92 REPERTORIO AMERICANO LOS 82 AÑOS DE RAFAEL ALTAMIRA Por Carlos Fernández Sessarego. En el Rep. Amer. Una de las más intensas emociones que nos deparó México, fué la que compartimos, en dos oportunidades, con el venerable Maestro Rafael Altamira. Costó verdadero esfuerzo reprimir el Maestro lo consiguió la líquida exteriorización de aquella alta tensión cmotiva. Instantes intensamente vividos aquellos que permanecimos en respetuoso silencio escuchándolo en la acogedora intimidad de una pequeña sala de su temporal alojamiento en la hospitalidad de México.
de unos tacones y el nostálgico revolotear de un canario, enjaulado, por alguno de sus rincones. Enseñé en Madrid; Silvio Zavala es mi discípulo. Recuerdo también al penalista Carranca. Formé a José María Ots, el gran historiador del Derecho Indiano, por quien profeso gran afecto. Estuvo en Madrid; le publiqué varios trabajos. No lo veo desde 1936.
Menéndez y Pelayo, fué amigo mío a pesar de estar al otro lado de la barricada. También Joaquín Costa; él me enseñó que existía el derecho consuetudinario. Aquí en México, un joven discípulo, Malagón, será mi sucesor en la cátedra de la Facultad de Jurisprudencia. nosotros soñamos con merecer la dis:inción de ser algún día sucesores en la cátedra de maestros eminentes como Altamira. Soñar, lejos de la patria, es más fácil y más hermoso. En la patria los golpes casi siempre de sos! ayc, nos despiertan con frecuencia. Añoramos, sin embargo, lejos del propio suelo, los golpes. Tal vez en el delirio del exilio, se llegue a amarlos.
Altamira cuenta con brillantes discípulos. de ello se enorgullece con justicia. Ha sabido colocarse al nivel de los alumnos, comprender a la juventud, insinuar derroteros.
Su vida de maestro ha sido una constante siembra de inquietudes; su misión ha consistido en ser lazarillo de vocaciones, en ense ñiar sin egoísmos el camino de las fuentes primeras, de proporcionar la técnica de la investigación. Rafael Altamira se siente satisfecho de poder seguir siendo, a sus 82 años, un Maestro.
II FBHENCH Rafael Altamira (1947)
Plaza Washington 42. En la sobriedad de la plaza los Apartamientos Washington albergan al historiador del derecho. El mismo nos abre la puerta que mirábamos atenta y temerosamente, y nos invita a pasar. En el sendero de sus 82 años permanece erguido, con su luenga barba blanca y su acogedora cordialidad de Maestro. En su escritorio pequeño, austero y ordenado, destácase un busto en bronce en uno de sus ángulos. En unos sencillos stantes que abarcan todo el largo de la pared están todos los libros por él publicados; y sus preferidos. Miramos con curiosidad unos papeles desparramados sobre su escritorio. Estaba releyendo nos dice al notar nuestra actitud los escritos de mi juventud de hace 50 años; pienso publicarlos.
Vencimos la estrechez de su cuarto de trabajo trasladándonos a una salita más am plia a la que no conoceríamos en su escueta geografía ornamental, ya que el Maestro concitaría permanentemente nuestra dispuesta atención. Me halaga que mis discípulos peruanos me visiten. Es la más grande satisfacción que se le pueda ofrecer a un profesor. Siempre he soñado con ser un verdadero Maestro. Yo sé que todos no lo pueden ser. Hay que tener facultades especiales. Para serlo no basta trasinitir conocimientos, es necesario despertar inquietudes en el discípulo para que éste, por sí mismo, cree, elabore y encuentre su camino, descubra su vocación. pensamos en nuestro Perú, en nuestra Universidad de San Marcos. Hurgamos en los vitales archivos de la experiencia estudiantil en el afán de descubrir esos maestros a que había aludido Rafael Altamira. El resultado? Muchos políticos y pocos Maestros. Muchos resecos trasmisores de conocimientos y pocos Maestros. Conquista planificada de cacedras y posiciones, escasa solvencia moral, superficialidad. Profesores de la competencia de Felipe Plaza o Enrique Barboza apartados de la cátedra por la funesta intromisión de la sectaria consigna política.
Inquirimos. En Madrid tuve un gran Maestro: Francisco Giner de los Ríos. Dictaba el curso de Filosofía del Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Madrid. Yo era el ayudante de cátedra y Giner me había designado como su sucesor. Paseábamos frecuentemente por los alrededores de Madrid, por ese hermoso campo madrileño. cuántas veces pasé por él! Un día Giner de los Ríos me dijo que tenía que comunicarme una mala noticia: ya no va a ser usted mi sucesor en la cátedra de Filosofía del Derecho.
Lo he estudiado; usted tiene más vocación por la historia que por la Filosofía. Tengo que abandonar mi ilusión. Desde 1897 enseñé en Oviedo, enriquecido con el inapreciable bagaje que me había proporcionado la estrecha vecindad al Maestro. Por los años de 1909 al 1912 estuve por estas tierras americanas para retornar nuevamente a la Universidad de Oviedo, a una cátedra que el Gobierno creó para mí: Historia de las Instituciones Jurídicas de América. Desarrollé cursos monográficos anuales sobre cada país. Aún conservo los guiones de mis clases. Los publicaré.
Ha sido siempre punto capital de la Reforma Universitaria en América la extensión de la cultura del pueblo, ausente de los claustros. La conversación gira sobre este tópico. En Oviedo nos dice el Maestroconseguimos llevar al obrero a la Universidad. Esto que era posible en España, donde el Duque de Alba y un campesino lían juntos un cigarrillo, no hubiera podido conseguirse en esa época fines del siglo pasado. en otras Universidades de Europa, Oxford, por ejemplo. Los mismos obreros preparaban sus programas; ellos nos indicaban qué cosa querían que les enseñásemos, lo que deseaban aprender. Tengo la seguridad de que fué en Oviedo donde se inició la extensión universitaria. En alguna de mis conferencias que dictaría más tarde en Lima, su Lima, me ocuparía de ella.
Hablaba pausadamente, sentado frente a nosotros, lúcido. Con sus bigotes blancos, su pelo cano con la misma barba blanca con que hablara en el Ateneo a la juventud peruana del año 1909. Nos interesaba saber de sus vinculaciones con aquellos autores españoles, nuestros maestros indirectos, a quienes hemos sabido admirar en la quietud de una biblioteca.
Piensa un momento. Brillan sus ojos castaños, que nos parecen pequeños. Nosotros callamos, atentos al movimiento de sus labios.
Se ha establecido una corriente de enorme y calurosa simpatía, de reverente admiración.
Se oyen nuestros respiros en el silencio de la salita, de la que recuerdo, sólo la fragancia Rafael Altamira estuvo en el Perú durante quince días, en un noviembre de 1909.
Había conocido en Europa a don Ricardo Palma, con quien intimo. Pasearon juntos exposiciones, comieron cebiche. Altamira tiene una flaqueza sentimental por el Perú. Habla con entusiasmo y afecto de nuestra tierra. Ayuda su memoria recorriendo las páginas de su obra Relato de mi viaje a América, publicada en 1911. ayuda también su vista caJándose unos pocos retóricos anteojos.
Recuerdo a Matías León, a Villarán, Carlos Escribens, Aurelio Gamarra, quienes lo acompañaron en muchos de sus recorridos por nuestra ciudad. Sus conferencias versaron sobre temas universitarias, La Extensión Universitaria, La Universidad Moderna, sobre La significación de mi viuje, Metodología de la Historic. Me nombraron Doctor Honoris Causa de la Facultad de Letras de San Marcos. Se me otorgó una medalla de catedrático en Derecho. Recuerdo mi conferencia en la Facultad de Medicina, la Velada del Ateneo de Lima. Hablaron Javier Prado y Riva Agüero.
José Gálvez recitó una poesía Envío. Vive todavía. Sí, Maestro; es actualmente el Primer Vicepresidente de la República. Fui a Cerro de Pasco acompañado por don Matías León. se asorochó; a mí no me sucedió nada. Visité centros educacionales, la Biblioteca Nacional. Les prometo enviar ejemplares dobles que posea cuando lleguen mis volúme.
nes de España, para vuestra Biblioteca Nacional. Le agradecimos a coro. De su visita recuerda también a Carlos Enrique Paz Soldán, que era el Presidente del Centro de Estudiantes, a Carlos Wiesse, Luis Miró Quesada, José Joaquín de Mora, Sebastián Loren(Concluye en la pág. 95. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica