REPERTORIO AMERICANO 275 Beba cervera SELECTA De malta y lipulo. es S, un factor humano. El General Lee te nía como Capitán a un hombre que de tal no llevaba ni siquiera la apariencia, pues todo en el reflejaba la animalidad. Era un hombre rudo, violento y atrabiliario al cual los pasajeros habíamos ya aprendido a odiar cordialmente durante la travesía. No sé, en verdad, como la Compañía podía tener en uno de sus principales barcos de la carrera entre América y el Extremo Oriente a semejante individuo.
Desde cubierta, apoyados en la borda que daba sobre el molo de atraque, vimos los pasajeros como las autoridades japonesas discutían con nuestro Capitán acerca de la salida del barco. Finalmente oimos claramente cuando un marino nipón el Capitán de Puerto talvez le dijo en tono cortante a nuestro skipper. Allright, Captain. tell you is a typhoon!
War or not war, if you leave, is at your tes que iban de camarote en camarote, presown responsability. Se izaron las escalas y zarpamos No tando su ayuda. Nadie se desvistió aquella noche, ni mucho menos nadie pensó en ir bien hubimos salido del abrigo del puerto, al comedor. Al día siguiente los rostros una racha de viento casi tumbó nuestro tenían un color terroso producido en parte navío. Desde ese momento empezamos a por el mareo, en parte por el insomnio y en danzar. según dicen en jerga marinera.
buena parte también por el miedo. Pues, las tres de la tarde de ese día, creo que miedo todos lo sentíamos. Más que eso. nadie podía tenerse en pie en el inmenso estábamos aterrorizados. través de los transatlántico. Soplaba un viento húmedo y cristales no se veía horizonte: ni cielo ni caliente que hacía la atmósfera casi irresmar, sólo una cortina gris y activa que no pirable. El horizonte estaba oscuro, y plom sabíamos si era agua o era aire. Ese día la mizo, como una gelatina de nubes. Para mayor parte de los pasajeros se agruparon defendernos de las olas que barrían los en el salón principal. El primer síntoma puentes y cubiertas, había sido necesario colectivo del pánico es siempre el agrupacerrar todas las claraboyals, escotillas y las miento, la reunión, el contacto de voces ventanas de vidrio de la inmensa galería y presencias. Muchas personas no bajaron que contorneaba la cubierta principal del esa segunda noche a sus cabinas durmiebarco, Hamada promenade deck. Nos so ron allí, echados sobre la alfombra del focábamos, pues, por igual, en los salones salón.
como dentro de nuestros camarotes. las El viaje de Kobe a Shanghai dura, haseis de la tarde corrió el rumor de que un bitualmente, dos días, de modo que por serio accidente se había producido a bordo: aquel momento ya deberíamos haber estado un grupo de muchachas americana s, en entrando por la ancha boca amarilla del compañía de unos jóvenes oficiales de mariYang tszé. Estos eran los cálculos que nosna y aviadores estadounidenses destinados otros nos hacíamos. Pero sólo vientos y a Manila, decidieron afrontar el tifón agua veíamos en torno nuestro. Nadie saarrinconados en el pequeño bar de la cubia decirnos cuando llegaríamos, ni dónde bierta de primera clase. Una ola gigantes estábamos, ni para dónde íbamos. El Caca, que tumbó el barco hasta casi ponerlo pitán se había hecho invisible. Quién pohorizontal, volcó todo lo que podía volcar día llegar hasta el puente a pedirle cuense en la cantina, incluyendo sillas, mesas tas de nuestro rumbo y situación? Si aly botellas; el grupo fué lanzado violentagún audaz, venciendo vaivenes y mente al suelo, personas sillas juntas, y hubiera conseguido poner pie en el puente, allí cayeron hombres y mujeres por igual, seguramente un puntapié del Capitán lo entre las copas y botellas rotas. Una joven hubiera echado rodando escaleras abajo.
sufrió fractura de la columna vertebral, Estábamos abandonados a nuestra suerte. lo que le significó después seis meses en El tercer día fué particularmente trás aparato de yeso en un hospital de Shangico. Los niños, enfermos, hambreados y ghai) y otra se produjo una enorme herimareados, lloraban. Vi a muchas señoras da cortante en un muslo (con el filo de arrodilladas allí, en el salón central, piuna botella rota) y fué llevada a la enferdiendo a Dios misericordia y el perdón de mería sangrando abundantemente.
sus pecados, pues ya muchos creían que Esa noche, casi todos los pasajeros per había llegado nuestra última hora.
manecimos en nuestras cabinas, defendién En una salida que yo hice al pasillo, donos como mejor podíamos, de los vai atiné a ver a uno de los deck stewards venes que eran a veces tan violentos que que se afanaba en reforzar las amarras de nos lanzaban de nuestras camas al suelo. un montón de sillas de cubierta.
Baúles, cajas, maletas, todo tuvo que ser. Cuándo llegamos. le dije. Dónde amarrado por los stewards y tripulan estamos. Qué ha pasado. Hemos cogido la cola o el centro mismo del tifón. Vamos saliendo de él o estamos recién entrando en su área. Nadie lo sabe, señor. me replicó el hombre, con una impresión de espanto retratada en el rostro. Nadie sabe nada!
Los tripulantes están a punto de amotinarse! Unos creen que hemos perdido el rumbo y que el Capitán no sabe ya hacia dónde navega. Otros piensan que hemos vuelto proa atrás que estamos tratando de regresar a Kobe. Regresar a Kobe. exclamé. Después de navegar tres días. Cuando ya deberíamos estar montados sobre los edificios de Shanghai. acaso en las mesetas de Mongolia, o en el Desierto del Gobi, o en las montañas del Tibet, Techo del Mundo. Yo no lo sé, señor, me respondió de nuevo. Nadie lo sabe! Creo que si libramos de ésta, habremos nacido de nuevo. God save our souls. Volví al salón y aquello más parecía un campo de refugiados de una ciudad bombardeada o destruída por un terremcto, que el salón de un barco de pasajeros. Me contaron que una señora, enloquecida, había tratado de lanzarse al mar y se había estrellado la frente contra los vidrios de la galería; la habían llevado a la enfermería en un acceso de histeria que había impre sionado profundamente a los demás pasajeros.
Transcurrió aquella tercera noche en un suplicio lento e interminable. Eranos loé condenados de un infierno que olvidó ei Dante en sus Siete Círculos. No habíanios comido durante tres días. Estábamos emaciados y deshidratados. El mareo había dejado lugar a una especie de sonambulismo en que nadie se preocupaba ya de los demás. Las gentes se tendían allí sobre la alfombra, monologando, gritando y pidiendo ayuda a sus particulares dioses o a sus santos predilectos, sin asomos de pudor ni timidez. Todas las convenciones, los prejuicios y las reglas de buena educación se habían borrado de nuestras psiquis. Creramos que íbamos a morir y aguardábamos mareo Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica