REPERTORIO AMERICANO Pero en su labio pétreo, el canto nunca dicho, es la verdad mayor que labran los silencios.
Tristeza y júbilo del arcoiris Por Antonio Montalvo (En el Rep. Amer. Ya el cabullo amarillo que viera Juan de Patmos y que vimos nosotros; de lejos, con ojos pavoridos, con su jineta ciega se escondió tras un lúgubre horizonte de niebla.
Podéis buscar su grito con la pica, y herirla, la saltante astilla, desde su pecho inerte, os dirá de la entraña compacta, sin dolores, de la total molécula de la piedra sin muerte.
Figurada despierta, pero más que dormida, privada del color, del vuelo del augurio, sin paz ni sobresalto, sin adánicos sinos, sin pasión ni esperanza, su paraíso les este, sin luz, bajo el fulgor del mundo, e insaboro mientras la sal conservas y melifica el fruto; sorda junto al rumor, ciega bajo los astros, antitesis del pájaro, de la brisa del agua, de todo lo que pasa, de la flor y el minuto.
Jamás os respondiera y nunca os engañara, ni pródiga, ni astuta; ni ternuras, ni frio; ni celo, ni pesares, ni abrazo, ni amargura; ni recuerdos, ni anuncios, ni pavor, ni desvío, ni fuerza de explosiones como en la primavera; ni cansancio, ni duda, ni posesión, ni hastío. Cuántas cosas callara, si la piedra sintiera! Nunca tan gran silencio se hizo en el mundo, tanto que sólo se perciben las voces del silencio.
Cesaron de cruzar por los cielos alternos las aves de los roncos graznidos infernales.
Se puso el sol siniestro y cruel de los combates, la luna de la muerte, la estrella lagrimeante del héroe inconocido.
Sin los frutos fecundos que son dolor, retoño, alegría también, destrozo, fiebre, anhelo, detenida en un punto del espacio, estatiza esta mujer de piedra, los contornos del suelo.
No buscará las ramas del sustento. Ni cuantos la miren desearán sus formas en desvelo.
Para moverla obreros fornidos usarían como en labor de lucha, las palancas de hierro, y cien ángeles arduos no pudieran alsarla hacia donde se alarga la dulzura del cielo. si mi amiga un dia quisiera retratarla, sus pinceles que hicieron la Virgen Reina, habrian en un óleo terroso, por fuerza, da mojarse.
Atrás, en una linea de tiempo imperceptible, entre el ayer y el hoy, quedan los escenarios del drama apocalíptico. la otra bestia bíblica, el caballo bermejo que tatuara la carne bendita de la tierra con sus horribles cascos de la cruz retorcida, se despeñó hacia el vórtice de un abismo infinito.
Atrás quedan los ayes del dolor y la muerte, las boas de la angustia.
los reptiles del hambre. el tigre del coraje, la hiena inexorable.
Ese ayer indescripto, que apenas presentimos: los cielos encendidos de los ángeles sin alas, los horizontes de humo voraz de la trinchera, las albas de las bombas crepitantes, los mediodías del sol y de la nieve.
los rojos crepúsculos de la metralla, el desierto y la selva de las negras vigilias.
Quedan los inauditos campos de prisioneros: infiernos del martirio y de la inmolación, eriales del dolor donde la bestia humana sólo sembró las plantas del odio y la venganza.
Atrás, y sin embargo, repercutiendo siempre, dentro los oídos quedan: los gritos de agonía de los que balbuceando: Madre! Patria. Libertad!
y envueltos en sudarios de heroicidad hallaron sus sepulcros, extraños, en el fondo marino, bajo arenas lejanas.
Quedan esas legiones de madres, cercenadas sus flores de cariño, esas niñas que tanto a luz de la esperanza soñaron en las horas del azhar virginad y del laurel invicto; esa legión de huérfanos que ya nunca en los ojos del padre han de mirarse.
Mujer de piedra, estatua del silencio tendido cara al sol, a la lluvia, al confin y al vacío.
Soledad que no siente, sordera que no sufre, conformidad en gris, residuo de infinito, Mujer de piedra, ausencia del pensamiento, ausencia de la nostalgia, ausencia del bien el mal Alguno que te advirtió en el fondo del patio soledoso, en tu mudée inánime, creyó como Darío, en esa dicha inerte de la piedra insensible, que ignora su dureza, su asperidad, su frío, la dicha de la piedra, más que del árbol. suerte de crecer floreciendo, reventar, y caerse, en las hojas oscuras y en el tronco con muerte Mas en no poseyendo ni un corazón silvestre, Mujer de piedra acaso tu dicha sorda suene cuando la dinamita explore entre tus sienes, y con toda su estrella y su podre, parece más dichosa la entraña que no sabes ni tienes, la que alza ahora a mis ojos el llanto que humedece el paisaje de sangre donde los hombres mueren, que refleja el recuerdo de otras vidas, y baña ese presentimiento de otros caminos fieles, cuando recoja Dios mi corazón sin paso y lo entregue al moldeante decurso de sus leyes.
Sobre un mundo que llora su llanto de amargura, de mística esperanza, y de clara alegría, sobre un estremecido océano de sangre, sobre los blancos huesos de millares de muertos, sobre una caravana de espectros mutilados, y sobre los escombros mutilados, y sobre los escombros negros de las ciudades, flor del jardin sangriento del Triunfo y la Victoria se levanta a los cielos lejanos el arcoiris. Qué doliente y amargo este júbilo raro que bebemos, y que deja en nuestra alma tanto sabor de sangee! este estremecimiento tan humano y tan cierto de dolor y alegría!
Quito, 1943.
Parece que un sol nuevo alumbrara la vida!
que, de pronto, nacimos otros, en nuestra misma Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica