78 REPERTORIO AMERICANO aquellos que sólo un afán concupiscente les anima. Todo partido, todo movimiento, toda aspiración tiene su judas que deshonra y desvirtúa los objetivos apetecidos.
Hemos llegado a un punto que ya no nos importa saber si los imperativos éticos provienen de la naturaleza como quieren los continuadores de Bacon, Hobbes, Spencer y sobre todo Rousseau, o son extraterrenos, impuestos por una entidad inasequible. Lo que interesa es dar realidad al axioma de la igualdad del hombre ante la ley, considerando siempre las diferencias por cantidad de inteligencia, aptitud y vocación para el trabajo, moralidad, etc. que siempre han de deben pesar en la consideración.
Precisamente, para que estas diferencias fuesen menores, va deberíamos haber implantado ciertas medidas prohibitivc proteccionistas tales como: la no generación de los tarados; recta y global protección a los pequeños cuidando de su salud tanto como de su moral; dar babitación propia sana, alegre y confortable a todos los que trabajen; imponer más armonía entre el capital y el trabajo; limitar el lujo inútil; ayudar al arte a encauzarse nuevamente; desterrar del mundo la frivolidad y la hipocresía, aunque vengan con marchamo de formulise mo social: La naturaleza del hombre es dual, como el Universo. Hoy, el Estado apenas se preocupa de uno de los dos aspectos y lo poco que hace, lo hace mal, porque lo que debería ser intención humana. cae en manos de partidos políticos que aprovechan la dejadez para elevar bandera en contra del bando contrario, dando ello lugar a que, la nueva casta de políticos, medre Es de justicia velar por la salud del cuerpo y para ello hay que dar: alimento sano y suficiente, trabajo ordenado, habitación confortable, recreo honesto, remuneración justa, seguridades para el caso de enfermedad, vejez y muerte. Dándole al cuerpo lo que de él es, el alma será noble y elevada y sabrá cifrar la felicidad, más que en los goces corporales, en la armonía entre ella y el Cosmos, cuyas leyes iría conociendo lentamente, logrando lo verdadera libertad, ya que se sentiría aislarse de un mal nacionalismo, de un fanatismo religioso, de una polítiquería ramplona y vulgar y, en cambio, acabaría el hombre por considerarse ciudadano del mundo, con todo el cariño al terruño propio y digno heredero de los bienes divinales.
LORENZO VIVES Hacienda San Lorenzo. Alajuela, Costa Rica, 1942.
Aquel se llevó las manos al pecho y cayó violentamente rodando por un pequeño declive, donde quedó boca abajo hundido en el polvo.
Gabriel Sánchez se alegró de haberlo matado, y comenzó a desarrollar su plan de regreso.
Bajando por un despeñadero llegó a la orilla del río, en cuyo profundidad arrojó la carabina.
Buscó luego la canoa, que días antes había es.
condido entre las breñas de la ribera, y la puso a flote.
VASH Remo. Remo usando toda la fortaleza de sus músculos, para librarse bien pronto de tan franca.
cortadura. Alcanzada la ribera opuesta, abandonó la canoa a la voluntad del río y se metió en la selva.
Ahora iba lento y sosegado, como si nada hubiera ocurrido. No pensaba siquiera en lo que había hecho. Eso lo dejaba para después.
Un pájaro bobo lo siguió largo rato saltando de árbol en árbol, hasta que se devolvió cansado de aquel hombre sia importancia.
El hombre sin importancia acabó de atravesar la selva, saliendo a un campo de pasto y después al camino carretero, ancho sabroso.
Llegó a su casa, regocijadamente. Nadie habia. Envolvió una toma de picadura de tabaco en un recorte de papel amarillo y le dió fuego chupándolo hasta colmar los pulmones. Nadie lo había visto!
Echose sobre una hamaca y sopló una columna de humo.
Entró la noche. Madera de Carlos Salazar Herrera)
Un cuento de Carlos Salazar Herrera (En el Rep. Amer. Un matoneado Ya nada tenia que pensar. Todo estaba pensado ya.
Eran las cinco y media de la tarde.
Gabriel Sánchez, escondido en el matorral, abrazado a su carabina, acechaba la vuelta del atajo por donde solía pasar todos los días Rafael Cabrera, a las seis de la tarde, cuando iba para Su casa.
a ¡Todo estaba pensado ya!
Gabriel dispararía distante ochenta pasos largos del corte caminero que da la vuelta al Cerro de los Pavones.
Allá, el camino solitario y confianzudo.
Aquí, el matorral encubridor y agazapado.
Por allá pasaria Cabrera.
Por aquí dispararía Gabriel. Las pagarás todas juntas! habíase dicho, y estaba dispuesto a cumplir su palabra.
Algún tiempo atrás adquirió la carabina en una armería cualquiera, cuya posesión mantuvo ignorada para todos, oculta en la montaña bajo unas cortezas impermeables.
Todo estaba pensado ya. No cometería torpeza alguna que pudiera descubrirlo. Para eso habia calculado todos sus proyectos hasta la saciedad ahora, sentado sobre los talones, acari.
ciando el arma, esperaba y esperaba, atisbando el recodo del camino.
Había decidido matonear a Rafael Cabrera, y para matonearlo estaba allí, inconmovible, como un monolito de piedra. Las pagarás todas juntas. Escondíase, grande y rojo el sol de marzo.
Por fin, allá al despuntar la vuelta del Cerro de los Pavones, con un fondo luminoso de celajes, apareció la silueta del otro.
Gabriel miró su reloj, Eran las seis en punto de la tarde. Cumpliría su palabra. Ya era cosa de unos segundos.
Entonces empezó a oir apresuradamente sus palpitaciones, y se enojó con su débil corazón.
Frente a él, a dos palmos, vió un racimo sazón de moras, arrancó unas cuantas y se las echó a la boca. Luego las escupió. porque no Fue cuando se dio a gustar la venganza a su sabor, gozándose del acierto de todo, y de su dominio contra la flaca naturaleza de los ner.
vios. Necesitó luego fortalecer su conciencia con las poderosas razones que tuvo para matar, llevando a su memoria los motivos que originaron aquel juramento. Las pagarás todas juntas. Había cumplido con su deber intimo, castigando hasta la muerte, con su propia mano, ya que la justicia en la mano de los jueces hubiera absuelto por falta de pruebas que, para él tenían tanta evidencia como escasos recursos para demostrarla. Rafael Cabrera estaba ahora muerto. El lo había querido. Se lo había ganado. No faltaba más! así, echado boca arriba, con las manos en lazadas debajo de la nuca, estuvo largo rato desgranando una mazorca de recuerdos viejos.
De pronto recordó que él solía permanecer todas las noches a esas horas en el comisariato del chino Acón, donde llegaban a conversar los peones y patronos de las haciendas vecinas. La erant moras.
Aquel había llegado al lugar indicado para matarlo.
Este se puso la culata al hombro, sostuvo el resuello apuntando con toda precisión. y disparó.
El eco repitió el carabinazo. Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica