REPERTORIO AMERICANO 295 De la Vida y de la Muerte (Libro do. En el Rep. Amer. IV De la paternidad Hay fenómenos en la vida que uno se los explica por aquello de que, por la costumbre, todos suelen ir a volcar su contenido emocional sobre los mismos tópicos. Cuántos no han dedicado sus voces a la maternidad, llenando su cometido de lugares comunes. En cambio, nadie, que yo sepa, ha escrito unas líneas acerca de la paternidad. Parece que el afecto que el padre siente por sus hijos no valle delante del que experimenta la madre, ven, sin propenérselo, la más auténtica y más hermosa filosofía del tiempo.
Mietras para nosotros la vida se compone de cositas intranscendentes que pasan en el tiempo, para ellos la vida es toda tiempo. así, sus vidas humildes y oscuras se convierten en una categoría trascendental. Sus pobres vidas sencillas son como bloques de eternidad entre el mar de días fútiles de la vida corriente. Para ellos vivir es la expectativa del morir; es el vivir vigilante, alerta, ante el abismo de la muerte No hay vivir más consciente que el que es expectativa del morir. Ese vivir es el ser puro; el ser sin aleaciones extrañas. Es el ser en que la temporalidad casi ha desaparecido para dar lugar a la eternidad. En el ser a modo del mistico, a modo de Dios, el tiempo se transmuta en eternidad. Si comprendiéramos esto seríamos felices con el simple vivir. con vel simple ser. y por la decantación del vivir, por su contemplación emocionada, mística, transmutaríamos el vivir en eternidad seriamos como dioses.
Si nosotros nos preguntaran, qué deseas. contestaríamos: dinero, comodidades, placer, poderío, gloria. Pero ellos, los místicos, nó. Ellos contestarían con una sola palabra. Vivir. Pero, después harían más claro su pensamiento. Dirían: Vivir para morir. Para ellos vivir y morir es la misma cosa. Todo es eternidad.
Nosotros vivimos, pero no estamos conformes. Para nosotros no es la vida lo que vale sino lo que hay dentro de la vida Para nosotros una vida en que no ocurren cosas no vale nada. Sin embargo, muchas de las vidas más grandes, las que más han influido en nosotros, son vidas en que no ocurrieron grandes cosas. Por ejemplo, la vida de Sócrates, la vida de Platón, la de Tomás Kempis. Pero eran vidas. qué vidas! Nada grande que hubiera ocurrido en esas vidas hubiera sido más grande que las vidas mismas.
Si vivimos, si sabemos que vivimos, si sentimos que vivimos, debiéramos sentir la plenitud. Pero no sentimos tal plenitud; por el contrario, nos sentimos infortunados si además de vida no tenemos las otras cosas secundarias. de esa nuestra mi pia para ver el valor de la vida, el valor del ser. nace la infelicidad humana.
Esta obra, generalmente, a impulsos del instinto: la naturaleza obliga. En ella hay, más que nada, corazón. Obedece al imperativo que mueve a los seres a conservarse y a velar por los que de ellos derivan. De pequeña, tal fuerza se contenta con las muñecas, luego, ya mayor, las muñecas truécanse en infantes de carne y hueso con los que desea continuar aquellas prácticas primeras de la infancia. Pero, ha de darse cuenta de que no sólo los bebés vivientes ríen y lloran, sinó que, además, se enferman y pueden morir. es ante la enfermedad que la pobre madre se halla sola y desorientada, porque nadie le había hablado de estas crudas realidades. Le habían dicho que para casarse y tener hijos sólo contaba la voluntad, pues lo otro venía después. Es cierto que llega, y a veces con aires de tragedia!
a El afecto del padre es más callado, más reposado, más cerebral. El corazón obedece a la cabeza. La madre solo ve el presente, y desearia que fuera eterno para que no se alterara la presencia de los hijitos. Al padre, en cambio, no le importa el ahora, sino el después y se afana para que éste no le halle desprevenido. Parecerá que el amor paterno es más egoísta que el de la madre; pero no es así. Desde el momento de nacer, el pequeño es para su progenitor, el hombre que ha de ser útil a los demás y, ya no habrá momento en que no se afane por el porvenir de la criatura.
En la preparación para la vida, el padre tiene prisa; la madre, no. Hasta en los castigos es más remiso el hombre que ia mujer; castiga el primero duro, cuando hay motivo grave: la madre, por cualquier cosa. Por esto es siempre temido el padre y, raras veces, la madre. Claro que no hay regla sin excepción y, a menudo topa uno, con harta frecuencia con ciertos padra.
zos que no son dignos de sus vástagos.
La naturaleza es sabia y en todo ha hecho intervenir dos aspectos de una misma dinámica. La mujer es cómo es, para que, con el aspecto activo del varón se complete la pareja, que será ideal y duradera, cuando cada elemento psico fisico del uno es complementado por el opuesto del otro.
Nos inclinamos ante el amor de la madre que es como un faro de luz inextinguible que ilumina nuestra vida.
queremos decir es que el del padre es tan excelso y necesario, y los dos cariños, cordial el primero y reflexivo el segundo, constituyen el amparo de la prole. Cuando por anormalidades en ambos afectos hay defecto de armonía, se desmoronan las familias. El padre ampara; la madre llena la vida de los suyos de amor, resultando de tal equilibrio el hogar ideal que ha de permanecer si queremos que subsista la base moral de la comunidad.
Luis Villaronga San Juan, Puerto Rico.
Lo que ACADEMIA de Pintura, Acuarela, Dibujo y Grabado para el curso de 1945 Pida detalles a Don Manuel Cano de Castro Apartado 382, en San José Teléfono 2247 Lorenzo Vives Costa Rica, 1944. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica