140 REPERTORIO AMERICANO La dulzaina tra. Maldita sea con este hijo inhábil que me ha salido. Mirá que voy a repartir lo tuyo en tre tus hermanos. Botá esa. chirimia y baja la tierra! es que nor Bernardo tenía cuatro hijos varones: tres de ellos sacaban buen provecho de la tierra, y el otro, Miguel, sacaba raras melodías de su dulzaina.
Na Felipa, mujer de ñor Bernardo, recordaba una vez más, que en la casa de sus padres cra cosa hereditaria eso de la música. Sus hermanos, sus tíos, abuelos y bisabuelos, hacían sonar casi todo cuanto caía en sus manos. Tablillas y calabazos, cuernos, pellejos cañas de bambú, se iban transformando en algo que daba mucho gusto a los oídos. Cómo no tener un hijo con la misma sangre. Miguel, sin embargo, ganaba su platilla, pero la ganaba a su manera: construyendo marimbas. Marimbas que afinaba con el diapazón de su dulzaina y que dejaba como canto de jilguero. Madera del autor. Cierta vez, en una hacienda ganadera, arrebató el caracol a un vaquero, y sopló una nota Dos cuentos de Carlos Salazar Herrera tan limpia, tan prolongada, tan alta que rompió (En el Rep. Amer. las nubes y empezó a llover, El tocador de dulzaina solia refugiarse en El grillo la escondida cumbre del monte y bajo el ancho El indio José había conseguido un lugar so charlo entre la armadura del techo. Subió silencio de la altura, ensayaba cuevas variaciolo litario en el ancho playón de la bahía y entre los registró todo, colgando entre los palos igual a nes a los temas que le rega aban los pájaros.
jícaros y los tamarindos armó su rancho.
un mono.
El viento bajaba porciones de melodías y fué en En las grandes crecientes de marzo el olea. Nada!
uno de aquellos regalos cuando ña Felipa dijo, je llegaba a empellones debajo de los cimientos. Quisas está por juera.
que la música de aquella dulzaina tenía. algo y todo el rancho se estremecía.
Se arrolló un paño al pescuezo y dió varias así, como un color azulito. Tampoco vay a poder dormir esta no vueltas al rancho.
che. Ese grillo está volviendo loco. Nada!
Durante la bajamar, allá muy lejos desem Entró le vinieron muchas ganas de ponerse Una mañana cualquiera propuso el viejo: barcaban las as, a empujoncitos, y se tostaba a llorar. Se contuvo para no darle gusto al gri. Mira, Miguel, cogé esa montaña del rio, el rancho iomóvil.
llo.
volteala sembra caña. Si lo hacés, te regalo el El indio José bajó del tabanco, encendió la Apagó y encendió la linterna sin dar tiem canal, la molida y el trapiche.
linterna y se puso a buscar al grillo para aplas po a que se acomodaran las sombras.
El tocador de dulzaina, después de pensarlo tarlo. Alli oigo. Allí está!
muy adentro, respondió. Cho! Es aquí, junto a la troja.
Se tocó la oreja para oir mejor. Está bien Pero ya no sonaba junto a la troja. Ese bandido grillo tiene que morir! con toda la fuerza de su brazo arrojó la. Este rancho es una desgracia. dijo y Lento, manso, deteniendo el resuello, fue dulzaina al hondo del enmarañado precipicio que dió un puñetazo en el tabique que hizo crujir acercándose hacia el rincón de donde salía el chi se abría a cincuenta pasos de la casa.
el armazón.
Wido.
Miguel empezó a derribar árboles. Arboles El grillo guardó silencio el hombre se fué. Hora sí. Aquí tiene estar! Detrás de viejos y testarudos que se desplomaron entre rona acostar, la botella de canfin.
cas protestas de toda la montaña, que poco a Unos segundos después volvió el chillido. Quitó la botella. Escudriñó con mil ojos. Re poco fué renunciando, por la fuerza, a su voAgudo. Obstinado. Intermitente.
movió el polvo. Araño con los dedos la tierra. cación de continuar siendo montaña.
El indio José padecía de insomnio. ratos ¡Nada. No estaba ahí. Ese muchacho se va a matar. suspiraba caminaba la madre, mirando hacia el bajío por entre los el sueño. ratos se tendia en el tabanco apretando con rabia los El mar había bajado tanto, que apenas se barrotes de la cocina, mientras al amor de dos párpados. Ya le echaba las culpas al grillo. Ya le oía rasgar sus listones blancos.
fuegos calentaba el chocolate para aquel hijo que le echaba las ou pas al rancho. Finalmente se Los pasos del indio José iban dejando en la era más suyo que todos los otros juntos.
acercó sin querer al verdadero motivo de sus an playa un reguero de eslabones.
Miguel sacó en troza, la madera gruesa, piVolvió a mirar para atrás y contempló un có la menuda en leña, hizo una ronda gustias.
le dió. Si al menos tuviera con quien hablar. momento el rancho ardiendo.
fuego al charral.
Decidió hacer un esfuerzo para volverse sorSu cara se iluminó dos veces. Primero con el La noche de la quema, pedazos de montaña do y se dió a pensar en sus tristezas.
resplandor de las llamas. y después con una exinflamados subieron hasta el cielo. Se iluminó Fue en aquella última luna que se había quetraña sonrisa de triunfo.
la serranía y se volvió roja la luna.
dado solo. Su mujer, a quien quería más que mucho, había einpezado con los dolores del parto y entre quejidos y lágrimas. al fin se había quedado tranquila bajo una cruz. a la sombra de los cocoteros, El indio José vivía desde entonces la espantosa soledad de su rancho, amargado por los recuerdos desvelado por las amarguras. Pero en aquel momento, lo grave, lo importante, lo inadmisible, era que un grillo se había apoderado de su vivienda. Bste rancho no me quiere. De nuevo encendió la linterna. Creyó escu(Madera del autor. caminaba tras Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional. Costa Rica