REPERTORIO AMERICANO 159 Va el Jesús Nazareno Toscamente labrado Un viernes de Cuaresma En su viacrucis santo. Atrás los viejos músicos Mal vestidos, borrachos Que dan con las narices El tono de su canto.
Más adelante, evoca los recuerdos de la in fancia y discurre así. Tardes, tardes felices Que un día se apagaron Para no volver nunca Con su fulgor amado Quisiera ser de nuevo Aquel mocito plácido Que el viernes de cuaresma Salia como un pájaro sentir el perfume del nitido incensario a escuchar el acento De los felices cristianos!
El valor literario de ese poemita consiste en la fácil versificación de las estrofas, en el feliz desarrollo de la idea en cantos que brotan espontáneamente; allí no hay nada de artificio porque es un cuadro que realmente vió y lo quedó grabado en la memoria como un recuer do de juventud: recuerdo que resplandece en la elegia con el fulgor de las manifestaciones de su mentalidad poética.
Otra de sus interesantes producciones es El Naranjo, poesia de carácter familiar. En ella nos pinta el cuadro lleno de animación y vida del patio de su casa solariega, aquellos antiguos patios amplios, poblados de frondosos árboles y de floridos jardines, imitación de los cigarra.
les de Toledo que nos pinto Tirso de Molina, y que ya van desapareciendo de estas ciudades tropicales por las necesidades de las construc ciones modernas. Nos cuenta allí las impresio nes que recibiera su abuela al recibir como precioso regalo, una planta del árbol de naranja Mandarina, con que le obsequiara uno de sus parientes: viajador, soltero y rico. como lo describe el poeta. Todo ahí es ingenuo, senci llo: el argumento y la forma. Dulce canto de tierno y delicado sabor familiar y en donde las rimas expresan. con espontánea energia, la idea del autor: evocar el recuerdo de un acto de su vida en época temprana. Debemos transcribir aquí las estrofas finales, por ser ellas las que más nos impresionaron por sus tintes de filosófica nostalgia: villosa vivacidad de su musa. Bebió ella su inspiración en los afectos y en las añoranzas de la temprana juventud, en el entusiasmo que le despertaba lo bello en mujeres, en paisajes narurales, cuando su espíritu empezaba a desenvolverse sin haber recibido todavía los soplos malsanos del romanticismo; y aunque los poemas no sean obra de arte acabado, ni tengan el sello del clasicismo griego, presentan, en cambio, la inspiración de lo espontáneo y de lo na tural para desarrollar la idea como lo revelan sus cantos sin mistificaciones extrañas que de.
biliten el pensamiento. En tesis general puede afirmarse, que la producción de Adán Vivas, en prosa y verso, aunque escrita a veces, desorde.
nadamente, cuando no con negligencia y otras con prodigalidad, no carece del atributo de lo original y es fecunda en muchos aspectos, mien tras que su estilo se distingue por lo vigoroso y por la claridad de la dicción, limpio de deca.
dentimos, más bien, con tendencias a asimilar se, hasta donde su cultura le permitía, a los mo delos de la literatura castellana. En su poesía hay algo de vibrante y musical. Las ideas le na cían con la invención del momento: el aro ma de las flores, la belleza de una mujes al pasar ante su vista; un recuerdo de la in fancia: ésta, su gran obsesión; todo aquello que hería su impresionable imaginación lo ex presaba sencillamente, tal como él lo sentía y lo experimentaba; porque sus versos eran efec to de la inspiración, no del ejercicio ni de lo estudiado.
Hasta aquí sólo hemos hablado de sus poe.
sías. Menescer es ahora ocuparnos de sus o bras en prosa. De ésta, como ya lo hemos di cho, hay mucha suelta, escrita casi se pudie.
ra decir, al vuelo, y publicada en los periódi.
cos de aquella época; pero lo que produjo para El Iris de la Tarde contiene sus mejores traba jos en prosa. Fué entonces que su talento en contrara su forma definitiva. Inquieto y vo látil antes, ya en la diaria labor de comenta.
rista, su estilo logró obtener mejor forma.
Tales son las semblanzas tituladas Nicaragüen.
ses notables que escribiera para aquel mismo periódico en 1899.
Escogió para esos retratos literarios, cuatro personalidades nicaragüenses que aún vivían y actuaban con relieve en los campos de la po lítica y de la prensa: don Anselmo Hilario Ri vas, don Enrique Guzmán, don Carlos Selva y don José Dolores Gámez; y a todos ellos los va pintando como él los ve. Así lo dice la introducción: Trataremos de presentar a e.
sos hombres tales como los vemos. Venimos a sorprenderlos en su camino; en el seno del resultado de sus luchas. Los vamos a sacar al frontispicio, en la forma en que serán talla.
dos por el porvenir.
Con su peculiar modo de apreciar, estudia y describe los caracteres de sus personajes y nos los va presentando, uno a uno, como en una cinta cinematográfica: con las debilidades que les aquejan y las cualidades que les adornan, empleando para ello rápidas pince ladas de tonos y matices de colorido que pasman.
De don Anselmo Rivas, ya octogenario y retirado de la vida pública y de la cual no fué nunca su partidario, hace un símil feliz comparándolo con un cuadro que el autor ha bía visto cuatro años antes en el Metropolitan Club de Washington: The Victoria at rest. la pintura de la fragata inglesa que coman.
daba Nelson en la batalla de Trafalgar. SI, exclama Vivas, El Victoria en descanso. Cuantas veces nos ponemos a contemplar don Anselmo Rivas, en los días presentes lo comparamos con aquella nave triunfante que sólo sirve de reliquia, de recuerdo brillan te en el suelo a que sirvió en horas muy tem pranas para el porvenir nacional. después de estudiar al hombre del hogar, al de letras y al público que como el señor Rivas alcanzara la ancianidad, termina con es ta frase de contenido verdaderamente real: pa ra que sus pupilas conocieran hasta qué pro fundidad se había despeñado en ideas que él quería sostener sobre la cumbre.
Con Guzmán y Selva, a Vivas lo ligaban lazos cercanos de sangre. La abuela del óloi mo fué madre de Guzmán y tía de Selva, lo cual no obsta para que el escritor fuera al fon do de los caracteres en sus bocetos, y su ner viosa pluma nos contara intimidades del bo gar de su familia. Todo lo dice con franque za e imparcialidad como lo había prometidos porque su espíritu no concibió nunca la hipo cresía.
Aunque Vivas se afiliara al partido liberal desde su juventud, no fué nunca santo de la devoción de don José Dolores Gámez, uno de los más destacados en ese partido. En 1899, año en que Vivas escribiera y publicara su semblanza, Gámez ejercía la presidencia del Congreso y pasaba como uno de los corifeor de mayor influencia en el gobierno de aquel tiempo. Pinta los rasgos físicos de Gámez, sur modalidades como amoroso padre de familia lo juzga como escritor, como político e his.
toriador, y como le veían, en esa fecha, sus enemigos políticos: como el más peligroso de sus adversarios. dice Vivas, y al final, decla.
ra: Gámez historiador, es el que debe alzar se triunfante en el recuerdo nacional.
Pero lo que más llama la atención en esos fascículos de Vivas es, la libertad que se to ma en la semblanza de Selva al aludir al vicio del alcohol que aquejaba a ese formidable pe.
riodista. Debido, agrega Vivas, a ese mismo exceso de sensibilidad, se han arrojado ciertos individuos de la casa de los Selvas por la sen da del vicio: pero aún extraviados en él, sus corazones no se corrompieron jamás y fueron siempre amigables para el dolor ajeno.
En las anteriores frases, su autor, que pade cía del mismo atavismo hiperestético, debid recordar al escribirlas, sus mismas caidas cuan.
do los vapores del vino se le subían al cerebro debilitándole la voluntad y arrastrándolo, a veces, a desvaríos mentales, o a pesadillas fan tásticas de visiones nocturnas como cuando es cribía esto. Pensé que en mi cuarto una noche En hondo silencio sumido Al tayo de lámpara eléctrica estando yo solo, bien mío, Mirando me hallaba en inmóvil Manojo de huesos, Tu blanco esqueleto colgado En utna luciente. bien, cuando contaba a sus amigos de la intimidad, que había noches en que le asaltaban esqueletos con barba forcejando por llevárselo con ellos. así era el inquietante cantor granadino; mas pasadas las horas o los días de esas terribles experiencias, que atormentaron también a Poe y a Baudelaire, volvía de aquel estado con el corazón limpio, como el de un candoroso niño, aunque quizás conocien do la falta de gobierno de sí mismo de que carecía para oponerse a las fuerzas satánicas que lo arrastraban al ambiente vaporoso de la Musa Verde, como llaman los franceses a e sas crisis del alcoholismo.
Pero. ay. así como ocurrió con Poe, con Musset, con Baudelaire, con Verlaine, con Es.
pronceda y aún con nuestro gran Darío, esa misma Musa Verde con su alucinante veneno (Concluye en la página 166. Separados para siempre Nos lanzamos a los vicios quedamos como el patio Desolados y marchitos.
He llegado muchas veces buscar siquiera el tronco Del naranjo que yo mismo Vi sembrar, y cosa alguna Dónde estuvo me lo dijo. arrojando una mirada Con dolor en torno mio, Ensanchándose mi pecho, Se alivió con un suspiro.
En las horas de la desolación, escribió, fir.
mado con su sugestivo seudónimo, El Africano, la poesía Calvario en la que exclama. Sólo el dolor perfuma nuestra vida, Porque sólo al dolor fué concedida La gracia de dromar el corazón El que llora, ese vive solamente Ese siente En su pecho el latir de la Creación En todas esas poesías revela Vivas la mara Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica