236 REPERTORIO AMERICANO La gaviota muerta Latitud de una noche Cinematografía onírica Hoy lunes de agonía su soledad consulta.
Entre olas de mercurio, jadeante nadador.
Adultas lejanías le cavan en los ojos.
Tatuados espejismos guerrean en su voz. Apenas carne, casi toda vuelo, jazmin mordido por la noche, oias el llamamiento de las lejanías, cuando sentiste inexplicable el cielo.
Ardua la sed, que exalta con sobrenaturales vinos de profecía, sus labios flageló.
Aun está, niño trágico, jugando con la muerte: entre incendiadas nubes, solitario aviador.
Su frente, salamandra fallida del espejo, en la llama de hielo pálidamente ardió. quiebra el fronterizo cristal desmemoriado que nunca las imágenes felices devolvió.
Para poblar sus ojos en desvelo a los ahogados nómades seguías.
Criatura de las olas, moririas sin muerte marinera, en turbio suelo.
Gaviota del invierno sobre el césped donde sin vida tu blancura exhalas, de mi solar inesperado huésped. Qué remota la unánime sonrisa del mar bajo tu pecho abierto en alas, ascua de espumas que pulió la brisa. 1939. La noche pide o roba sus ojos a los muertos y una gelatinosa pirámide organiza.
Con hambrientos caballos la acomete y derriba. ruedan a mis plantas los desprendidos ojos con un rumor aguado de manzanas podridas.
Mas no tus ojos, padre, que repito en los mios. Ah, tu frente perdida y tus ásperas manos que retener no pude cuando para salvarte ofreci mi agonia!
Gracias, porque me diste la niñez y la muerte, la canción la brisa.
Besaría mis huesos para poder hallarte.
Para volver a oirte, mi sangre apagaria.
Lleva la muerte adentro, asomada a sus sienes Le gritan las raices su insomnio de metal.
Por iguales caminos su soledad se enfria: repite los lugares con memoria fatal.
Un poema de tu nombre Ay, aquel increible niño sacrificado en que empezó a morirse sin conocer la muerte.
Ahora lo ve, entre muros de soledad, velado.
iy aguarda a que despierte. En el Rep. Amer. Rehabilitación de la muerte Mamá, tú eres humilde; sencillamente humilde. Yo te miro y es tu sér tal como la yerba firme, el agua, el sol da tierra que nos hizo.
Aladino, entre gemas, sostenia poblada mano y corazón desierto.
Sin sueño y sin amor el pecho abierto.
Solo y errante en la ciudad vacía.
Su inaccesible soledad media la planta viva en el camino muerto.
Entre memorias pálidos despierto, y une inmortalidad sin alegría.
el fuego más alegre, el primer fuego, es un recién nacido, en tu milagro, del fogón con el alba ya despierto. modo tú de diosa de la limpieza, llevas como cetro la escoba que va en danza por la casa dando un duro concierto; la escoba que hace huir a los murciélagos y que en el aire de oro rompe la telaraña de los cuentos.
Reina del jabón y del agua en las mañanas.
de la luz, porque abres las ventanas y tu imagen tiene por fondo el árbol más vecino con sol de miel, donde el yigüirro canta.
Luego es tu voz, llamando a las gallinas, tu voz oliendo a pan de la canasta, tu voz bajo las ropas ya tendidas, tuvoz subiendo al cielo de la gracia. Mi sangre impar, amor y muerte quiere, la sed que un sorbo inalcanzable expia, la carne heroica que besando muere.
Cuando su sombra revivió en el muro, destituyendo al dios que lo afligia, frotó, para morir, el bronce oscuro. Rehabilitación del azar (Sesgando manos llega a las del poeta la perdida lámpara de Aladino. Sensitivo horizonte de la mano, piel de la maravilla, luz en celo, máquina festifal de voz vuelo, salamandra de hambriento fuego humano.
Tú no puedes entrar en estos versos porque eres infinita, mismo que la historia de los ríos que bañan una tierra bendecida.
Me complazco tan sólo en homenajes de recogerte en mil evocaciones para sentirte más profundamente cuando digo el poema de tu nombre.
En nuestra vieja casa de cien años todo tiene el sentido de tu vida: Las paredes de adobes, la teja gris, la guaria en los tapiales, la sal, el comedor y la cocina. mis ojos de niño tu imagen aparece en todas partes dulcemente tranquila hacendosa: estás en el espejo, con donaire de tus lindos vestidos de domingo, o bajo los frutales de aquel huerto de luz de nuestra casa al caer sigiloso de las tardes: los bajos limoneros con limones, los granados en flor, y los naranjos en donde nos enseñas cómo anidan en pluma blanda los gloriosos pájaros.
Es la fruta mejor la que tus manos parten y nos obsequias, fresca, en sus azúcares, sobre tu limpio delantal bordado.
Estás en cada flor de aquel jardín de canto, que era el jardin de la sin par Doñana; tú nos decías los nombres de milagro: clavellinas, claveles y dondiegos, miramelindos, corazóntranquilo, alade ángel, begonias y geranios; tú, la herborista de las yerbas buenas: menta, ruda, romero y albahaca, malva de olor, llantén, espuela de caballero, orégano y culantro.
Así, tú eres leyenda de frescas hierbas y de lindas flores, leyenda de un jardin, de un huerto claro, en las mañanas de un abril de entonces. Rehusé desde un sediento meridiano, la impar semilla y su inmediato cielo, con tenaces jazmines en desvelo, y orgullo de morir, y pecho vano. Cenit de sombra, pausa de alegria.
En un adiós interminable, creo sangrada estatua o musical escombro. tu metal exacto aboliria, ascua lunar, el sismo del deseo las vagas comarcas del asombro.
Está, como en un juego de fulgores, en esta tierra, tu bondad sencilla: tú haces ángeles de alas transparentes que van a nuestra vera dia tras dia; en los camellos de los Reyes Magos vienen tus dones a la Epifania; de manteca y de miel tu mano colma la cesta de oro de Caperucita.
Con artes de abadesa dispones los sabores más exactos: el tamarindo, el cas, o los limones, en los dias calurosos del verano; harinas y azúcares y especias sus secretos te han dado; los rulitos de dulce los colocas en las brillantes hojas del naranjo y sabes madurar al sol de abejas di sabroso racimo de los plátanos.
Yo pienso algunas veces que de veras, en aquella casita me he encontrado, en la Casa de Miel y de Torrejas con techo azul de caramelos claros.
Te oigo de noche, en una no he larga aplanchando mi ropa, al golpe lento y acompasado de tu negra plancha.
Veo la pequeña sala los dibujos del papel, con pastoras y con barcas; veo la argentina rueda de tu máquina de coser, incansable, y las tijeras y el dedal de plata, y los remiendos en mis pantalones Dr. DAVID ESCALANTE MEDICO CIRUJANO DEDICADO ENFERMEDADES DEL APARATO RESPIRATORIO GABINETE ELECTRICO CONSULTAS CONTIGUO HOTEL CONTINENTAL Domicilio: Esquina 17 Este y av. Norte.
Consultas: a 10 a.
Si, tú llenas las mañanas gozosas de mi infancia. Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica