111 REPERTORIO AMERICANO Oyéndolos, se entró en mi sér el ansia de comprender mi vida y mi Universo, de concertar con la Belleza pura el ritmo de mi danza y de mis besos, el de mi canto y de mi dulce flauta.
Tu perdón. Señor, embelleció mis limpios labios y esta mi postrer plegaria pasará por ellos, como por el aire pasa tu mirada de sol y de azul. Por uno en un atardecer de Alejandría, entre avenidas de papiros rubios, me hallé una fuente de agua fresca y clara, a cuya orilla me tendi a escuchar la fácil lengua con que canta el agua.
Como llevaba dátiles conmigo, bebi del agua y me senti contenta, lejos de mis riquezas y aposentos: y alli en la fuente apareció el milagro.
Fué como si todos mis amores de la tierra se me hubiesen incendiado en una inmensa pira.
De lágrimas fué el agua en que lavé mi iniquidad, Dios mío: alli nació mi amor de vida eterng si un tiempo perfume para el amor mi cuerpo, un divino amor me lo perfuma desde entonces, para que mi alma viva en un santuario augusto, limpia de toda mancha para la vida eterna.
Sol que te pones, Aton, Adonai!
Adonai, de inexhaustos esplendores, aunque alumbras los rostros de los hombres, tus huellas, Adonai, son invisibles.
El león de piel que es oro en cuarzo, de ojos solares, la paloma de arrullo enamorado, todo de ti desciende, de tu calor y de tu luz, Adonai, Señor de vida, Espíritu yacente en el Aire y en el Agua, y en la Tierra y en tu Fuego, Sol de todos los soles, Adonai, Adonai.
Gracias, Señor, que me sonries, fúlgeo, al borde ya del horizonte en fuego.
Llévate mi alma, Adonai, Adonai, pendiente de los últimos fulgores de tu infinito Esplendor, Espíritu del Sol Adonai, Adonai!
Aton, Adonai!
ras esas cosas. Le gustaria estar en la cueva del alquimista. No tendría miedo si el espíritu del Amoníaco o el espíritu del Hierro se le aparecieran entre las llamas del horno.
qué será que las cosas bonitas no son ciertas. Suena el berrido del timbre eléctrico, y, en los corredores, risas y pasear de estudiantes.
En la escalinata del otro lado asoma una muchacha con dos vasos largos y angostos. Mientras mira con aire distraído hacia la otra cuadra, vierte en el liquido amarillento de gotas claras del otro. Instantáneamente juega en el agua una luz verde, intranquila, que baila y juguetea cuando la muchacha lo mueve.
El chiquillo se queda mirando, y nota que los ojos de la señorita son verdes, aunque más oscuros que el líquido del tubo. Talvez quiere eso para hacerse más verdes los ojos? Le revelotean en la cabeza las frases del cuento de la princesa fea. Los ojos verdes, de pronto, lo miran a él. Cecilia ha notado su atención fija en ella, y tal vez halagada) le dice. Quiubo, doctor. Diego lanza un gruñido sordo hace viaje, algo colorado. No le gusta que lo crean entrometido. Pero, si en la puerta de la Universidad ha visto formarse luz verde en un tubo, puede que otras cosas increíbles no sean idioteces. Si de verdad fueran para los ojos aquellas luces. La muchacha no parecia maraviliarse de lo que estaba haciendo. Quizá si supiera tanto como ella, no le parecería tari raro. Se le ocurre entonces, corriendo la mente in darse cuenta por qué líneas, que, cuando enciende l: luz con el interruptor incrustado en la pared, ilumina la habitación con un movimiento de la mano. Suponiendo que el mago del cuento conociera la electricidad y el escritor no, hubiera expresado de la misma manera misteriosa una cosa tan sencilla como prender la luz. Guarda la idea para repasarla cuatido llegue la corriente. a las cinco, y se acuerda de que estaban jugando de vaqueros y salteadores.
Abadesa Hoy sé Ruiseñores de un jardin celeste, en torno mío, cantan de tal suerte que no se oyó así mi flauta que el encanto de mi piel y de mis ojos, que toda la magia de mi voz y de mi danza, desde que se irguió mi cuerpo, como almendro en flor, viénenme del alma, y vienenme de ti, Señor; porque tú sabias que buscaba en mis amores un solo divino amor de duración perenne.
Era así como una misteriosa certidumbre de que yo lo encontraria, sin saber adónde.
El Señor se la ha llevado en la luz de su esplendor.
Los dulces ruiseñores se han callado.
Es tu voluntad, Señor!
Costa Rica, de Mayo, 1942.
Fluoresceína (En el Rep. Amer. ha hecho sólo por entretenerse, por verlo (tan serio y sencillote como es) molesto e inseguro. Pero lo quiere, y, en esos momentos, quisiera decirle algo, hacerle un gesto de saludo que le diera a entender su estado de ánimo la reconciliara consigo misma.
en o El profesor tiene interés en que todos atiendan. Está comenzando a explicar la volumetría, y si logra hacerles comprender el principio, todo lo demás les resultará fácil. Si disolvemos 36, gramos de ácido clorhídrico agua destilada hasta ajustar un litro. Desde su asiento en primera fila, Cecilia estira el cuello para mirar hacia el corredor. Hoy no se sier te con ganas de estudiar. Algo le remuerde adentro. Con un gesto de disculpa hacia don Gonzalo, se levanta y llega hasta la escalinata de entrada. Desde allí se puede ver el corredor de la Escuela de Ingeniería. Estuvo un momento mirando hacia allá, recostada en el marco de la puerta. El corredor estaba desierto, y ahora vuelve a ocupar su puesto en clase.
El profesor explica algo de reactivos indicadores. Para familiarizar a sus discípulos con el asunto, hizo traer varios tubos de ensayo con reactivos, con ácidos y con bases. Gotas de soda cáustica caen en un líquido incoloro, haciendo aparecer una nube perpurina, que se deshace dejando todo el líquido de color rosado. Otro tubo, en que brilla con reflejos extraños una solución básica teñida con fluoresceína, se reduce a un color amarillento desagradable al caer en él unas gotas de ácido. Algo en aquel cambio corresponde a lo que le preocupa a Cecilia. Anoche se entretuvo en dejar caer gotitas de ácido en la conversación con su Jorge, el estudiante de ingeniería, hasta que, de pronto, la noche perdió su encanto y el otro se despidió sin enojarse, sin decir nada especial, pero con un aire. La sensación que le dejó la reconoce ahora en el cambio del reactivo ese.
Siente el alma desteñida y amarilla; porque lo En la segunda hora de Química, se trata de aplicar la volumetria a problemas sencillo.
Cecilia, un poco más tranquila (el orgullito es lo que más molesta: una vez decidida, ya lo peor pasó) piensa que no pudo ver a su ingeniero en el recreo. Disimuladamente sale, y se estaciona de nuevo en lo alto de la escalinata.
Apenas ha estado alli minutos, cuando ve aparecer en el corredor de Ingeniería un mucha cho moreno, que se inclina sobre la baranda y enciende ur cigarrillo. Se queda mirándola hasta que él acierta a volver a ver. ahora, las gotas de soda alcalina) con naturalidad muy convincente agita el brazo en un gesto de saludo. Cree ver cómo se le alegran los ojos al muchacho, que responde con igual gesto. Mo.
mentos después, se lo llevan otros compañeros envuelto en conversación; el instante de comprension mutna pasó, pero ahora está ella tran.
quila. Se queda sorriendo, sintiendo en la cara el aire que del Este le trae olor a campo.
Dos bandidos sorprendidos en las gradas de la Escuela, alegar a gritos con cuatro vaque.
ros. El problema: decidir si están muertos vivos. Así no juego! Así no juego! dice uno de los presuntos muertos. Se alejan discutiendo y dan la vuelta a la esquina. Sentado en las gradas del lado opuesto a la entrada, queda únicamente Dieguillo Fuentes. Aunque tiene derecho a estar en lo más bullicioso de la dis.
cusión, rumia ahora algo que dice su papá.
Diego va pasando bien en la escuela; es entusiasta por los vaqueros y el basket. Todo eso está bien, pero esos cuentos de magos y de encantamientos son puras idioteces.
Ese es un gusto que Diego conserva de otros años. No se trata de Blanca Nieves ni de Pi.
nocho. Pero en algún cumpleaños le regalaron un libro de cuentos, y en él (aún tiene el libro)
encuentra alquimistas con retortas y hornos y lechuzas disecadas: magos orientales de voluminosos turhantes, que de una vasija pueden libertar a un genio diecisiete veces más grande que ellos mismos, o iluminan una estancia con un movimiento de la mano; y princesas horribles cuyo belleza aguarda secuestrada en una redoma de cristal. Aurque él no hace comentarios, al papá le irrita ver que todavía se entretiene con tales cuentos. ratos Diego, que sabe que son cuentos, desea que fueran de veDobla la esquina una pareja, cuarentona y humilde. No es aún la hora de entrar el al trabajo. De camino, discuten el problema de la mayor, que quiere ir al Colegio. El prefiriría que se quedara en casa, ayudando, o buscaia un empleo en una tienda. La chiquilla sueña con estudiar y pasar luego a la Normal. La madre, recordando la lucha de su hermana viuda, piensa que, hasta donde les sea posible, deben ver que sus hijas tengan alguna preparación para la vida algo con qué contar en el día de desamparo. Al pasar, observa él a la estudiante en lo alto de las gradas. Se ve sana y feliz, erguida, con alegria en los ojos. Así lle Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica