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184 REPERTORIO AMERICANO El fundamento de la paz Por HENRY WALLACE, Vice Presidente de los Estados Unidos. En el Rep. Amer. REX ENCH En estos días de crisis mundial, hay muchos que dicen: No hay que hablar de la paz hasta que no ganemos la guerra. Otros dicen. No queremos ni pensar en ayudar a ganar guerra, hasta que no estén completamente definidas las bases de la paz futura. Pero, yo creo que lo cierto y constructivo debiera enunciarse así: que cada cual haga cuanto pueda para facilitar la victoria, porque, salvo que Hitler y sus aliados japoneses e italianos sean derrotados, no queda otra espectativa que la fría y terrible de un nuevo Oscurantismo. Al mismo tiempo se debe pensar frecuente y profundamente en la futura paz, porque, en la medida que nosotros y las demás democracias tengamos confianza en dicha paz, nuestra resistencia al enemigo será tan vigorosa que nos permitirá derrotarlo.
En otras palabras, pensar en la futura paz no significa evadir las duras realidades del presente, ni refugiarnos en los etéreos castillos de nuestra fantasia. Desde el punto de vista práctico de dar a las cosas de primera importancia el primer punto, en un tiempo en que faltan horas al día y cada minuto signifi.
ca mucho, pensar en la futura paz es, necesariamente, una parte de nuestro programa máximo de guerra. Más aun: las medidas que día a día adoptamos los ingleses y nosotros, están ya determinando, en gran escala, el mundo de la post guerra.
Parece hasta cierto punto evidente que, dentro de los próximos años, dentro de poco, se formulará otra paz. Si fuera una paz de Hitler, nadie, salvo Hitler y sus satélites, podría tomar parte en su redacción. Pero si, mediante la determinada ayuda y participación de ese país, los Aliados triunfan, el mundo tendrá una segunda oportunidad para organizar sus asuntos, sobre una base de decoro humano y mutuo bienestar.
Nuevamente, como en 1919, surgirá la cuestión de qué hacer con los ejércitos del mundo, la cuestión de cómo evitar otras agresiones, la cuestión de las fronteras nacionales. Y, nuevamente, como en 1919, al abordar tan espinosas cuestiones, surgirá el problema fundamental de restaurar el comercio mundial y ensanchar la actividad económica de manera que se eleve el nivel de vida en todas partes.
Estamos ahora convencidos, después de nuestras experiencias de los últimos veinticinMr. Henry Wallace, co años, de que por muy cuidadosa que sea la delineación de las fronteras nacionales, ello no basta para impedir que el mundo vuelva a sufrir la repetición de la catástrofe de la guerra mundial. Lo cual tampoco puede ser evitado por el mero establecimiento de una liga internacional Ahora sabemos que el mundo moderno debe ser reconocido, tal cual es, como una unidad económica, y que es preciso llevar a cabo arreglos sagaces de modo que el comercio sea más y más robustecido. Los fundamentos de la democracia se verán a salvo sólo cuando todos los pueblos tengan oportunidades para trabajar, vender y comprar con una razonable garantía de que podrán gozar de los frutos de su trabajo.
En realidad, las semillas del presente cataclismo mundial se sembraron cuando se tomaron las erróneas decisiones económicas que siguieron a la guerra de la generación anterior. La enorme cuantía de las reparaciones impuestas a Alemania, por muy justificadas que estuvieran desde el punto de vista moral, fueron un bolo indigerible en el estómago financiero del mundo. Las deudas de guerra que los Aliados tenían con los Estados Unidos, fueron igualmente una carga para el comercio. Todo en el mundo, inclusive el antiguo gold standard había sucumbido, pero no se hizo nada efectivo para reemplazarlo o restaurarlo. Europa quedó dividida en pequeñas unidades nacionales y cada una de estas unidades disfrutó de libertad para erigir tarifas y barreras comerciales a su gusto. Muchas naciones, inclusive los Estados Unidos, trataban de comprar lo menos posible al resto del mundo, y de vender, en cambio, lo más que podían. Países europeos que, moralmente, compraban trigo y carne en ultramar, encauzaron sus políticas de producción en el sentido de convertirse en países productores de sus propios alimentos. Esto no sólo rebajó su propio nivel de vida, sino que trastorno la economía de los países exportadores. Los Estados Unidos se convirtieron nuevamente en un país acreedor, adoptaron una política de tarifas sólo imaginable en un país deudor, y habiéndose hecho esto, era evidente que el mundo se estaba encaminando hacia el desastre.
La dislocación a que dió lugar la primera Guerra Mundial la manera errónea de enfocar la paz, perjudico especialmente a los productores de materias primas. Los precios de tales materias primas están sujetos en gran manera a los cambios en la demanda y en la oferta. De ahí que varios grupos de produc.
tores de materias primas, incluyendo los agricultores, se vieron en serios aprietos cuando sus abastecimientos fueron mayores que la demanda. El trigo, el algodón, el azúcar, el café, el caucho, el cobre, todos estos artículos de consumo, sufrieron un enorme y crónico exceso durante el período de la post guerra. Los productores de dichos artículos, donde quiera que estuvieran. en los Estados Unidos, en Sud América, en las Indias Holandesas, en las colonias británicas o en otras diferentes áreas tuvieron que enfrentarse una y otra vez con la sobreproducción, el subconsumo y con espantosas pérdidas. La baja de los precios de las materias primas y la sobreviniente falta de poder adquisitivo de los productores de materias primas, se volvió en una seria amenaza para el bienestar de los países en todas partes del mundo.
Durante diez años, después de la Guerra Mundial, se compensó la mortal enfermedad económica que afligia al mundo con los billones de empréstitos privados, mantenidos por deudores extranjeros en los Estados Unidos.
Tales empréstitos de ordinario se mantuvieron a altas tasas de interés fueron usados con fines que, en la mayoría de los casos, no ayudaban a que los países deudores pudieran llegar a pagar el interés o el capital. Así se produjo una prosperidad temporal, que carecía en absoluto de fundamento. Pero, cuando el torrente de los préstamos, súbitamente hubo pasado, quedó al desnudo la endeblez de aquella oropelesca ostentación y toda a quella armazón se derrumbó por tierra.
Todos nosotros sabemos muy bien lo que ocurrió después de 1929; la Ley Arancelaria Hawley Smoot, las inmediatas represalias en Canadá y otros países, la quiebra del Credit Anstalt en Austria, el colapso financiero de Alemania, la moratoria de las deudas de guerra, el abandono que Inglaterra hizo del gold standard, la conferencia imperial británica de Otawa y la adopción de tarifas preferentes en el Imperio, la depresión mundial, el pánico bancario en los Estados Unidos, el auge de (Pasa a la pág 187. The Committee on Cultural Relations with Latin America, Inc.
New York, 15 de abril 1942 Sr. Joaquín Garcia Monge, San José, Costa Rica Muy Sr. mío: Aqui le incluyo la traducción de un artículo escrito por el Vice Presidente Henry Wallace que ha traducido nuestro amigo mutuo Luis Alberto nez, Ercilla, Santiago, Chile. Dicho artículo ha sido publicado recientetemente en la revis The Atlantic Monthly de Boston, Mass. y por trat de un tema de interés general y de suma actualidad, se me ha ocurrido que quizás quisiera Ud. reproducirlo en su publicación. Si decide Ud. hacer uso de este artículo.
sugiero que haga Ud. constar su procedencia, The Atlantic Monthly, ya que dicha revista me ha dado el permiso para enviárselo a Ud.
Su af mo. y atta, Señas: 156 Fifth Avenue, New York.
HUBERT HERRING. Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica