126 REPERTORIO AMERICANO SELECTA DHANA La Cerveza del Hogar PLECTEN EXQUISITA SUPERIOR bría de decirle que el destino. Dios, por qué no? cogiéndolos de la mano, los pondría juntos en aquel ascensor? Mil recuerdos se agolpaban a la mente de la bella mujer.
Carlos, que estaba ahora a su lado, silencioso y abstraído, fué su amor de primera juventud. Un amor primaveral, lleno de ingenuidades, fresco y lozano como flor de orilla de rio. Un día cualquiera Carlos cambió aquel dulce ensueño por otros amores, y Arabella sufrió en silencio la traición. Pero su amor continuaba intacto, fresco como flor de orilla de río, refrescado por sus lágrimas; alimentado por una esperanza que ella sabía que nunca habría de raelizarse, pero que se resistía a morir. Nunca sintió odio en su corazón, ni ninguna otra pasión mezquina. Pensaba en Carlos como en el que se fué, como en un muerto, como en algo muy lejano. menudo, sí, una duda la atormentaba. Se acordará de mí alguna vez? si me recuerda pensaba. será con ternura, con remordimiento, con fastidio?
Ella sí le tenía presente a diario. Todo le recordaba al ingrato, y sus gestos, sus palabras, sus miradas, estaban grabadas en su mente y en su corazón. Al florecer las magnolias lo recordaba diciéndole una vez: Mira qué hermosas flores te he traído. Las conocías tú? En mi patria no las hay. Recordaría él, cuando viera florecer las magnolias, aquellos momentos? cuando a sus oídos llegaron al acaso las melodías de Madame Butterfly, la ópera que tanto le gustaba a él. recordaría que era la música predilecta de ella? cuando leyera al azar algunas páginas de María, de Isaacs, įrecordaría que juntos habían comentado la tierna historia, y que mutuamente se habían confesado que derramaron lágrimas al leerla por vez primera. El ascensor se detuvo para dar salida a unos huéspedes y recibir a otros. Carlos seguía inmóvil a su lado, y Arabella, en aquellos segundos que iba viviendo intensamente, sintió agolpársele nuevos recuerdos: Era ahota cuando hablaban de su futuro, cuando se casaran. Tendrían una casita, nido de dulzuras, rodeada de jardines. ambos les gustaban tanto las flores! Desde sus balcones se vería el mar, que tanto amaban los dos.
El solía hallarla un poquitín anticuada, pero de una manera deliciosa, pues a Arabella no le gustaban ciertos modernismos. Acabarán por gustarte muchas cosas le decía Carlos algunas veces, medio en broma. Por ejemplo, la música y los bailes de mi país, que ahora hallas de mal gusto y hasta vulgares. Cuando sean los carnavales te llevaré a ver las comparsas, y sentirás la contagiosa alegría de esas fiestas.
Alguna vez ella sentía dudas acerca del porvenir. Tal vez te olvidarás de mí había insinuado temerosa. cuando acabe lo nuestro te reiras de mis tonterías. Cuando acabe lo nuestro había respondido él muy serio seremos los dos tan viejos que no me acordaré de ninguna tontería tuya. le había besado suave y largamente la palma de la mano.
Algunas veces veían fotos de la tierra de él, y Carlos le iba describiendo algunos lugares de la ciudad. Para que vayas conociendo, al menos en fotografía, la ciudad en la que habrás de fijar tu residencia. Dios lo quiera. le había dicho una vez. Ella le había descrito su pueblo Es pequeño y feo, pero lo quiero mucho. Tú te aburrirías en él. Hay un bello bosque de bambúes, y es grato pasear a su sombra. Dí. te gustaría pasear allí conmigo. No sólo en solitarios paseos me gustaría acompañarte, sino toda la vida. Recordaría Carlos se decía ella a menudo esas frases, cuando viera, al azar de sus viajes, la sombra de los rumorosos bambúes. Cómo saberlo? Era para ella una obsesionante tortura querer saber si aún ocupaba su mente, ya que no en su corazón, algún pequeño lugar.
Nuevamente se detuvo el ascensor. Entraron tres personas y como nadie salió, el espacio se redujo. Sin saber cómo, Arabella sé sintió apretada junto a Carlos. No, no es un sueño lo que estoy viviendo ahora se dijo al sentir, a través de las ricas pieles que la envolvían, la presión del cuerpo de él. Tuvo un loco deseo de posar su blanca manita sobre la enguantada mano de él, que estaba tan cerca. Sintió, también, un irresistible deseo de gritar su emoción, su alegría de sentirse cerca de él. Carlos, Carlos! exclamaba su corazón latiendo tumultuosamente, y sus labios pugnaban por repetir la exclamación. Pero se contuvo. Qué dirán aquellas personas que estaban a su lado. qué diría Carlos? Arabella permaneció quieta, silenciosa, ahogando el tumulto de sus impresiones, al lado de Carlos, que en esos breves minutos que tardaba el ascensor para subir, no se había movido. Arabella llegó a si piso. Salió del ascensor, dió algunos pasos y se detuvo ante su puerta. Venías nerviosa en el ascensor. dija su do, con ierna inflexión, la voz de Carlos. Un poquito apenas asintió Arabella, sonriendo detrás del tenue velillo de su sombrero. mientras Carlos abría la puerta, agregó ella con risueña emoción. Había razón. no crees? Era esta la primera vez que subía a este piso con el que desde hace apenas una hora es mi marido!
Myriam Francis.
Cartago, Costa Rica, Agosto de 1947. POESIAS de Rosario de Padilla (Atención de la autora)
LA ESFINGE DEL AMOR Pero un día me dejaste naufragando en la vida!
No alcancé mi quimera y murió mi ilusión, Era mi vida pura cual diáfano penacho y ni el polvo siquiera que dejaran tus huellas Era mi risa alegre, manantial de cristal, Me dejaste; ni eso, sólo llanto y dolor!
Era mi cuerpo esbelto cual palmera del trópico Eran mis ojos dulces con luz de derpertar. fué mi vida lágrimas, y fué mi risa mueca, Soñaba con las tardes cubiertas de cela jes fué mi cuerpo tronco doblegado al dolor. sólo mis ojos fueron serenos, y más tristes Amaba las mañanas bañadas por el soll al sepultar en ellos la esfinge del amor. las noches serenas coronadas de estrellas Filtrábanse en mi alma llegando al corazón!
Gustábame ataviarme. Tocaba la guitarra QUEJA Cantábale a los pájaros con toda mi pasión!
Corría por los campos en busca de las flores Alma mía comprensiva Para adornar mis crenchas, y darles suave olor. no mc vengas a turbar. mira que estoy en retiro, Era feliz, entonces, en una tarde efímera vete, y déjame soñar.
Dios misteriosamente te puso en mi camino. Te amé intensamente; se encendió toda mi alma, tuvo colorido mi vida y mi destino. Anda al jardín del ensueño. a las flores, al palmar, Mas no todo es dulzura; hay un poco de llanto donde están las rosas rojas.
Alguna nubecilla nubló mi fantasía. vete, vete a libar Al ver el sol grandioso muriendo en el ocaso todo lo dulce que encuentres Se fué en mi paraíso la paz y la alegría. y llena de miel vendrás. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica