Nazism

206 REPERTORIO AMERICANO terrados, otra cosa muy diferente de la nostalgia: porque es fe y esperanza vivas. Si fuera de España deshacen nuestra tierra sus más históricos enemigos exteriores, fuera también de ella podemos seguir defendiéndola nosotros, los desterrados, y mejor, a veces, que dentro. Siempre que no callemos. Siempre que no nos dejemos aterrar, ni enterrar. Aunque llevemos, y porque llevamos, la memoria llena de su sangre: con la muerte en el alma, porque con esa misma sangre mortal nuestra sembramos nosotros su vida. La sangre española popular vertida canta esta verdad a voz en grito para todo el que sabe escucharla dentro de sí verdaderamente. Qué nos dise ese grito, esa sangre, sepultada en maravilloso silencio?
Nos dice que nos acordemos, que no perdamos en nosotros, por sangrienta, esta viva memoria. Recordemos, pues, algo de aquello.
Recordemos, ahora en que se le pidió a los españoles enterrados que votasen por su Reino, recordemos de qué tenebrosa Monarquía se trata. Que no sólo es la de los monárquicos nazi fascistas enmascarados de todo lo contrario, sino algo más; mucho más y mucho peor. Los renacuajos del monarquismo histórico, que desde el popular advenimiento republicano de la primavera del treinta y uno estuvieron pidiéndole Rey a los poderes exteriores jupiterinos, primero en inglés, luego en alemán, y hasta en italiano y casi en portugués, y, por último, en inglés de nuevo, protestaron, como las ranas de la charca fabulosa, de los reyes de palo que les ofrecían: hasta que tuvieron que tragarse al dragón, que es, como en la fábula, el que se los ha tragado a ellos, que sigue tragándoselos iy ni siquiera le hacen daño. porque está acostumbrado a nutrirse de basuras, de toda especie de bichejos fangosos y hasta de la sangre podrida de los renacuajos de la charca monarquizante.
La tenebrosa Monarquía, el sombrío Reino terrorífico, para cuyo voto se les ha pedido a los españoles que callen, que voten sin voz, sin habla, sin palabra viva, es muy otra cosa de aquella zarzuelera monarquía restaurada que aún sueñan con nostalgia los agonizantes renacuajos encharcados en su memoria, podridos en ella como en un estancamiento infernal de aguas muertas.
Porque es la misma del dragón que se los ha tragado a ellos, después de haberlos utilizado hábilmente para su propio empeño. Que es empeño fatal para la España que traiciona; como si para salvarse a sí mismo y a los amigos, el Caudillísimo, la empeñara o hipotecara en su presente y porvenir a los peores enemigos de ella. Que este nuevo y tenebroso y sombrío Reino, para el que se les pidió el voto sin voz, a los españoles, tiene tras sus nebulosas apariencias fantasmales, restos ruinosos todavía de su fracasado Walhala germánico, otra realidad cuyo nombre es el de colonia británica, sumisión, esclavitud; es independencia y soberanía popular española sacrificada, como una res, al hambre atrasada de los imperiales insulinos en crisis. El bulldog inglés, que lame la mano del Caudillo por el sabor de la sangre española que la mancha, no encontrará otra cosa en nuestra tierra más que los huesos, cuando llegue si llegan a pisarla. Los huesos o esqueletos de su Estado su propio reflejo fantasmal en la muda charca sangrienta.
Por eso, y por mucho más que eso, digamos nosotros que ese Reino no es nuevo, que es el mismo Reino de la supuesta muerte de España, cuya tutela se confía, como dignos ejecutores testamentarios, al Caudillo traidor, a un Obispo sacrilego, simoníaco y romanomista, manchado hasta la médula de oprobio (ilos conozco bien. y a los consabidos levitas lacayunos de siempre. Pues no os está gritando en los oídos y en los ojos, contra eso, contra todo eso, con voz atronadora y relampagueante con voz, pero sin voto la sangre popular de España?
primitiva me simplifica, me vitaliza, y cuando llega la noche, me tiendo, exhausto, en la yacija de hojarasca, dentro de la cabaña que me he construído, y me siento casi sin recuerdos.
Me basta el perfume de la resina, la suce.
sión de noche y día, el sol brillando entre las ramas de los árboles, el ruido del agua del torrente, los ladridos de los perros. Las noches son tan frescas que a menudo tenemos que en cender hogueras, y sentado cerca de las llamas, escucho las conversaciones de mis com pañeros hasta que el sueño me vence.
No pasa día sin que caiga algún aguacero.
No lo advertimos hasta que las ráfagas furiosas y los relámpagos se suceden rápidos. Las gotas, al principio, quedan suspendidas arriba, en las frondas murmurantes y luego se escurren por los troncos. El bosque es tan espeso que si la lluvia es de corta duración no llega a mojar el suelo. El arco iris aparece cuando el sonido de las hachas deja oír de nuevo su ritmo.
Bajo muy raras veces al pueblo.
muerto: ALTAGRACIA Por Agustí Bartra. Envío del autor. En México, Desde el primer momento he comprendi. No me salvaré. Me conozco. Mi capa.
do que mi amigo es un hombre acabado. Casi cidad de resistencia se ha agotado. Me muevo no le he reconocido. Flaco, con la mirada mor por inercia. Sé lo que me digo. Tú no me pue.
tecina y una manera extraña de sonreir con des salvar. Altagracia? No sé lo que repretinuamente levantando el labio superior en una senta para mí. Quizás la única cosa que no mueca cruel.
odio. Nada más. Pienso muy a menudo en mi Vive al lado de la iglesia del pueblo, en país. Hubiera sido mejor no huir. Morir alli una casita de madera pintada de amarillo. tenía algún sentido. Pero, mira, no tengo gacon él vive una mulata: Altagracia. Es una nas de hablar de todo eso. Tú ya sabes. Só.
muchacha alta, esbelta, que se mueve silencio. lo quiero decirte que todo es inútil.
samente y sólo habla para contestar.
La noche era clara. Las estrellas tienen un He dicho a Romeu, mi amigo, que maña titilar azul, intenso. Un caballo, muy cerca, na empezaré a trabajar en el bosque, en la ta relincha, larga, dolorosamente. Siento la prola de árboles. Me ha contestado con un mo ximidad silenciosa de Altagracia detrás de nos nosílabo. Da la impresión de que sólo vivo otros.
para sus pensamientos, que no le interesa na. pesar de todo dice mi amigoda de este mundo. No obstante, antes de irnos dentro de mil años estas estrellas continuarán a dormir hemos sostenido una corta conver brillando.
sación. No hago nada me ha dicho. No Me he adaptado pronto, pronto he aprenpuedo hacer nada. Me encuentro indefenso. dido a usar el hacha. El trabajo empieza con Dejé de cultivar la tierra. La sentía como una el alba y no termina hasta el anochecer. Dumujer fácil, sin amor. Además, no podía so rante todo el día oigo la canción monótona portar el esfuerzo físico del trabajo. Más tardel hacha, los gritos de advertencia de mis de, guardé vacas, estuvo como dependiente en compañeros cuando empieza a inclinarse aluna pulpería. Ahora, no sé. Tengo la sen gún árbol, el paso de los bueyes arrastrando sación de que me hundo. Como de lo que los troncos de los cedros hacia el aserradero, gana Altagracia sirviendo algunas horas al día la música del viento en las ramas. Vivo coen casa del síndico.
mo ignorándome a mí mismo en medio de Intento alentarlo. Pero me interrumpe: la corpulenta altura de los árboles. Esta vida Pero hoy he bajado. Ato mi caballo al flamboyant y entro en casa de mi amigo.
Reina una gran oscuridad aqui dentro. Sólo en el dormitorio, en un rincón, brilla la luz mortecina de un candil. Llamo, pero no contesta nadie. Voy a salir a la calle, cuando me parece oir ruido en la habitación contigua. Na da. Pero desde aquí percibo, de una manera clara, como una sorda queja, débil, intermitente. Parece el plañido de un animal herido en la oscuridad y suscita en mí una rara angustia. Escucho con una atención dolorosa. No, un animal no se quejaría así. Vuelvo a llamar, levantando la voz, que tiembla. De repente, comprendo. Alguien está sollozando. Corro de nuevo hacia el dormitorio y veo a Altagracia acurrucada en el rincón opuesto donde quema el candil. Oh. oh. oh. Los sollozos la sacuden a intervalos regulares. Le bago preguntas y la toco, en vano. Ni que la golpease hasta matarla me oiría, tan presa se encuentra de un dolor que ignoro. Durante un momento pienso que la causa de ello sea que mi amigo la ha abandonado. Debe hacer muchas boras que está así, porque llora sin lágrimas, Contra este sollozar indestructible, profundo como el abismo de la noche, no hay refugio ni consuelo. Oh. joh. oh. Para no oírla, me tapo los oídos con las manos. Miro por la ventana. La sombra del flamboyant hace invisible al caballo, pero oigo el ruido de sus cascos contra el suelo. La mecha del candil crepita. Mi corazón late con el ritmo de los sollozos interminables. Oh. toh. oh. Diríase que está acunando su desesperación infinita. Quisiera hacer algo. Acercando mi rostro al suyo, exasperado, la llamo una y otra vez. Sus ojos abiertos, llenos de un terror inmóvil, no me han visto y su cabeza vuelve a caer pesadamente. Pero unos momentos más tarde, extiende su brazo señalando la puerta que da al jardín.
Al llegar al dintel, retrocedo, lanzando un grito. Acabo de ver la sombra del cuerpo de mi amigo Romeu colgada de un árbol.
Ahora ya no oigo el sollozar. Un alboroto de voces llena la estancia. Alguien pide que se descuelgue al muerto. La indiferencia excitada de aquella gente me horroriza. Nadie hace el menor caso de Altagracia. Entran dos hombres: uno de ellos lleva una linterna.
Huiria.
Cuando el síndico del pueblo llega, se produce un súbito silencio. Desde la puerta de Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica