166 REPERTORIO AMERICANO Ejercicios (En el Rep. Amer. tierra virgen de los bosques y montañas. He cruzado la mar. Traigo la piel curtida por los soles de todos los mundos. Pero no he encontrado mi sendero, mi ansiado sendero. Vuestras lámparas te darán la alegría de su tenues rayos. Ven con nosotras y olvidarás que has vivido largos años. Serás joven otra. vez. Nuestros brazos te darán su calor y tejeremos guirnaldas para tu lecho. Ms cabellos han blanqueado bajo las lluvias. Busco el camino. No lo hallaré en vuestro compañía. Vete, pues, Caminante. Sigue buscando tu sendero, ya que no quieres oirnos. nosotras nos bastan los placeres. Busco mi sendero por los países lejanos.
Busco mi sendero en el mundo recóndito de mí mismo. Busco mi sendero en el campo infinito del cielo. Busco mi sendero, mi amado sendero. dónde vas, pescador. dónde vas, pescador, con tu caña al hombro y tu red en los brazos. En qué mares profundos aprisionarás a los habitantes de las aguas?
Tu senda es hermosa. Tu vida, dura y fuerte, te hace recia el alma y calloso el corazón. Pescador: los vientos marinos han puesto su salinidad en tu frente, pero han dejado prendida en tus ojos esa llamita de vida y optimismo que tanto me gusta.
Tu amigo es el mar: traidor amigo que hoy te da vida y mañana, tal vez, muerte. Es un monstruo fascinante que un día querrá estrechar tu cuerpo moreno, estrecharlo así, voluptuosamente, como yo aprieto esta tierra en que se me hunden los pies. el viejo océano te mecerá en sus ondas, y tendrás una muerte hermosa, con las sirenas danzando a tu alrededor y encantándote con sus misteriosos ojos verdes. Tu cuerpo será una presa más del devorante mar. Ha de ser el pago iusto a cuanto le has arrebatado.
Pescador: no tendrás la gloria de la florecilla que brota sobre la tumba conocida. Tus yertos miembros descansarán en lecho de plantas marinas, y tus ojos han de mirar eternamente la enorme moie de cristal undoso.
Pescador: te has rodeado de los elementos y eres parte de ellos.
Pescador: sigue con tu caña al hombro y tu red en los brazos. El mar te espera.
El, que gozara siendo el sacerdote supremo en el templo de sus dioses, veíase con las manos inútiles y los labios mudos. El santuario humano estaba vacío para siempre!
No había idolos nuevos que llenaran los nichos desocupados. Vacío infinito.
El hombre se encontró triste, con hordura de tragedia y vórtices de abismo. la palabra de consuelo quedóse helada en el ambiente, porque no hubo labios que la pronunciaran.
De pronto, el hombre lanzó a los aires un canto terrible. Era libre ahora. No más falsos dioses que le encadenaran; no más barro humano a quien sacrificar su carne, su sangre y su espíritu!
El canto brotado del dolor resonó en los valles. El eco respondió: Libertad. La Felicidad Sendero. dónde vas, Caminante? La noche está obscura y los grillos lanzan sus agudas notas al aire. Voy buscando mi sendero, mi ansiado sendero. Está fría la noche, muy fría, Caminante.
Descansa aquí en la Posada de las Mil Delicias. Te arrullaremos con nuestros cantos. Busco mi sendero, mi amado sendero. La doncella blanca está cubierta por negros velos, Caminante. Detente. No podrá ella ayudarte a encontrar tu sendero. En las noches y los días sólo busco el sendero. He hallado con mis pies desnudos la Sus ojos, barcas cargadas de ensueños, se han abierto un instante y se han vuelto hacia mí. La Felicidad sonrió un segundo. través de la claridad celestial de su mirada entrevi un mundo lejano, un mundo de ilusiones, un mundo fantástico. Pero ha vuelto a dormirse su rostro. La sonrisa ha muerto en sus labios. Se ha ido. La veo ahora, suspendida en el aire, como una mariposa de alas blancas flotando en un mar de tenue azul. La Felicidad es un fantasma, una sombra que se aleja ya, en la inconsciencia de su eterno huir.
HILDA CHEN APUY El santuario vacío San José, Costa Rica, 1941.
Una carta y un proyecto PROYECTO DE LEY DEL DIPUTADO SOTELA SOBRE SIEMBRA DE ARBOLES FRUTALES Mi querido don Joaquin: Vi una referencia de usted a mis leyes de Bibliotecas y de Siembra de Arboles Frutales, en uno de los diarios y me llenó de gozo ver que un hombre como Ud.
tenía presentes estos actos, que no solo no se han realizado, a pesar de ser leyes de la República, sino que se tienen olvidados.
Presentado al Congreso Constitucional el 21 de mayo de 1928.
El templo estaba lleno de dioses. En los altares, los cirios ardían produciendo una luz tenue que dejaba adivinar las formas vagas de las columnas, y el destello de las áureas coronas. Los dioses sonreían desde sus nichos. El santuario humano había sido divinizado y el barro adquirió luminosidades de estrella.
Todos los días el hombre llegaba al templo, miraba a sus dioses y hacía el sacrificio de su propia carne y de su propia alma. Ahí estaban sus ídolos en los ingentes altares. el hombre era feliz porque tenía a quién adorar Cotidianamente quemábanse incienso y aromas en el santuario humano. El vaho de la sangre joven y tibia halagaba el olfato de los dioses.
Mas, vino una tempestad y en el templo hubo torbellinos y los relámpagos cruzáronse fugaces. Las túnicas de los dioses fueron arrancadas por la furia de los cielos, y dejaron ante el hombre la desnudez de sus ídolos. La mirada atónita descubrió la horrida visión de los miembros magros, miserables. el hombre lloró desconsolado la pérdida de su ilusión. El, que creía haber adivinado líneas helénicas en esos cuerpos encubiertos, hallaba tan sólo flaccidez y miseria. Su culto a los ídolos perdió su razón de ser. Aquéllos que adorara eran indignos de su veneración y no merecían sino asco y desprecio.
El hombre, enloquecido, derribó altares, tomó a sus dioses y echóles fuera en un acto de suprema desesperación. Por qué marnóreos plintos y doradas paredes y artesonados techos. Todo inútil. sangre, carne, alma, incienso, amor, gloria.
El hombre se sintió chico porque estaba solo, terriblemente solo en el hosco nundo; solo en su interior; solo, con la muero de sus mitos y el horror de un vacío tremendo.
Estas palabras ahora son para agradecerle la referencia y para enriarle el Proyecto de Ley de Siembra de Arboles para que si le parece bien, lo honte en su Repertorio. pensar que esa Ley, vigente, cumplida podría evitar la escesez de frutas. Pero qué le vamos a hacer. En sus manos de maestro y de Maestro con mayúscula, queda el proyecto. El otro dotaba de 10. 000 al año al pueblo para que cada 15 de setiembre se fundara una biblioteca y se distribuyeran libros por todas partes. La suprimieron dos Ministros de Educación, por razón de economía. qué le parece! Existe hasta un reglamento de la Ley de Siembra, y a todos los Ministros de Fomento les he instado para que la ejecuten. Recuerdo que todos han encomendado al Departamento de Agricultura para que la estudien. pero nada! es la Ley más simple, menos gravosa para el Estado y una de las más bellas útiles realizapiones de mi vida parlamentaria.
Lo abraza su agradecido amigo, Decía Mointagne que la unidad en toda obra es signo de fuerza o de triunfo, pero siempre que en los complementos de la unidad se guarden los menores detalles.
Yo quiero, Señores Diputados, recoger el pensamiento del ilustre ensayista francés para tratar de realizar algunos proyectos en que se quiere dar forma a lo que parecen simples detalles, pero que, a la postre, se inspiran en la unidad del mayor bien de la nación.
Hoy tengo el honor de poner en vuestro conocimiento esta insinuación, orientada en una ideología política que desea comprender tres lineamientos: el de la estética, el de la moral y el del progreso, que son la base principal de toda grande obra.
Hay un poco de ese anhelo triple en el deseo que os expreso ahora de que todos los solares domésticos de las ciudades que tengan una cabida mayor de un cuarto de manzana y todas las fincas rurales del país, se cuajen de árboles frutales, y así todo paraje costarricense dé un aspecto patriarcal, revelando en ello la hermosa inclinación hacia la tierra derivando con ello la utilidad consiguiente.
Como disciplina nacional, como norma de esta patria que ha de responder justamente a su título de RICA, todos los hombres deben fecundar la tierra con sus propias manos, en el recinto sagrado del hogar; que se siembre bajo el alero propicio de la casa, en la granja.
Rogelio SOTELA Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica