154 REPERTORIO AMERICANO EL VIERNES DE ENERO. Atención de la autora, en el 1000 del Rep. Amer. a the Rints himenis vis ZBATXE Ricardo Jiménez El viernes cuatro de enero, los amigos y familiares cercanos del ex Presidente, hombre de letras y leyes, Lic. Ricardo Jiménez Oreamuno, Benemérito de la Patria, al cumplirse el primer aniversario de su desaparición terrena, improvisaron, como en otra ocasión, hace pocos meses, un cálido y espontáneo homenaje a su recuerdo. Fué un sencillo desfile matinal hacia el cementerio, llevando, manos femeninas, una corona de frescas flores, para depositarla en la tumba del ilustre estadista desaparecido.
Tuve la dicha de formar parte de tan sencillo y significativo acto, al que asisti con fervorosa intención.
Esta fresca la mañana de enero. Todo es paz y recogimiento en estos simbólicos momentos. Vamos hacia la última morada terrenal que hace apenas un año acogió cálida y amorosa mente la forma material de nuestro recordado don Ricardo. El nos ha precedido; allá llegaremos también, algún día. Es consolador y grato sentir que allí él nos espera, hecho memoria, cuando se nos llame a la hora final.
Don Ricardo hizo su último viaje, tal como vivió: sin repiques, sin anuncios, sin despedidas espectaculares. Traspasó los umbrales del misterio pronta y silenciosamente. Des cansa, así, como en sueño tranquilo!
Mientras vamos camino al cementerio, por la larga avenida, surgen uno a uno los recuerdos que ya son pasado, un imborrable y benéfico pasado en mi memoria. La suerte me llevó, a su llamada, al lado de don Ricardo, durante su última administración de Presidente. No lo había conocido bien de cerca antes. Si sabía, por tradición popular costarricense, que guiaba con sabiduría los destinos del país, que era varón ungido por los dones de su saber y su privilegiada inteligencia. En torno a su personalidad destacada, se tejían múltiples descripciones. Lo veía de cuándo en cuándo en otra época en que pasaba con frecuencia frente a su residencia presidencial y lo saludaba con respeto y admiración como lo hacían quienes lo veían en alguna ocasión. Mi hermana mayor y yo, hacíamos siempre un hermoso comentario, después del presidencial saludo, y ella, en su imaginación, se llamaba a sí misma, la novia de don Ricardo! Pasaron algunos años y atendiendo a su deseo personal, llegué para ayudarle en las actividades administrativas, al comienzo casi, de su tercera presidencia. El recuerdo está vivo y persistente. Era una mañana transparente y brillante como ésta del cuatro de enero. Fué brillante en mi vida, con simbólica luz, porque desde aquel mo.
mento comencé a tratar de cerca al sabio hombre de leyes y letras, singularizado por las más opuestas y extravagantes definicio nes. Nadie, hasta entonces, había podido pintar satisfactoriamente la imagen que es te hombre del pasado, del presente y del porvenir fué fijando en mi alma, en mi mente y en mi vida, día con día. Cuando llegué a la que habría de ser mi nueva oficina, a la casa presidencial, alguien se acercó discretamente para sugerirme que sería bueno y del todo indispensable como señal de cortesía hacia el respetado mandatario, que me presentara a saludarlo, antes de hacer ninguna otra cosa, siendo necesario it a buscarlo a su despacho, distante algunos pasos de mi oficina. Respondi con expresión natural, que siendo yo una dama, esperaba que él viniera a mi nueva oficina, donde ya me había comenzado a orientar e instalar, entre los centenares de legajos y documentos que muy pronto habrían de ser objeto de mi cuidadoso ordenamiento. Como por efecto mágico de mis palabras, volví la mirada hacia la puerta inmediata al pasillo y la silueta alta y elegante de don Ricardo apareció en el umbral. Se adelantaba a mi pensamiento. Cómo está, señorita. oi de sus labios el acogedor saludo. Vine a conocerla, pues no había tenido antes ese placer, ya que mucho me han hablado de usted, tanto Carlitos Brenes, como otras personas. Don Carlos Brenes, Ministro de Hacienda en aquella época, quien aunque desaparecido también, vive siempre en mis buenos recuerdos, le había hablado de mi dedicación al trabajo. iQuién pudiera baber tenido la virtud maravillosa de aprisionar su imagen en forma real para que jamás se desva.
neciera! Tal fué la perdurable y singular impresión de aquel instante. Era realmente don Ricardo quien estaba frente a mí, explicándo.
me con sencillez, cómo habríamos de traba.
jar en adelante, tal como si se tratara de quien desempeña un modesto cargo. No hacía alarde alguno de su autoridad suprema. Al verlo.
en su diario trabajo, daba le idea de un cumplido ciudadano que con naturalidad es útil en el ambiente en que se mueve y modestamente lleva a efecto lo que se le ha encomendado, por lo cual recibe también, su modesta paga.
Un ciudadano como todos, pero que es serio y está pronto a atender los problemas de todos, para resolverlos, para dar a cada uno lo que suyo es. Ese iba a ser mi patron. Yo, que en poco había tenido y tengo mis modestas capacidades, trataría de esforzarme, ya fuera como oficinista o como empleada consciente de mi deber, para tratar de ayudar a aquel hom bre que todo lo sabía disponer, que legislaba con facilidad pasmosa, y hacerle por lo menos más fácil la condensación material de su intelectual fluidez y más llevadera también, hasta donde mi modesta cultura me lo habría de permitir, la vida de continua faena, de constante pensar. Al laborar a su lado, tenía que ser forzosamente una especie de portadora de sus ideas, de sus resoluciones, de sus dictados, medianera entre su mente excepcionalmente dotada. clara y meditativa, y el papel que recibiría la impresión de mis trazos taquigráficos, que a los pocos días se deslizaban por centenares, unidos unos con otros, cayendo en perfecta armonía en las páginas de mis libretas, todo al compás de aquel ritmo de su voz que nunca olvidaré.
Pasaron con roce de sedas y murmullos de aguas tranquilas, incontables instantes, horas, días y sumaron algunos años que volaron sin dar tiempo casi para apreciar su duración. El trabajo que se hacía a la sombra de este viejo roble, era mejor que toda otra actividad. El mandatario y el hombre de hogar eran una sola persona. Su vida sencilla por excelencia.
lo esbozaba como un ser apacible, mesturado, suave, con gentileza de caballero de leyenda. Mantuvo en mi espíritu la llama encendida de una constante admiración; en mi mente, la idea de superación de pensamiento y en mi corazón el afecto respetuoso y dulce como de bija para el padre que aconseja, de leal amigo cuya experiencia a través de largos años intensamente vividos y pensados, más de una vez pude aprovechar. Múltiple en sus juicios, subyugador en su lenguaje, sensitiva receptora su mente a toda idea, por extraordinaria o trivial que fuese; ocurrente infinitas veces, de fina critica otras. Siempre, aun sin advertirlo él, fué pródigo en alguna enseñanza que a la mano venía. veces, remediaba el mal, y daba, para ello medicina amarga, muy a su pesar. su lado, un minuto valía una hora y una hora muchas más. Es así, como al sólo recordarlo, vibran en mis oídos sus palabras y aletea la musical elegancia de su lenguaje. Perduran aún y continuarán en las mentes de cuantos como yo, tuvieron la fortuna de haber estado a su lado mucho tiempo, disfrutando del beneficio de su exquisito trato.
El postrero día de su última Presidencia.
a la que aquí me refiero, así como el comienzo de mi llegada a su lado, fué singular también: así lo fué cuanto a él se refería. Firmó el úl timo libro rutinario de gobierno y me dijo. Tome, déle esta pluma a Joaquín, a él se la ofrecí. y aquí está la fotografía que usted deseaba. en ella escribió mi nombre y grabó su autógrafo y la fecha, nada más, con firmeza y precisión. Hoy esta fotografía engalana el REPERTORIO AMERICANO encabezando lo que en su honor se diga en esta fiel publicación que don Joaquín desde hace largos años con tanto cariño edita. La expresión captada por el experto Gómez Miralles es la que él so lía tener en los momentos corrientes de su vi.
da habitual. cuando conversaba, escuchaba a.
tentamente o esperaba paciente una respuesta a alguna de sus preguntas, a fin de guiarse en la formación de éste u otro juicio personal. Esta expresión de su semblante era poderosamente atractiva para quienes le admirábamos y le pro fesábamos especial afecto. Al descolgarla de la intimidad de mi residencia, dedico con silencioso recogimiento unos breves minutos a su recuerdo y revivo intensamente, la feliz época en que el destino me llevó para ayudarle, modestamente, en su trabajo cotidiano de hom bre que desempeñaba su tercera presidencia de nuestra amada Costa Rica, como infatigable y consciente trabajador.
conocerme a Helia Dittel San José, de enero de 1946. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica