REPERTORIO AMERICANO 39 Sesión espiritista Por FABIO BAUDRIT (En el Rep. Amer. madre ella es viuda ya, pero le sonrie la existencia.
Recordé con piedad la buena acción del razonable pópulo, y bendije mi ligereza de muchacho curioso durante aquellas olvidadas fiestas.
Mientras duró mi emoción, quise tratar de penetrar lo al parecer impenetrable. Consulté a un médico alienista, quien aseguró que no había terapéutica capaz de redimir el alma de los abismos a que la condena la lucha de emociones desconectada del poderío de la voluntad; y más adelante, a un espiritista, por si conocía el medio de salvar a tales enfermos recluídos dentro de sí mismos, el cual desde las sombras de sus convicciones, me informó de este modo. De nada sirve al alma arrancarla violentamente del campo de la expiación: sostenida por el cuerpo en este plano, va purgándose en la forma odiosa del dolor, mientras le llega turno propicio a un merecido descanso; desligada de la materia será no ha oído usted hablar de ellas. una ánima en pena, de esas que están constreñidas, no sabemos por qué crímenes pretéritos, a no volar muy lejos del mundo físico, apegados por las pasiones a la existencia que se propusieron abandonar: a estas almas les cuesta muchísimo mayores congojas y penas redimirse, y es plausible que su doliente ansiosa de hace cincuenta años no traspasara entonces las ligeras lindes de la vida material: le tuvo cuenta. Penumbra (En el Rep. Amer. Volábamos algunos estudiantes cimarrones hacia los juegos de pólvora allá en los tiempos del rey Perico, confundidos con la bullanguera y gritona multitud que las Fiestas Cívicas congrega; y he aquí un ancho portón lleno de movimiento, desde donde uno de los que bregaban por salir, gritó una mágica palabra. Sesión espiritista. Yo esto lo veo, se dijo cada quien; y con rumbo hacia adentro, sumamos nuestros pasos a los de la serie de mártires del pisotón y del estrujonazo que seguían el mismo impulso.
Traspuesta la entrada llegamos a un patio cubierto de césped, un tubo abierto sobre la pileta llena de agua. La gente apiñada en los corredores laterales presenciaba un extraño espectáculo: desnuda de medio arriba, una mujer con la falda literalmente destilando, era sostenida por algunos hombres, a la vez que otros empapaban paños y la golpeaban sin piedad en las espaldas ya sangrantes.
Por humanitario instinto nos apersonamos a defenderla contra semejante barbarie: pero nos contuvo otra palabra: i¡Está envenenada!
Era una joven de buen ver, y por lo que restaba de traje se adivinaba haber sido forjado con la tendencia popular a colorines y colgajos, propicios a nuestros anuales festejos ciudadanos. Puesta así en evidencia la femenil intención de divertirse y de lucir, resultaba absurda la intempestiva determinación de ingerir media botella de láudano; pero si ese fue su gusto, parecía inconcebible que no le consintieran dormirse para siempre, usando el cruel martirio del paño mojado y de forzarla a caminar a rastras.
No sospechábamos entonces lo que significa vivir; mas así y todo vislumbraba la respetabilidad que debe inspirar al resto de los humanos una tan grave determinación. Discurría como un simple, que no hay derecho a impedirle su anhelo de imperecedera quietud, acariciado en íntima lucha de vacilaciones y temores, torbellinos de negra locura, resoluciones y desfallecimientos, en medio de una obsesión tenaz, a quienquiera que a la larga ha conseguido sobreponer la muerte y su misterio a la paciencia de existir.
Para nada me agradó el resto de las Fiestas: la sesión espiritista me atosigaba, y más que otra cosa la suficiencia con que gentes incapaces de penetrar lo que implica resolverse a regresar a la nada, y ponerlo por obra, habían conseguido frustrar el trascendental sacrificio.
Al cabo la reflexión me consoló bajo una fórmula simple también: Puesto que su decisión es de morir, un día u otro hallará medio de conseguirlo. Después de todo agregaba fue estupidez la de buscar semejante ocasión, pues en Fiestas de todo se saca partido y alegría, aún convirtiendo la desconsolada e incógnita tragedia de una desdichada, en sesión espiritista. no pensé más en el asunto. poco andar se nubló de nuevo la estrella, cuando averigué que la apacible madre era presa de angustia o ansiedad crónica: locura de nuevo!
Procuré satisfacer la actual curiosidad, viéndola con cualquier pretexto. Cuántas acongojadas noches y cuántos amarguísimos días reflejaba la faz enrojecida de la ex agraciada joven. De qué modo tan visible las emociones lograron ensañadas borrar los destellos de alegría de ventura tan pasajeros, ay. en aquel rostro de gesto inmóvil con que ahora se presentaba a sus escasas amistades! Los propios hijos, acostumbrados por fin a la apatica resignación pintada en su frente, acabaron por no advertir el infierno tenebroso del espíritu, y no le dieron más importancia a los sollozos profundos que la conmovían, ni a los lamentos de intenso dolor que profería en las altas horas nocturnas: desentendidos, no notaban que su desvío y abandono le causaba más hondas heridas todavía.
Perturbada la mente, escapaba a menudo anhelante y sola por las calles cercanas, como buscando personas menos impenetrables con quienes desahogar las penas, antiguas relaciones, fugaces amigos de la época normal, individuos piadosos o comprensivos, uno cualquiera que, por conmiseración humana se detuviera en su camino y la escuchara; y les dirigía lo que ella estimaba la palabra justa y no era sino un lloro desarticulado. La costumbre también había hecho ley en los conocidos y aún en los indiferentes; y ni una palabra de correspondencia, ni un gesto de amor al prójimo, ni siquiera una mirada de atención para la desvalida. su alrededor, el muro espeso y negro de la cabal indiferencia, condenándola a seguir aislada, sin esperanza remota de que alguien amortiguara el tormento de su alma; dotada positivamente de todos los dones espirituales, permaecia encarcelada detrás de la atrofia de la palabra, impedida para darle paso a sus impulsos de amor, a sus fórmulas de afecto, a la luz del pensamieno, a la música, si no del lenguaje, de un arrullo doliente; alma enterrada en los arenales del desierto; mujer tranquila en apariencia, paralizada dentro de un infierno del que ya eran incapaces de redimirla los sentimientos piadosos más elementales, que son ángeles positivos cuando los anima el amor, sobre todo el filial, en esta ocasión entumecido por el cansancio y la incomprensión.
casi Aquella noche asistí a la sala del Rena cimiento. atraído por el nombre de la Duse que interpretaba a Margarita Gautier en Doma de las Camelias. medida que transcurría la representación, admirablos ori inales recursos escenicos que a ar ista aporlaba. comunicando a los personajes que encarnara, aquella dualidad de alma que fue una de sus cara:terísticas Recorría con mi anteojo las filas de los palcos fastuosamente iluminados. as simuadas azucenas encendidas destacábanse sobre el fondo lila y oro de los antepechos.
Allí estaba Irma, mi amiga del ba neario.
La intensa palidez de su semblante hacía resaltar el ví culo otomentado de sus ojeras. Medio oculta tras los plumones de su obanico, se adivinaban olguna lágrimas dela oras de su drama interior.
finalizada la representación me oculté en la penumbra que proyectaba el frontis.
Allí quería verla pasar muy cerca.
rozandome, aspirar el aroma de su carne pálida. Descendio lentamente por la amplia escalinata de marmol, orrebujada en abrigo de pi les; ocuó su carruaje, y se aleo Sobre la nieve del pavimento quedó una camelia roja, como ura mancha de nge derramada tragicamente. La recogi, y me aleje monologando por qué Irma, que adversaba aquel drama, ha concurrido a esta representacion, ha llorado? Armando es acaso para ella la evocacion de su pasado? Unicamente me respondía el eco de los carruajes que cruzaba a las avenidas, y cuias linternas en la lejanía, semejaban errantes luciérnagas diluye dose en la sombra del paisaje nocturnal En el secrelaire de mis recuerdos conservo la camelia candida, impoluta, perdida por Irma bajo el negro trondaje de los pinos, en un novilunio lejano; y ente unas cartas ya borrosas por el tiempo, la roja, que aquella noche que ara sobre la nieve del pavimento como una mancha dercamada trágicamente, PEDRO JULIO MENDOZA BRUCE.
su Dr. García Carrillo La diligencia y asiduidad de aquellos bárbaros no me pareció tan reprobable al cabo de unos años, cuando supe que la presunta suicida estaba casada, tenía hijos y era feliz. Viven me informaron con relalivo desahogo y hasta en vías de prosperidad, tanto patrimonial como de posición: una de las chicas contrajo matrimonio ventajoso y uno de los jóvenes sobresale en abogacía y orienta su bufete del lado comercial que es de la riqueza. La Electrocardiogramas Metabolismo Basal Corazón. Aparato Circulatorio CONSULTORIO: 100 vs. al Oeste do la Botica Francesa Teléfonos: 4328 y 3754 de sangre Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica