204 REPERTORIO AMERICANO HORACIO QUIROGA Por César Tiempo. Es un recorte. Envío de Mejía Nieto, en Buenos Aires. Con estas palabras al pie: En todas partes se cuecen habas. Quiere reproducir esto, García Monge?
Cierta mañana de enero de 1937, recibi una carta de Horacio Quiroga fechada en Buenos Aires, a la que había bajado desde su latebra misionera para atenderse de una dolencia callada. Querido amigo decían sus letras afiladas contesto ahora a su última tras intento frustrado ayer a las 12 de comunicarme con usted por teléfono. Ruégole asi me diga si cualquiera de estas tardes (de 15 a 20, de preferencia) podemos hallarnos donde fuere para charlar un momento y conciliar todo para vernos más largamente (en su casa, por ejemplo. Francamente ando tan fuera de mano aquí, que no sé a quién preguntar por la calle Tinogasta. Estoy aquí, en el hospital, como Lázaro a medio viaje de su cueva. Espiritualmente, desde luego. La salud, ahí va.
Quedaré verosimilmente curado a medias. Cariños a su casa, gracias por sus noticias y hasta uno de estos días, que no pasen. Semanas más tarde, el 19 de febrero, el narrador genial de nuestra jungla se eliminaba voluntariamente con una dosis de cianuro capaz de voltear, no a un hombre sino a un dinosaurio. El lunes último se cumplieron ocho años del doloroso acontecimiento. El más grande cuentista de nuestro idioma, el biógrafo alucinado y alucinante de Anaconda, el hombre que caló más hondo en las psicologías de los mensúes, de los prisioneros de la selva, de las mujeres sin amor, se suicidaba precipitando un lento y largo proceso de hipocondria, amargado por la hostilidad o la indiferencia, que es más amarga de un medio que no supo concederle una estación de paz para sus últimos años. La enfermedad fué un pretexto. Lo cierto fueron sus privaciones, sus dificultades, sus angustias económicas, documentadas en una correspondencia que tengo el honor y la tristeza de guardar. Cierta vez recordaba Alfredo Palacios en la Cámara de Senadores, al referirse al escultor Zonza Briano, muerto en la miseria, el indecible dolor con que había visto humillarse en las antesalas de los ministerios a los altos artistas necesitados.
Intervine en no pocas gestiones tendientes a aliviar la situación del maestro. Sus colaboraciones se publicaban a regañadientes, su reposición en el consulado del Uruguay, en San Ignacio, era motivo de interminables cabildeos. Una carta del año 35, datada en MiHoracio Quiroga diseca un halcón su mujer desarmada para la lucha por la vida, consiguió que los médicos le enseñaran la práctica de la anestesia y utilizaran sus servicios en las operaciones: ella, la esposa del autor de Los desterrados, de El desierto, de Anaconda, considerado a justo título el Rudyard Kipling americano, afanada en quehaceres de enfermera, mientras el marido madura la idea del holocausto. Qué fácil resulta, después, hablar en representación del Gobierno y reivindicar derechos de territorialidad para una gloria nacional de los kilates de Horacio Quiroga, arrojado a la mis por un decreto que lo declaraba cesante el 15 de abril de 1934 por utilizar la máquina de escribir del consulado en provecho propio. Este propio provecho consistió en escribir los estupendos relatos que concedieron a la literatura rioplatense categoría universal, en lugar de redactar los informes soñolientos que prescribe la deontología burocrática. Virtualmente escribió Alberto Zum Felde, crítico indiscutido Quiroga es de los pocos, poquísimos. escritores americanos de categoría mundial. Sí, por la adversidad hisórica, esta América del Sur no viviera tan al margen de la atención europea, un cuentista como Quiroga sería famoso; y sus ediciones, traducidas a todos los idiomas, se sucederían por millares. Pero esta América es aún un arrabal del mundo; y la gloria de sus personalidades está tristemente limitada por el desconocimiento. No agravemos el aislamiento de fuera con la apatia de dentro; rindámosle nuestro pleno homenaje.
Desgraciadamente ese homenaje debió ser póstumo. En junio de 1934. más o menos por la época de la aparición del último libro de Quiroga, Más allá, publicado por la Sociedad de Amigos del Libro Ríoplatense, cuya rama argentina estaba a mi cargo me escribía Enrique Méndez Calzada, otro gran escritor sacrificado: Actualmente mi actividad literaria está reducida a las colaboraciones que estoy obligado a enviar. Es poca cosa, como ves, pero aun eso me resulta una corvés. La vida se está poniendo tan siniestra que todo induce al silencio. Según los Goncourt, Gautier confesaba que le aburría escribir. est si inutile. Qué habría dicho si le hubiera tocado vivir en esta época. Tendrán algún día los escritores el lugar que se merecen en el respeto y la simpatía de sus conciudadanos, en la atención de los poderes públicos, en la consideración de los editores? Casos como el de Horacio Quiroga, como el de Méndez Calzada, nos tornan cada vez más escépticos en ese sentido.
Si ayer fué el autor de Las sacrificadas que veía rechazada su obra y padecía inenarrables vicisitudes por negarse a militar en los cuadros de la acomodocracia. hoy es Castelnuovo o Eichelbaum y mañana serán otros, dueños de una alma que no pacta, protagonistas de un drama cuyas palabras poseen una clave que sólo puede revelar el porvenir. Junto a los restos de Horacio Quiroga habló un ministro.
Junto a los despojos de Herrera y Reissig habló el autor del tango Julián. Quién tuvo más suerte? ocho años de su desaparición tarda en aparecer el escritor que se acerque al abrazo circular de su obra. Se lee a Faulkner, a Bromsiones, nos ofrece un cuadro de su situación y de su estado de ánimo. Releo su carta me dice Quiroga y me detengo en su final, donde me desea usted salud y humor. La una, regular: el otro, endiablado. La cuestión económica, mi eterno débil. Calcule que desde Montevideo no me han remitido un peso desde el 15 de junio de 1934. La jubilación parece que está a conseguirse, pero entre tanto no tengo un centavo. Siquiera manden todo lo que me deberán para entonces si me en vían a tiempo, antes que los boliches de aquí me cierren las puertas Perra cosa que me tiene de humor negro! con familia. Después de otras consideraciones referentes a mi labor literaria que no hacen ahora al caso, termina Quiroga con una mención a sus industrias de hombre de empresa con las que su fértil ingenio y su indomable energía pretendían capear el temporal. Dios concede sumas tribulaciones al sumamente enérgico. Mis industrias, totalmente muertas por la crisis. Hasta que muera uno. Escríbame cuando le venga a bien, querido Tiempo, y un buen abrazo.
Fuera de los uruguayos Asdrúbal Delgado, Enrique Amorim y Alfredo Mario Ferreiro y de los argentinos Ezequiel Martínez Estrada y Santiago Olivan, nadie se preocupó por aliviar la situación del gran escritor, inmolado a los 58 años. Una vez desaparecido, los chimangos empezaron a disputarse sus restos. Hubo discursos infinitos, monumentos, premios póstumos, peregrinaciones conmemorativas, homenajes oficiales. Hojarasca irritante! Lo único de cierto es el cuadro macabro que representa al abnegado Amorim llevando sobre las rodillas la urna que contiene las cenizas del maestro desde el crematorio de la Chacarita a la Dársena Sur, y que la trepidación del automóvil amenazaba esparcir. Lo único cierto es que el más vigoroso de los narradores del Continente pasó los últimos cinco meses de su vida en la estrecha habitación de un hospital. ahogándose en las noches de verano y sin disponer de un timbre para pedir que le alcanzaran un vaso de agua. Lo único cierto es que, el porvenir encontrase a AHORRAR es condición sine qua non de una vida disciplinada DISCIPLINA es la más firme base del buen éxito LA SECCION DE AHORROS del BANCO ANGLO COSTARRICENSE (el más antiguo del país)
está a la orden para que usted realice este sano propósito AHORRAR Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica