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Giro bancario sobre Nueva York Nueva vida de Hernández Catá Por JUAN MARINELLO (Envio del autor. Palabras leídas en el acto efecto ado en el Cementerio de Colón de La Habana, al cumplirse el primer aniversario de la muerte de Alfonso Hernández Catá, de noviembre de 1941)
RMOELDE L4 FVENTE AVI Alfonso Hernández Catá Un año no es bastante para tener, ida la presencia corporal, la esencia válida de un hombre. Mucho menos si, como en el caso presente, a la emoción turbadora del juicio se suma el dolor rebelde y amargo de la desaparición prematura. Una tumba recién abierta no es el mejor lugar para la estimativa estricta ni un grupo de amigos doloridos el auditorio propio para la crítica responsable. No nos hemos congregado aquí para medir merecimientos de quien los tuvo muy cuantiosos sino para confirmar, con la presencia de sus más fieles estimadores, la existencia de esos merecimientos.
Yo no creo, como otros, que son inútiles las palabras de recuerdo con que se cuentan los aniversarios. En casos como el de Alfonso Hernández Catá pueden significar singular servicio. Son como el arranque intenso de recuentos más plenos, como puntos de partida, necesariamente enérgicos y ansiosos, de las carreras de larga ambición. Muchas veces, cuántas, ha faltado a los hombres singulares esta como vigilancia de su calor, ésta como conservació de su aliento, que los salvan de los rumores demasiado humanos que levanta la muerte, que sostienen la vigencia de un nombre de wa obra hasta entregarlos, limpios de rondadores heridos, a las medidas serenas del juicio sin contienda.
En el caso de Hernández Catá hay razones para dar vigor y sentido a estas recordaciones emocionadas y cercanas. Nuestro gran escritor desapareció en un instante de bella plenitud; hubiera podido darnos todavía su mejor cosecha, aquella en que el hervor de la ambición artística cuaja en moldes anchos y firmes, en que se dice más de lo que se quiere y se quiere más de lo que se dice. Hay por ello en el final de nuestro escritor como un calor que no ha mermado, como un latido que ni merece ni permite los juicios distantes, Mi última conversación con Hernández Catá me dejó la impresión del artista que se apresta a realizarse en materia definitiva. Fué en el ámbito jadeante de calidez creadora de su Rio de Janeiro trágico. Había en su palaibra decisión y miedo, el impulso de la creación, siempre en él robusto y ambicioso, y el temor responsable de quien sabe que se acerca a la tarea culminante. Hernández Catá fué ante todo y sobre todo, lo saben cuantos le conocieron la entraña, una angustiosa conciencia artística. Todo hombre tiene, cuando lo tiene, un trabajo primordial en el que echa a andar sus capacidades más genuinas. Nuestro novelista dió todas sus potencias al logro de una obra literaria de altas calidades. En sus últimos días, así me pareció sentirlo en la charla inolvidable de Río, su noble querer de perfección había llegado a la ansiedad torturadora. Quería sentir el temblor sagrado de la creación con la ansiedad de un principiante en que estuvieran todos los recelos sabios de un maestro. Había en aquella ansiedad una patética hermosura. Se trataba nada menos que del cumplimiento de su destino. El niño consentido, el adolescente desvelado de esperanzas milagrosas, que nunca murieron en Hernández Catá, estaban allí, frente al ansia virginal de la página que va a comenzarse y de la que puede venir el malogro o la consagración. Quisiera no haber escrito nunca nada, para gozar ahora la gracia del inicio, me decía. junto al niño voluntarioso al lado del adolescente en carne viva, el maestro wigilante de la travesura, la precipitación y el desvío. La experiencia varia y compleja, vivida siempre por entendimiento artístico, no había amargado la sangre del hombre ni la tinta del escritor. En la queja, que quería ser desolada, soñaba, y dominaba al fin, el ímpetu de creación y la impaciencia de crear bellamente, que fueron las razones motoras y esenciales de su vida.
Este acabamiento súbito, en la posesión de todas las potencias y sin rendir la mejor tarea, otorga al caso de Hernández Catá una significación viviente, activa, dinámica. Yo he imaginado, imaginar es un deber frente a un imaginador insuperable. que el modo de muerte que le tocó, y que con tanta justicia nos aflige, hubiera sido para él, en su perfil simbólico, muerte querida. El nos dió su mejor libro en La Muerte Nueva. Lo fué la suya, pero en un sentido distinto y opuesto al de su narración hermosísima. En su novela hay un acabamiento consciente, una sombría renunciación anticipada: se siente, bajo la piel de los héroes solitarios, el hervor pugnaz de la vida, se toca el curso de la sangre eficaz y a todo se oprime con piedra de sepulcro: la muerte nueva, la muerte en la vida, en el latido animal que en soliloquio amargo ha renunciado a sus deberes. La muerte de Alfonso Hernández Catá es, en cambio, como una vida nueva; es un vuelo que se rompe en el instante de alcanzar el más alto objetivo, es el ímpetu maduro y firme que muere viviente, inacabado, operante, inmortal. Ni la muerte cuando no hemos dado la muestra de la medida posible, ni el acabamiento cuando nada queda por ofrecer: la muerte ei sazón singular, cuando puede otorgársele superior sentido trágico al corte violento de la vida porque, conociéndose la calidad de lo rendido, se da precio alto y justo a lo que queda callado por la muerte. Por ello, yo me atrevo a creer que si a Alfonso Her nández Catá se hubiera dado a escoger, fuera de su cuerpo, visto su caso en una perspectiva ancha y sin tiempo, digna de su espíritu. su modo de muerte, hubiera señalado hacia el vuelo roto colmado de su propia fuerza, que apunta a la mejor altura con los títulos de quien ha sabido volar mucho y que deja imprecisa y sin imagen imaginable la parábo.
la abierta de la realización perfectible.
La obra de Alfonso Hernández Catá, universal y nuestra, resiste, y ya es medida exigente, la comparación con su propia posibilidad superadora. Lloramos mucho su muerte nueva por lo que tiene de vida preciosa. Nos arde por dentro su sangre rota porque hemos penetrado el calado de su huella y visto en cada paso de su planta una hondura más cabal, más sangrante, más nuestra, de una cercanía ahicada en lo humano universal. Por ello, nos parece que se llevó un poco de nuestro mismo plasma ansioso, que todos hemos muerto un poco en su muerte.
Hay ua modo de completar la vida de Alfonso Hernández Catá, hay una manera de continuar su huella, de lograrle, por fidelidad a su impetu, el rendimiento pleno. Su más honda huella fué la del cuento. Los que viven y los que vengan tendrán que andar por ella.
Nuestro idioma, en sus dos orillas atlánticas, tomó enaltecimiento histórico en los cuentos de Hernández Catá. Inquietemos en la nueva creación, en los cuentistas nuevos, su querer de obra perfecta. Nada podría serle más grato, nada puede responder mejor a su anhelante maestría. Yo creo por ello certerísima la iniciativa noble, como hija de la devoción ejemplar de Antonio Barreras, de instituir, para las mejores barraciones nuevas, el Premio (Pasa a la pág. anterior. COMPRE SUS MUEBLES EN EL Mueblería EL HOGAR, Situada 200 vrs, al Este de la Iglesia del Carmen.
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