Yolanda Oreamuno

236 REPERTORIO AMBRICANO México es mío Por Yolanda Oreamuno. En el Rep. Amer. Cargadores (Dibujo de Roberto de la Selva) Es mío en las cosas suyas que he com cia los lomitos del sendero, próximas a roprendido o sentido.
dar en un trágico despeñadero de cincuen En el cielo violeta, tan alto, tan alto, de ta centímetros, y a perderse en el pasto sus tardeceres. Cuando la gran ciudad co más fino, más rígido, más erecto del prado.
mienza luminosa a defenderse de la noche, No importan, ciertamente, los árboles grany se mira sorprendido los anuncios que de des, en estos caminos chiquitos. Pero sí, día pasaron inadvertidos o nos parecieron las ramas bajas que nos tocan la cara, el incoloros. Cuando los faros de los auto lecho de agujas verdes que los pinos arro móviles interrogan la calle paralelos, el jaron este otoño para abrigarse las raíces viento es más frío, y las gentes corren del frío, agujas que a veces calen huérfanas presurosas tras la cena, se arraciman en como lluvia vegetal sobre el sendero, o las esquinas esperando un camión, y se se desprenden en racimos como flores irivuelven más intimas hacia el recuerdo de la sadas y oscuras.
casa abrigada, acogedora; y cuando vemos En las amplias calzadas guardadas por todo sin ver nada, y sólo divisanos al fon centenarios ahuehuetes de Chapultepec.
do nuestros propios pesares o alegrías des No centenarios, milenarios árboles a quiebordados, en disfraz de fantasía. y nos nes el hombre tiene hoy que remendar el hacemos grandes al contagio con la in corazón con cemento, porque si no, caerían mensidad de la noche que llega. Entonces, abatidos por el viento, quebrado su tronco México es mío.
roñoso. Troncos con heridas profundas, Tardes transparentes, sin celajes, de un insospechables, donde a veces parece aborsolo color, viajero a violeta. No hay enga tar una rama, o bifurcarse la médula del ños. De golpe las cosas que fueron rosa, árbol, y que si tocamos está fría, es sabiase hacen negras, los árboles que fueron ver mente irregular, o está roja y joven como des se hacen negros, los mármoles que fue una herida reciente. Ese falso vigor del ron blancos se hacen negros, lo que fuera ahuehuete. es cemento. En esas calzadas sórdido, se hace negro, lo que fuera triste, sombrías, de un gris humoso, que la huse hace negro. Es la tarde amatista que medad llena de aire quieto, estable, cortan muere de cuajo, y es la noche de invierno te, donde las sombras humanas son demasorpresiva, alevosa, que la mata.
siado regulares para el encaje indescrip Se meten las manos enguantadas en las tible que dibuja el sol cuando puede, a trabolsas del abrigo, o se cruzan los brazos, y vés de las hojas, llegar tan abajo; en esas vemos para abajo y para adentro. El ojo calzadas quietas, silenciosas, que mueren reduce su radio de acción; ya no existe en una carretera, en un senderillo, en las el cielo, ni los pisos superiores de los altos faldas del cerro a donde van a mirar el edificios, ni los postes del alumbrada, ni Castillo o que agonizan en sí mismas en nada que esté fuera de esa intimidad que un dédalo de inutilidad desorientación; hace necesaria la noche, y la lucha deses en las calzadals de los ahuehuetes. en el perada de la ciudad que no quiere aho lago con patos que siguen las lanchas, en garse en negro. Entonces México es mío. el orgulloso Castillo, en los prados, en los Es mío en los paseíllos artificiosamente espinos de frutas rojas, en las campanulas retorcidos de Chapultepec, bordeados, no azules y en los caminillos secretos de Chade árboles en los caminitos angostos los pultepec, México es mío.
árboles no importan bordeados de yerba Mariachis para el turista, que no lo fina, rígida, erecta: de musgos acolcha son tanto. Porque si bien es cierto que se dos, o rastreros, o fibrosos; de una cinta cuadran en Tenampa, desde las siete de la de piedrecillas mayores que los pies del noche hasta el amanecer con sus guitarras, viajero han ido empujando, empujando ha y cantan para el turista, no son de él. Son de aquel que puede ver no los colores del zarape, sino lo raido de la trama, no la casaca bordada del charro. sino la ausencia de pantalones idénticos a la casaca, bordados esplendentes. Son burdos pantalones de obrero, a veces con cal, o con un polvillo de madera olorosa que trajeron del taller, o con muchas manchas y remiendos de miseria. Son Mariachis de aquel que ve que tienen frío, que a veces tienen hambre, y que pedir un peso por una canción sentida, es muy barato para una sentida canción. Son del que observa en la guitarra, grabada a mano, una estrofilla Tendiendo ropa antojadiza que cantarla (Dibujo de Roberto de la Selva) cuando cantan solos, Del que no les pide, metido en un tibio automóvil, bajas las ventanillas, relajada la posición, plantado en el centro de la calle, una canción ame ricana, el último swing que siempre tocan muy mal, sino del que quiere oirles una estrofa, olvidada por vieja de la vie ja Llorona. las melódicas palabras de la Zandunga. o el quejido nasal de un son huasteco, que siempre cantan muy bien. Mariachis de Tenampa o Xochimilco, abrumados, envejecidos, aunque al gunos tienen doce años y se arruinan la garganta gritando para los turistas, Mariachis de ojos tristes, con cara de indio pobre que ha perdido su chinampa. Ma riachis de zapatos rotos, vestidos de ocasión para las noches de sanámbulo, Mariachis pálidos de voz enferma, que sin embargo, suena tan bien cuando llegan con ella a planir: dicen que no tengs duelo porque no me ven llorar, hay muertos que no hacen ruido y es más grande su penar. Mariachis mexicanos. Son siete, todos tristes, todos duros, todos po bres y son con ellos siete puñales filosos, puntiagudos, suavemente curvados, que en sus manos mexicanas y viriles, son siete respuestas inmediatas a cualquier pregunta torcida o a cualquier intención aviesa. Mariachis de Tenampa y Xo ximilco, en vosotros, enlutados, México es mio.
Castillos de hojalata, aeroplanos de cartón, guajolotes de fibra, volantines ner viosos, ruedecillas de colores que giran y giran, engañifas de retazos que rascan la tapa de una botella con un alfiler torcido, y suenan a motor, ollitas de barro, primu rosamente bañadas en porcelana verde o roja, sillas para muñeca con cojines de algodón talladas como encaje en madera blanda y clara, todo barato, a tostón. o a peso, todo ensartado en un palo colorin, vistoso, para los antojadizos niños ricos de los parques infantiles. Industria popular mexicana, inagotable, rica, insospechada.
Industria del miserable sin taller que tra baja de noche para la incertidumbre de un comprador que siempre regatea. Industria doméstica que va desde las pulgas vestidas los animalillos de cristal sopla do en tamaños de increíbles pequeñez, hasta las canastas de fibra o petate a comm will y hicieron para Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica