74 REPERTORIO AMERICANO su El último vuelo. retorno Espa.
na, de cuando en cuando escribía a sus ami.
gos, por cuyo conducto me enviaba saludos. En 1924 publicó su libro Los ultimos Pájaros. que me obsequió con una cariñosa dedicatoria. mediados de 1925, vino por última vez a México, donde permaneció tan sólo quince días.
Ocupaciones oficiales nos privaron de su constante compañía: pero, a pesar de ello, tuve o portunidad de volver a sentarne a la mesa jurto a él. Esta fué la postrera vez que tuve la dicha de estrechar su mano.
Más tarde, las noticias de su creciente enfermedad no dejaron de inquietarme y entristecerme decieron de llanto. instantáneamente pense que sus restos no deberían reposar en tierra extrañia y, en seguida, tomé la bocina del teléfono para decir al vate Núñez y Domínguez, quien fué su discípulo más preciado, que era indispensable y urgente que se gestionara al traslado de sus amados despojos para que se les diera sepul en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
El vate Núñez y Domínguez no desoyó mi ruego y, poco tiempo después, presas del más intenso dolor, asistimos a sus funerales. Y, por segunda vez, desde las puertas del Panteón Civil hasta el lugar en que hoy descansa, cargué sobre mis hombros el lirio desmayado de cuerpo.
La elegia del retorno. Maestro: Ya estás aquí. Ya te encuentras de nuevo entre nosotros.
Ya nunca más podrás emprender el vuelo. Tus deseos se han cumplido. Ya descansas en tierra mexicana, tierra sin flores, pero tierra tuya.
Maestro, amigo mío: duerme en paz!
México, 1943.
su El lirio desmayado. La mañana del 19 de noviembre de 1934, encontrándome aún metido en el lecho, al pasar la mirada en uno de los diarios me sorprendió la noticia dolorosa de su muerte.
En el acto me levanté sobresaltado. Sentí que el universo entero se desplomaba sobre mí. a qué negarlo? los ojos se me humedeVersos nuevos de Carlos Luis Sáenz (En el Rep. Amer. La danza de Tlaloc Hacían esos naturales una fiesta de ocho a ocho años a la cual llamaban: ayuno de pan y agua. Sahagún.
una queologia, y para festejar el décimotercero anisersario de la aparición de Revista de Revistas. el sábado 24 de enero de 1922, la flor y nata de sus colaboradores, entre los que se encontraba Urbina, se dio cita en los andenes de la Estación del Ferrocarril Mexicano, para dirigirse a Teotihuacán. las nueve de la mañana, el tren diurno que conduce al puerto de Veracruz, partió llevando en uno de los carros de primera clase, aquel haz de inteligencias que en bulliciosa camaradería, entre broma y risas, desgranaba la pirtecnia de su ingenio. Entre los viajeros se encontraban Urbina, el vate Núñez y Domínguez, Nicolás Rangel, Alfonso Toro, Ernesto García Cabral, Gabriel Alfaro, Roberto Núñez y Domínguez, el vate Frías, Martín Gómez Palacio, Mariano Martínez y, por último, yo.
Al llegar a Teotihuacán, lo primero que cimos fué admirar la ciudadela. Después, desde lo alto de las pirámides, contemplamos la maravilla del valle, y al final de cuentas, visitamos el museo y las excavaciones hechas para poner a descubierto la ciudad antigua. mediodía se nos sirvió un suculento banquete en las grutas y, mientras libábamos y comíamos, una tipica orquesta regional nos regaló los oídos con sus melancólicos y originales sones. Xochilt y Heliogabalo se unieron en extraño maridaje. Bebimos y comimos en abun.
dancia el buen humor se derramó a torrentes.
Al finalizar el banquete, Urbina se sintió cansado y se quedó dormido de codos sobre la mesa. En esos instantes se acercó García Cabral y, asiendo el lápiz, trazó sobre el mantel prodigiosa caricatura del Viejecito. Todavía lamento no haberme adueñado del lienzo, por.
que considero que con él se perdió uno de los más estupendos dibujos del genial monero.
Al descender el sol tras las montañas todos Se dirigieron apresuradamente a la estación, temerosos de que los dejara el tren que habría de conducirlos de regreso a la ciudad estridente pecadora.
Sólo yo me quedé abandonado en las grutas, en compañia del maestro Urbina, quien, con pasos lentos y cansinos, se levantó del lugar donde había estado dormido y, apoyándose en mi brazo, me dijo: Caminemos, hijo mío.
tanto descendían las sombras de la noche, encaminamos nuestros pasos lentamente, por el largo sendero que eonduce a la estación. No hamíamos llegado a la mitad del camino, cuando oímos el silbido del tren que anunciaba su partida.
Cada vez la sombra era más densa. En Jo alto las estrellas asperjaban los diamantes temblorosos de sus corolas. Y, apoyados fuertemente, uno junto al otro, continuamos andando hasta llegar a la estación. Cerca de dos horas hubimos de esperar a la intemperie un modesto tren de carga, que fué el que lenta y perezosamente nos trasladó al lugar inicial de nuestro viaje. Eran casi las doce de la noche cuando nos encontramos de nuevo en la Estación del Ferrocarril Mexicano. Ai salir de ella, el maestro as.
cendió a una vieja y desvencijada calandria. que fue la que le condujo a su hogar, en tanto que yo me dirigi paso a paso a mi domicilio, bajo la lluvia de alcanfor de los arcos voltai.
COS.
No he querido deja pasar en silencio este episodio, porque, como es fácil comprender, constituye para mí uno de los más caros recuerdos del maestro.
Un mes y días después, el 18 de febrero, asistimos de nuevo al desfile de la Faunalia, en los espejeantes canales de Xochimilco, donde vimos a Apolo coronar de rosas las frentes morenas de auestras venus indígenas, Descansemos al pan tan fatigado: desnudo esté de cal y de salitre. de toda vesticomo niño que nace. dura, al viejo pan de nuestras hambres, que se remoce en la mazorca nueva, dulce en la milpa tierna; que descanse. su fatiga de mil bocas y cuerpos, desde Entonces hasta Hoy, demos reposo.
Que duerma el pan desnudo con el dormit del mar y el cielo ya sin luna, y nuestra sangre, un día, cuando se aquiete como las cascabeles tras su celo.
Sí, sí, que duet ma cuando tiene su sueño de descanso todo lo creado.
Que venga la salud, como agua limpia; los oficios impropios del guerrero: los que venden la fruta, los que cargan la leña de los bosques, los que soplan el fuego de la hoguera; que figure la lepra en nuestros giros al lado de los dioses: el del pulque, el del fuego y el de las cosechas, el de las redes llenas de mazorcas, el de la flecha que en el agua pesca.
En la forma de todo lo que vemos puede el hombre que danza hallar ventura. en Si este día le perturbas su noble sueño con reposo, el sueño estéril, necesario, tu carne ha de podrirse con lo injusto y se caerá a pedazos desprendida de la firme osamento ¡No lo toques, ni lo aliñes con sal. Es la costumbre.
Seamos unos de ámbar, otros, de oro, o de jade, o de concha, aún de hueso o de piedra labrada; seamos también la rana de dos colas, el sapo de la balsa, o el lagarto, o el colmillo filoso de los tigres; seamos todo, cada uno buscando su ventura bajo la forma propia, en la Gran Danza del ayuno del maíz y del agua.
Mientras está durmiendo el pan, con los que danzan, alegremos el cuerpo de los vientos, alegremos el cuerpo de la tierra, alegremos la voz del fuego vivo, alegremos la voz del agua fértil, alegremos a los que no han nacido, y que nos oigan alegrar la vida los que en la luz pasada los brazos y las piernas movieron en la ronda con la danza de ahora que mueve nuestros pies tras la ventura.
Mira, el Monte Sagrado de los Vientos ha vuelto a ser azul y Ellos danzan, verdes, azules, rojos, amarillos, en los bosques, también sobre las aguas de los ríos en sombra, en los ponientes achiotados, bajo los vivos cielos de las guamacayas y en las ramillas secas donde cantan pequeños chupaflores y en el cocotero donde se mece en su tejida bolsa la oropéndola.
Mariposas y moscas, lunas, cuyeos y águilas, pájaros, monos, loros y mosquitos, soles y vientos, olas, todas las formas, todos los colores y sonidos, y hasta lo sin color y sin sonido, como es el sueño, venga a nuestra danza, Recoge el algodón, Abuela mia; hijo, corta el maguey de buena fibra; corran las manos sobre los telares.
Los de la lluvia parten en sus grises canoas y en el Gran Rio se despiden; a cinco direcciones distintas se encaminan; van enjugando un llanto sin congoja porque son buenos y fecundos Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica