56 REPERTORIO AMERICANO Tolstoi (Según el retrato de Ilya Ryepin)
Ferney. Sin otras armas que la pluma, conquista las conciencias y anula los decretos de los tribunales: es la inteligencia como poder espiritual. su castillo acuden de todas partes de Europa para rendirle pleitesía, solicitar un consejo o contemplar con temblorosa emoción al gran hombre. Aún hay gigantes en la tierra! Ferney, hogar de incredulidad, se convierte en santuario.
Sigamos la peregrinación. En el primer tercio del siglo xix, nos es grato refugiarnos en un pequeño principado alemán. La Turingia es encantadora; y luego de recorrer sus apacibles campos y espesos bosques, penetramos en la capital. Weimar, nos dice la maledicencia, es una ciudad de diez mil poetas y algunos habitantes, bajo el gobierno ilustrado y paternal de Carlos Augusto. El duque es diestro cazador de venados, y de grandes hombres; pues con las redes génerosas de la bondad, ha aprisionado a Weiland, Herder y Schiller. Tiene por consejero a un turbulento amigo de juventud, quien por mandato de los dioses, descendió del Olimpo para vestir la casaca de ministro en la Corte. Goethe es un ser extraordinario: a lo largo del camino ha dejado caer fecundas semillas y espléndidos frutos. En él, el ansia de sabiduría se funde con inagotable deseo de creación poética. En sus mocedades, ahuyentó la tentación del suicidio, escribiendo una novela; tan peligrosa para los tocados por la desgracia en el amor, que suavemente los empuja a la muerte. Surge el escándalo, la alarma cunde; y Napoleón que tenía por propiedad imperial la vida de los franceses, prohibe el Werther, aunque más tarde inclina su altivez ante el genio del autor.
Goethe, de existencia envidiada y máscara feliz, sienta sus reales en Weimar. Sólo le es infiel en una escapada a Italia, tierra de sol y limoneros dorados, donde las ruinas alientan y prodigan sus confidencias a quien sabe esReflejos en el agua Los Santos Lugares Por RAFAEL SÁNCHEZ DE OCAÑA (De El Nacional, México, 11 42)
Cada siglo tiene sus Santos Lugares de peregrinación. Demos al olvido aquellos de ardiente fe, en que la Cruz es puño de espada, y se sueña con rescatar un sepulcro vacío, en tierras de Oriente, donde florece la leyenda y madura el milagro. Nos hallamos al declinar el XVIII. En medio de agresiva incredulidad, conserva inquebrantable fe; no en los dioses ataviados con el cambiante ropaje de la Historia, sino en la Razón eterna, reflejo del Ser Supremo o de la Naturaleza.
Instituciones y creencias, leyes y costumbres, han de justificarse ante su severo tribunal o desaparecer, por atentatorias a la dignidad humana y sus progresos, engarzados en el tiempo, que no tiene fin. Un hombre encarna su época y la enriquece, con los destellos de su genio, escéptico y apasionado, irónico y sensible.
Gran señor de la letras y de la vida, a la sombra de los Alpes, desde su castillo de Ferney, un anciano de rostro apergaminado, ojos centelleantes, sonrisa sarcástica y cuerpo raquítico, pesa sobre los destinos del mundo. Monsier de Voltaire se escribe con soberanos y príncipes, gentes de alcurnia y personas de la más elevada calidad en las ciencias, las artes, la literatura y la política. Entre burlas y veras, cortesías exquisitas y licencias, en prosa y en verso, en el drama como en la novela, en la historia o la física, se destaca un constante y noble celo por la causa de la humanidad y enemiga a la superstición. Su fama se extiende a todos los confines. Los perseguidos encuentran en él su defensor; sean los protestantes o los siervas del Jura, un general inglés o el caballero de la Barre, Voltaire es el bienhechir del género humano, el patriarca de Voltaire Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica