REPERTORIO AMERICANO 181 nas ha existido la prosa antes que el verso Las pueblos consideran sagrados los poemas en que se narraciones místicas, legendarias o históricas fue contienen sus verdades eternas. No hay grande ron fragmentos sustraídos de grandes himnos o religión que no tenga su manantial de vida en poemas arcaicos. Las declaraciones braculares, los un poema o en un conjunto de poemas. Nació el embrujados encantamientos, las insondables sen verso en los templos, bajo la inspiración de los tencias de la sabiduría atribuída a los dioses, a dioses. En el hogar, de vida menos intensa de la juzgar por los más arcaicos fragmentos que nos del templo, surgió la prosa. La poesía, combinaquedan, en las lenguas originales tuvieron ritmo ción de dos palabras fenicias que los griegos acode canto, esto es, verso musical.
gieron por suya, significa palabra divina, verbo Curioso es que la sabiduría de todas las eda de Dios. La prosa es la rítmica voz de los homdes, en su expresión más pura, posee el ritmo y bres en su magnífica ascensión a los dioses. Esel número del verso.
cribir prosa excelente es acercarse a lo más alto La prosa en la melódica estructura del verso Su ritmo es de marea; repite el ritmo que anima tiene su cuna. Los grandes prosadores alguna vez los mundos.
su vida escribieron verso. Curioso es mirar Brenes Mesén.
también como las más elevadas religiones de los Costa Rica, 1943.
AHORRAR es condición sine qua non de una vida disciplinada DISCIPLINA es la más firme base del buen érito LA SECCION DE AHORROS DEL en Dos Páginas de Thornton Wilder Banco Anglo Costarricense (Sacadas de su preciosa novela: El puente de San Luis Rey. Editorial España. Madrid. 1930. La abadesa Madre María del Pilar y sus visiones (el más antiguo del país)
está a la orden para que Ud.
realice este sano propósito: AHORRAR y todaLa abadesa era uno de esos seres que han consentido en la anulación de su vida, por haberse enamorado de una idea varios siglos antes del momento fijado para su orto en la historia de la civilización. Día tras día, obstinábase contra la terquedad de su tiempo, poseída por el deseo de conferir una cierta dignidad a la mujer. media noche, cuando había terminado de sacar las cuentas del establecimiento, solía caer en delirantes visiones de una época en que las mujeres podrían organinizarse para proteger a la mujer: la mujer que viaja, que sirve y que trabaja, la mujer cuando es vieja o está enferma, la mujer que había visto en las minas del Potosí o en el taller de los lenceros, y la mujer que había recogido bajo los soportales en las noches de lluvia. Pero siempre, a la mañana siguiente, veíase obligada a afrontar el hecho incontrovertible de que las mujeres en el Perú, empezando por sus mismas monjas, pasaban a través de la vida con dos ideas solamente; primera: que todas las desgracias que podían ocurrirles debíanse simplemente al hecho de no ser lo bastante atractivas para obligar a un hombre a su mantenencia; segunda: que todas las miserias de este mundo eran nada en comparación con sus caricias. Ella no conocía más comarca ni paisa je que los aledaños de Lima, y suponía que la corrupción reinante era el estado normal de la humanidad. Cuando, desde nuestro siglo, volvemos la vista hacia el suyo, adviértese bien claramente lo absurdo de su esperanza. Veinte mujeres como ella no habrían conseguido abrir el menor surco en aquella época. No obstante, ella continuaba trabajando con todo ahinco en su misión, semejante a la golondrina de la fábula, que cada mil años transportaba un grano de trigo, esperando levantar así una montaña que llegase hasta la luna. En todas las épocas han surgido seres de esta guisa: tenazmente, empeñanse en transportar sus granos de trigo y casi diríase que gozan con el escarnio de los espectadores.
Su faz rubicunda expresaba una gran bondad, y más idealismo aún que bondad, vía más espíritu de mando que idealismo. Toda su obra, sus hospitales, su orfanato, sus súbitas excursiones de salvación, dependían del dinero. Nadie abrigaba una mayor admiración por la bondad pura, pero ella sabía cómo tuviera que sacrificar su benevolencia, y casi su idealismo, al espíritu de mando, tan tremendas eran las luchas para obtener los más indispensables subsidios de sus superiores eclesiásticos. El Arzobispo de Lima, al que más tarde habremos de conocer, en ocasión menos ingrata, la detestaba con lo que él llamaba un odio vatiniano. declarando la ausencia de sus visitas como una de las compensaciones que habría de depararle la desaparición de este mundo.
Ultimamente, había sentido, no sólo el soplo de la vejez sobre sus mejillas, sino también una más grave admonición. Un calofrío de susto la había sacudido, no por ella misma, sino por su obra. Quién había en todo el Perú que diese un valor cualquiera a aquellas cosas que en tanto tenía ella? levantándose un dia al toque del alba, había recorrido apresuradamente su hospital, su convento y orfanato en busca de un alma que poder educar como sucesora. Febrilmente, había pasado de rostro en rostro, hallándolos todos irremediablemente vacíos de lo que ella necesitaba encontrar, y cuando se detenía un poco más en alguno era más por ansia de esperanza que por convicción. No obstante, al llegar al patio, he aquí que tropezó con un grupo de muchachas dedicadas a la costura, y sus ojos fueron a posarse, como atraídos por un imán natural, en aquella que parecía dirigirlas, a la par que les narraba los milagros menos verosímiles de Santa Rosa de Lima. así fué como su búsqueda vino a terminar en Pepita. Educar para la realización de grandes cosas, es ya siempre tarea ardua, pero en medio de las susceptibilidades y celillos de un convento aún lo es más, y tiene que ser llevada a cabo con los más extraños rodeos. Designada para los más ingratos que haceres del establecimiento, Pepita pudo, en cambio, darse cuenta cabal de los dispersos a diversos aspectos de su administración; y aunque no fuese sino con el modesto cometido de velar sobre los huevos y las verduras, ella era siempre la que acompañaba a la abadesa en sus viajes. he aquí que en todas partes.
y del modo más inesperado, siempre había algún momento en que la directora surgía como por escotillón y hablaba largamente con ella.
no sólo de cuestiones religiosas, sino también de cómo se debía manejar a las mujeres y organizar enfermerías para los contagiosos y sacar dinero al prójimo. Odio de aventureros y malhechores, o de bufones y espías, tan deformes de cuerpo como de alma.
ANTONIO URBANO EL GREMIO TELEFONO 2157 APARTADO 480 Había en Lima una cosa.
Al cabo de algún tiempo, el Virrey preguntó a la Perrichola si la divertía tener algunos invitados discretos en sus cenas nocturnas, y si le gustaría conocer al arzobispo. Camila declaró encantada. igualmente encantado se declaró, por su parte, el arzobispo, que envió a la actriz, la víspera de su encuentro, una esmeralda del tamaño casi de un naipe.
Había en Lima una cosa, envuelta en varias yardas de seda violeta, de la que emergían un vasto cráneo de hidrocefálico y dos manos gordezuelas y nacaradas; esta cosa, era el arzobispo. Entre las roscas de carne que los ro ALMACEN DE ABARROTES AL POR MAYOR SAN JOSE, COSTA RICA Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica