198 REPERTORIO AMERICANO LA CASACA DEL PROFESOR EL UNIFORME DEL GENERAL Le vendemos una REMINGTON grande, silenciosa, randa nueva.
Precio: 200 clase y grados que a bien tenga. Se acerca a don Francisco Antonio Zea y presentándole su bastón de general agrega: Devuelvo a la República el bastón de general que me confió para servirla. Cualquier grado o clase que el Congreso me destine, es para mí honroso.
Zea habla luego y sus palabras tienen una augusta serenidad de siglos: Cuando nuestras instituciones dice hayan recibido la sanción del tiempo, cuando todo lo débil y todo lo pequeño de nuestra edad, las pasiones, los intereses y las vanidades hayan desaparecido y sólo queden los grandes hechos y los grandes hombres, entonces se hará a la abdicación del general Bolívar toda la justicia que merece y su nombre será pronunciado con orgullo en Venezuela y en el mundo con veneración.
Entonces se entabla un pugilato de generosidad entre el caudillo y el sabio sobre quién debe conservar el poder y la autoridad. Zea quiere que Bolívar siga siendo, a toda costa, el jefe del Estado. No, no exclama Bolívar en un arrebato de sinceridad heroica. la libertad corre peligro cuando un solo hombre conserva la primera autoridad durante mucho tiempo.
Hay que precaverse contra la miras de cualquier ambicioso. Contra mi misma ambición si es preciso porque no tengo ninguna seguridad de pensar y obrar siempre del mismo modo. He renunciado a la autoridad para asegurar a la patria los beneficios de la libertad.
EL GESTO DEL PROCER AMERICANO EN EUROPA También le vendemos un piano STEINWAY Magnífico estado Excelentes voces Arpa de acero Precio: 000 Estamos en la ciudad de Santo Tomás de Angostura, a quince días del mes de febrero del año del Señor de 1819. Los diputados de la nación se reunen convocados por el jefe supremo de la República de Venezuela para la instalación del Soberano Congreso Nacional.
Son las once de la mañana. Tres salvas de artillería anuncian que el Libertador, a la cabeza del brillante cortejo de los generales, jefes y oficiales que con su heroísmo han roto las cadenas de la patria, se dirige al palacio de Gobierno donde se hallan reunidos los veintiséis representantes de la nación, entre ellos Zea, diputado por Caracas. Recibido a la puerta del edificio por los diputados, Simón Bolívar pasa a sentarse bajo el solio nacional. Sus palabras resuenan claras y precisas. Legisladores: Yo deposito en vuestras manos el mando supremo. Su discurso, acaso la pieza oratoria más ponderada y preñada de ideas que ha dejado el Libertador, es escuchado con religioso silencio. Bolívar hace historia de las vicisitudes de la República, muestra el ejemplo de las grandes naciones de la historia e invita a los legisladores a seguirlo. La futura constitución de la Gran Colombia va adquiriendo forma precisa en el verbo inspirado del Libertador. Al final, empuñando su espada, dice: El Congreso de Venezuela está instalado. En él reside desde este momento la soberanía nacional. Mi espada y las de mis compañeros de armas están siempre prontas a sostener su augusta autoridad.
El congreso procede a la elección de Presidente y por aclamación es designado Francisco Antonio Zea, aquel niño sabio del seminario de Popayán, aquel profesorcito de Santa Fé, el intelectual puro, el hombre civil representativo, el ciudadano ejemplar, el escritor que en El correo del Orinoco ha dado su verdadero sentido al congreso de Angostura y ha infundido a la opinión popular el sentimiento de la ciudadanía.
Bolívar toma juramento a Zea sobre los Evangelios y le conduce bajo el solio nacional donde queda entronizada la austera casaca negra del profesor, que sustituye al brillante uniforme del militar. Luego dirigiéndose a los generales, jefes y oficiales, les dice: No somos más que simples ciudadanos hasta que el Congreso soberano se digne emplearnos en la Están a sus órdenes en la oficina del Repertorio Americano Teléfono: 3754 50 vrs. al del Teatro Nacional.
Pocas semanas después Bolívar emprende la liberación de Nueva Granada y obtiene la victoria de Boyacá. Francisco Antonio Zea da una nueva prueba de su valor cívico desaprobando la ejecución de prisioneros y condenando la crueldad extrema de la guerra. En medio del fragor de las batallas la voz de Zea es siempre la voz de la razón, de la humanidad, de la justicia y el derecho. La voz de la más alta ciudadanía.
Bolívar sabe que nadie puede representar mejor que el prócer antioqueño el verdadero espíritu de la República ante el mundo civilizado y decide enviarle investido de los más altos poderes que se han concedido nunca a un hombre civil para que negocie el reconocimiento de la Gran Colombia por las cortes europeas. Lleva también la misión de restablecer el crédito exterior de la República y negociar los empréstitos necesarios. No se le impone ninguna limitación. Puede hacer cuanto quiera con la condición de fundar el crédito público sobre una base sólida y permanente.
Bolívar al poner su firma en blanco le ha dicho: Hay que asegurar la vida de la patria.
Lo demás es accidental.
Cuando llega a Europa encuentra Zea que el crédito de los patriotas de la Independencia está totalmente arruinado. Las costosas expediciones, las compras de armas, la ingerencia de los aventureros, los azares de la guerra y de la política han hecho contraer deudas y comprometer a honrados comerciantes que se consideran perjudicados. Los acreedores, tanto los logreros como los de buena fe, se precipitan sobre Zea azuzados por el rumor insidioso de que el enviado de Colombia trae oro bastante para pagar a todo el mundo. Zea tiene entonces un gesto de gran señor soberbio.
Reune en París a los acreedores y sin meterse a discutir sus créditos les dice altivamente. Colombia pagará cuanto debe cualesquiera que sea su origen o su importancia. Tiene el poder y la voluntad. Con nosotros la justicia y la riqueza andan siempre juntas. Nuestras riquezas son inagotables. La fidelidad a nuestras obligaciones será eterna.
Luego escribe a Bolívar: Era mi deber recobrar el crédito perdido. El descrédito político en que hemos caído era todavía mayor que el comercial. Desde que llegué a esta capital advertí que no se podría dar ningún paso para el reconocimiento de nuestra independencia en Europa sin restablecer primero el crédito comercial. Se destruía en Europa cuanto se edificaba en América. Por todas partes se daban empleos, se hacían contratos, se giraba contra el Tesoro de la República.
Francisco Antonio Zea, haciendo uso de sus ilimitados poderes salva para siempre el crédito y el prestigio de la Gran Colombia.
Su gesto ha sido audaz al aceptar sin mirarlas siquiera, incluso las más dudosas reclamaciones; tal vez pudo haber negociado con más ventaja, acaso debió ser menos generoso, más cauto. Pero aquella alma superior ignoraba el valor de la moneda. Su gestión económica pudo ser discutida, su grandeza de espíritu, su patriotismo, su honestidad, jamás pudieron ser atacados.
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