122 REPERTORIO AMERICANO Vuelves, y tu mirada que atraviesa la Muerte, aclara este paisaje por el que voy transido, más allá de las fáciles montañas de la suerte, sobre la eternidad, sobre el precario olvido.
Beatriz, y de nuevo, tus perfiles de en antes, son míos, y se muestran sobre la tierra, y duran.
Eras dulce. No hay sombra de tu dulzura. Eras inefable y dorada como el mar y las uvas.
Comprensión infinita. Materno don. Sedante.
Oído aún para el soplo del augurio. Llegabas y en tu regazo hermano caían esas dudas, que en mi frente sombreaban presagiosas, tendidas, y en alarde también, porque tú me esperabas.
Quebrado el verso vivo que sin palabra estuvo sobre tu frente tersa y en tus ojos, ritmando junto a tu corazón de aristocracias, junto a tu alegría sobria y a tu duele en sonrisa, volando de tus labios de piadoso hemistiquio, bañando las fatigas quebrantadas del mundo, dulce como las aves, tierno como la brisa. Quebrado? No. En la fuerza de tu virtud sabías que el verso de tu espíritu temblando ascendería, inmune de la tierra negra que cuaja escoria, sobre los vientos altos que son la poesía, más allá de la cólera del corazón opreso y sobre los zarzales de nuestra travesía.
Oh, Beatriz. hermana, hermana, hermana mía, lo dijiste al final, cuando en mictalmia, el vaho de la Muerte señora flotaba en tus pupilas: la eternidad no es túnel de oscura sombra. Nada es de temerse cuando su paso estremecido nos lleva a la ventura de otras luces. Lontano viajar sin ya más nunca volver ni fatigarse.
Jardines de las flores eternas. Soles quietos y sin matices secos la plácida verdura.
Pasaste ya temprano por el dantesco muro, con tu collar de lágrimas y tu emoción de altura.
Tu planta en los terceros del Alighieri deja el florecer sin muerte de nuevos retoñares, dueña ya de la rosa fragante de Rosseti, Beatriz. la más clara, ya te veo divina!
Dame tu mano, hermana, para salvar la sima, dame tu corazón, dulce y purificado, dame tu pensamiento triunfante del destino y el nardo con que ungiste tus labios en el cielo.
Pero aún habré de andar por la tierra. Otras lunas han de dorar aquí tu evocaciór amada, y otros llantos, surtiendo, o volviéndose adentro, bañarán tu figura transparente y delgada que aquí, como en los días de siempre, como nunca, como en rara esperanza o en adioses estáticos, como en mitad de vida que cayó sin morirse, como en luz que cruzara por todos los destierros, como en mitra quemada, pero nunca sin lumbre, en la muerte que llevo por seguir a tu vida, estará, para siempre, en mis días dormida y en mi sueño ha de alzarse, y en mi voz, para siempre, tu figura en mi sueño, sin final, desvelada!
Vuelve la vieja casa de umbrosa humildad buena; felicidades parcas; días de paz; oriente sin anibición; cultivos de una lealtad serena.
Habíase el dolor atemperado. Habíase conformado en la diestra de la madre, adquiriendo esa tristeza suave de los cielos lavados que dan su tono de oro después de la tormenta. en latido gemelo, llegamos y seguimos, guiados por la madre, desde su albura intacta, desde sus ojos, puras esmeraldas sin sueño, desde su corazón, dulzura entristecida.
Para el Invierno niño su alma mártir, tenía la claridad que busca consolaciones, para la visión azorada de algunas horas, era su oración fortaleza y su eucaristía.
Como el trigal en tono maduro su cabeza, su doior era un grave dolor que sonreía.
Vuelves desde la niña estación, como entonces, amando ya los versos, las flores y las brisas, advirtiendo precoces espinas en mis días para arrancalas pronto con tus dedos hermanos y chorreando tu luz con alma en mi ceniza.
Beatriz, inmortales tus aligeros vuelos sobre el parque en penumbra que anticipó mi angustia, inmortal tu presagio, inmortales los años de la huérfana infancia que pasamos unidos!
Dormida para siempre cerca de Elvira Silva, como nunca me clava su heladez el Nocturno.
Las sombras de las almas. Las noches infinitas más llenas de tristezas, de lutos y de lágrimas!
Tu estrella de rocío, sin embargo, corona, mi dolor que alza filos de soledad; tu espíritu, viajero en mis vigilias, trae frescuras. Llama tu voz en mí, lo mismo que en tus coloquios fieles, y ahora poderosa, astral, profunda, como si la misma voz mía se hubiera trasmutado y se volviese, luego de los rumbos eternos, a soplar en mi entraña la eternidad, a darme, mi otro yo ya devuelto al gran país, la eterna verdad que sabes ya, oh hermana, hermana mía. El limbo de la Noche me ha envuelto en la torva nostalgia, el corazón mil veces se ha oprimido.
Quirúdome ha la brasa del Purgatorio, y tengo ya resecos los labios de incendiada amapola.
Como una mitad mía se fué con tu partida, y si hubiese sonado, a los remotos ángeles habría despertado, esa vez, mi gemido.
Pero sé que me esperas con tu túnica blanca, en tus bucles castaños el laurel prometido y en tu mano la antorcha de guiarme por suaves caminales de aurora, por el célico círculo, donde el Dante asombrado contempló maravilla que no pudo expresarla con su lengua divina, donde no hay ni los soles que nos queman, ni el agua que nos moja y nos hiela o se fuga en la orilla, donde el tiempo está fijo, sin medida, perfecto, donde llegan las almas que miraron arriba, donde estás con tu estrella de diamante y rocío, que me baña la frente desde allí, mientras lloro, Beatriz, mientras lloro, y te espero y te escribo.
Augusto Ari a Quito, Ecuador. 1947.
A, UN SOLDADO Por David Méofor.
Estás en las filas, tras de las filas, entre innúmeras filas, acuartelado, alimentado, ejercitado con precisión simil; una uniformidad vertiginosa envuelve el globo. cada uno de vosotros, incontables, repetiré una vieja herejía y un callado mandamiento de Dios, para que sean vuestro tesoro y talismán.
Eres, individuo ante todo. algo único; alma induplicable, que jamás fué ni volverá a ser.
Tú eres mente, una imagen divina, un universo y una eternidad.
Tu alma preciosa es más altipreciada que todo sistema planetario y estelar.
Aunque eres uno de tantos er tre incontables e invariables filas, eres personalidad única de tu ser.
Eres uro, como Dios, del que imagen eres, uno es.
Eres lo que eres, como Dios es lo que es. Para qué tanto ejercicio y disciplina, tanto madrugar y rudeza que estampa hombres como con troquel, que convierte al civil en soldado, y al hombre en automata. De dentro tanto rigor y uniformidad puede salir colmada la plegaria humana!
El derecho a inviolable individualidad surgisi del cuartel y del vivac.
La negación del egoísmo infecundo realizará las bellezas del yo más profundo.
El botín del soldado, sus despejos de guerra, serán libertad para todos, paz duradera. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica