REPERTORIO AMERICANO 185 CANTO AL MAESTRO RURAL Por Jesualdo. Atención de Imprenta Letras, Editorial, al Congreso Nacional de Maestros sobre Escuela Rural. QUIEN SOY?
Leído en el acto de clausura del Congreso de Maestros sobre Escuela Rural, en el Ateneo de Montevideo, el de Julio de 1944.
TE I.
Yo vengo de la propia entraña de la tierra apretada.
Traigo de sol el pecho; de luna mi silencio habitual y esta piel opaca que a mi cuerpo recubre y le da como a una caja antigua, latido y ritmo y corazón sonoro!
Mi rostro es el perfil de uno y mil, anónimo perfil.
Mi fuerza no está en lo que a gritos digo, sino en el hondo manantial que callo. cuando ves que me desgarro entero es porque mi recio corazón en llama interna ardiendo aprisionado, sin pudor ha puesto primarios sentimientos en medio de la mano y llora en ella: ahí tenéis lo que soy. Si no os basta mi rostro, también el corazón danza en la mano!
QUE QUIERO Nadie me diga que no estás siempre presente, o que oculto vives, o que ignoras un solo paralelo hacia la soledad.
Nadie. Te vi desde un rasgado mediodía del trópico hasta el inmenso páramo polar en donde la noche empieza abismo adentro: enterrado en la nieve en el boscoso Canadá; con anteojos de mirada azul, y cabello de lino, curtido el rostro joven en aquellas little school del lejano Far West, te vi; y en toda la arrugada geografía azteca eras el guía, el conductor: transformador de tierras infecundas en cosecha abundante, amo del saber, qué poco era, y era todo, y cuánto era!
Paisano de los yaquis y los tarahumaras, zapoteco en el Istmo, otomí en el Mezquital te vi. eras la luz, de noche; y en el día, bajo tu sol, la detenida grey oscura recomenzaba a andar. en la erizada espina dorsal de esa América Central, esquilmada y presa, aherrojada en las tantas islas penal, eras el indio austero en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Salvador: eras la voz más fina en Costa Rica; eras el negro libertado del dogal, en Cuba; y a medio libertar en Panamá, en Haití, en el Caribe entero, eras quien abría los brazos y abarcaba de mar a mar.
Te vi llanero en Venezuela y en Colombia; montuviano en el Ecuador; inca meditabundo en el Perú, como aquel amigo Cajahuaringa Inga, de Huarachiri; místico en el Warisata del altiplano: pudriéndote en la cárcel, en el Paraguay; ejercicio ceñido y universal, en Chile, desde las salitreras hasta el collar de las islas austral; alta palabra, solidario, en toda esa Argentina del interior; duro en la Patagonia, brazo de ejecución y melodía de vientos sin cadenas; y aquí mismo te vi empalando tu idea, en el linde de un sueño y una espera, clamante y trémulo, ahogado, y con el rostro oscuro de llevar como dormida, una antigua razón.
Un día me dijeron los libros, historias que yo ahora cuento casi avergonzado: que el saber era indiviso, uno; el pan era consigna del hermano; el lecho, la mitad de la jornada comenzada; que la razón sedienta iba hacia la justa luz, y la boca cautiva, un día, seguramente empezaría a cantar. Cuéntame la verdad!
Mas la corta materia enceguecía el hambre: ni el pan se dividia, ni el lecho era distancia recorrida ni la vida, viaje hacia praderas tan sencillas, ni la luz cercana estaba, ni los hombres cedían, ni una santa justicia, sin espada, nuestros cuerpos recorría.
Cuéntame la verdad! Todo fué lejano, inalcanzable, sed y tierra escapados de las manos como pájaros; polvo que quedaba en las arrugas, caminos sin victoria en nuestros ojos, y toda aquella historia. tan bonita!
era mentira. Cuéntame, entonces, tu verdad futura!
POR ESO ES QUE TE ESPERO. QUIEN ERES?
Si de un alba me dijeran que vendrías a pie, por los senderos, abriéndote en marañas de peleas, yo sé que te esperaba y tú venías; porque eres del metal de mi sustancia; porque mi pan adviertes y compartes; porque has estado desgarrando la niebla enfurecida de los menos, con tu cuchilla de pensamiento exacto, de medidas prudentes y tenaces palabras; porque en los sordos días, mascando la verdad que te haga falta yo sé que te he de ver en tu salud.
Por eso es que te espero, maestro de los agros y los bueyes; de los vientos, insectos y sudores; de las lluvias, los trigos y cosechas; de los hechos esenciales, sin demora; de las mentes sin abrir que allá te esperan; de los niños sin jueces ni mentores, y de esa historia cierta sin cumplir.
Por eso es que te espero, y en ti creo, carne y sangre de la rosa que en el mundo ya florece.
Por eso y porque tienes del propio niño el ángel que no duerme, que vigila. Vélalo despierto, compañero.
Que en todo caso, si se duerme, ha de ser porque a la tierra velará el de todos, un ángel que no duerme todavía; un ángel pobre y mártir, de cárcel coronado casi siempre, un ángel que se llama Camarada. Quién eres. preguntan. quién eres? Sí. quién eres?
Cuando le vieron, muchos se dijeron. Ahí viene el San Francisco de la escuela rural; trae como una cruz y una triste sonrisa; viene con su ventura a la salud del agro, y a la imagen serena, ese coino dorado campo, que duerme en el ojo del buey; habla lengua fraterna a todos los elementos, ahí viene, miradlo. miradlo!
viene el San Francisco de la escuela rural. No. Este que llega con paso de ciudad, viene a descansar.
Busca un sol madrugador, serrano; un aire de sonido y mariposas; un árbol y una abeja; una bestia mansa y un reposado cauce: busca esa misma espera, que allí, sentada y vieja, le esperaba. Tampoco. Ese que llega tal vez no sepa nada o sepa todo.
Tal vez traiga un mensaje de otros hombres lejanos; traiga un siglo de heridas y de grietas, de deseos, de penas o de luchas; ese que llega, como en aquel cuento oriental, trae el puño cerrado. Cuidado!
No le abráis la mano, que en ella vienen juntos todos los vientos de la tempestad cercana. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica