religiosa, y las ideas teosóficas le subyugaron y convencieron, sumándolo como adepto que no ocultó sus creencias ni en la prosa ni en el verso.
Incorporado al Modernismo, desde los poemas En el Silencio, compuso primores de belleza, por su fondo y por sus giros. Sus sonetos tenían una filiación muy a lo Herrera Reissig. Las audacias que se permitió, escandalizaron a los conservadores rancios; y sus libros de versos que siguieron a aquellas páginas: Hacia nuevos umbrales, Voces del Angelus, Pastorales y Jacintos, mar ron en las letras costarriqueñas, una ruta allí desconocida. Con los versos, mezclábase en los efectos revolucionarios, el fino mensaje que entrañan las prosas de El Canto de las Horas. en todo ello, como una luz de fondo tenue y enervante, el suave aliento místico, perceptible en cada estrofa y en el porqué y en el jugo de cada poema, cuyo ritmo interior ungia de profundo sentido poético lo mismo el discurso versificado que la expresión libre de metros; porque estaba imbuido de aquella ansia infinita que arrancó su clamor. Cálmame, Señorlésta mi sed de amor!. Ungeme con el ungüento de tu paz y de tu luz. La arquitectura de Los dioses vuelven (entre cuya publicación y las anteriores mediaron diez años) está tocada de estas repercusiones que acusan la incesante invocación del autor hacia la suprema cumbre y voluntad del Misterio. En los volúmenes más recientes, de 1945 hacia acá, la poesía de Brenes Mesén había alcanzado un admirable equilibrio, y su lectura es un delicioso remanso de paz, de inefable alivio para el espíritu; ya en los cantos de mayores alientos, como En Casa de Gutenberg (elogio de la sustancia cultural, apreciada con cierta visión platónica) o en los de menores proporciones, como los que integran los Poemas de Amor y de Muerte.
De igual modo, sacuden el espíritu de una sensación confortable y abren caminos a la imaginación y al entendimiento, las prosas de sobria elegancia, rica inventiva y novedoso discurrir, de Lázaro de Bethania y de los tres ensayos que aprisiona el tomito Dante, Filosofia, Poesía; brillante hontanar del juicio y del arte de enjuiciar; sabiduría torrencial y magia del decir, porque supo aplicar pródiga y oportunamente su vasta información y dar al acento literario un donaire cautivador. Su estilo evoca a menudo el de Rodó.
Aquella mentaildad medularmente poética que fué Brenes Mesén (sin que ello suponga anulación de lo filosófico, tan compatible con la poesía, lejos de lo que se piensa en contra) escribió un magistral ensayo de estética, sobre Las Categorías Literarias, dado a la estampa por su benemérito pariente, García Monge.
El debatido problema fué abordado con acuciosa erudición y meridiano criterio, por Brenes Mesén. Analiza las razones de las rancias clasificaciones retóricas y de las contemporáneas de Croce y de Ortega y Gasset; proclama su posición negativa ante la cuestión; opuesta a las distinciones fundamentales de la prosa y del verso y a las tradicionales divisiones en géneros literarios. Sabido es que alrededor de estos puntos, se ha teorizado en pro y en contra, con argumentos que invitan a meditar. No es planteamiento que haya logrado aún soluciones satisfactorias. El valor del ensayo de Brenes Mesén estriba precisamente en haber abordado con mucho tino la historia de la materia, la curva de la polémica y las calidades de los términos discutidos; no circunscribiéndose a ser un mero expositor, sino un crítico que remata, exponiendo sus propias conclusiones: Las categorías literarias, con aquel sentido de generalización conceptual escolástica o con el más reciente de temas radicales irreductibles. aplicado a los géneros literarios, no existen, ni pueden existir, en el dominio del arte: la estética no conoce categorías.
La obra de Brenes Mesén acusa una ejemplar consecuencia entre sus teorizaciones estéticas y la evidencia de sus producciones. La honradez de su espíritu, puesta a prueba y nunca traicionada en lo político y en lo social, ha tenido la más veraz de sus manifestaciones, en la línea progresiva, pero nunca torcida, de sus realizaciones artísticas.
Buenos Aires, 20 de enero, 1948.
Señor Don Joaquín García Monge San José, Costa Rica Mi admirado amigo: Tendría muchos motivos para escribirle ye entre ellos el muy grato de reiterarle el recuerdo de Fryda y mío por su cordial amistad durante los días que estuvimos en San José de Costa Rica y por las siempre interesantes y sugestivas páginas de su Repertorio Americano, esa voz libre y enaltecedora de las grandes causas humanas en el Continente. Pero hoy le escribo bajo la dolorosa impresión de la muerte de Don Roberto Brenes Mesén, cuya noticia, por circunstancia involuntaria, acabo de tener en estos días por la lectura del Repertorio que se me había atrasado con la urgencia de un amigo devoto de esta noble publicación que me lo arrebatara antes de que yo lo leyera. Devueltos hace poco esos ejemplares he podido leer las extensas y sentidas referencias a pérdida del gran maes.
tro. Comprendo la magnitud del dolor que significa esta muerte para Costa Rica.
Fryda y yo conocimos a Don Roberto Brenes Mesén en las Jornadas Universitarias de El Salvador, en 1946 aunque a través de sus páginas siempre inspiradas nuestra amistad con él era anterior. y allí se inició entre nosotros una corriente de profunda simpatía y afecto, sobre todo de admiración de nuestra parte para el sabio educador. La figura de Don Roberto, con su palabra docta y encendida por los más nobles ideales y apovada en las más luminosas tradiciones del pensamiento universal, se nos aparecía como la imagen clásica del maestro. Provocaba respeto por su saber, pero sobre todo despertaba devoción y cariño por su nobleza. Tenía la auténtica autoridad del maestro: se imponía por la espontánea y subyugante gravitación de su fe en el espíritu. Confiaba en sus poderes, como le repugnaban los opuestos.
En setiembre de 1946, durante los días que pasamos en Costa Rica, fué para nosotros el amigo más cordial y nos abrió la generosidad de su alma, de su hogar, de sus libros y de su continua vibración espiritual.
Le ruego quiera aceptar usted, por los lazos de parentesco y por los espirituales que lo unían al gran poeta y humanista, nuestra sentida adhesión, y trasmitirle la viva expreción de nuestro pesar a la señora esposa de Don Roberto, nuestra distinguida amiga, tan cordial como él y tan identificada con vida.
Reciba usted los saludos afectuosos de Fryda y míos. Un abrazo de su amigo, su Juan MANTOVANI.
Lafinur 3121. Buenos Aires.
República Argentina. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica