360 REPERTORIO AMERICANO Una capilla literaria chilena: Los Diez (Del Boletín de la Comisión Chilena de Cooperación Intelectual. Santiago de Chile. Enero marzo de 1942. le Pedro Prado La casa queda en las cercanías de Santiago.
Frontera al camino real y cercana al río Mapocho, la precede un jardín criollo en que los jazmines se enredan a los pilares de la fachada y unas tinajas muestran la comba de su vientre lustroso de verdín. Una cancela da paso al zaguán. De un lado queda la toute, ea que está el escritorio; del otro el comedor. al fondo otra cancela abre al patio, rectangular, bordeado de corredores, con losetas rojas por piso, enjаbelgadas las paredes en que suele mostrarse la fina caladura de una farola. En el patio hay naranjos y limoneros, una alta palmera y una fuente que dice su romántica canción de agua. Todo es claro, preciso, recoleto; casa colonial que implica señorío y que usted y que yo, americanos, conocemos porque es la casa de los abuelos que guardamos en el corazón como el más dulce de los recuerdos de infancia.
Esta, en Santiago de Chile, es la residencia de Pedro Prado, poeta y novelista.
Más allá de la casa y del jardín, se amontonan una serie de edificios híbridos, un poco capilla, otro poco bodega, en pie alguna parte, otra medio derruída, con una torre y sus campanas silenciadas por el tiempo. Adentro hay una vaga luz de troneras y un inverosiinil amontonamiento de objetos incongruentes: muebles, lagares, maquinarias agrícolas, material de construccion. Porque algún abuelo, posiblemente, pensó levantar allí una gran fábrica y el pensamiento quedó en proyecto. por lo que fuera, respeto o desidia, nadie tocó nada. así el tiempo acumuló años y un buen día o, mejor dicho, una buena noche del año 1916, grupo de Los Diez hizo de aquel recinto la sede de sus reuniones, agregando a lo medroso del escenario, propicio a lo fantástico, la fina leyenda que ellos mismos crearon.
Nunca se supo a ciencia cierta cuántos eran, ni se supo siquiera si eran diez. Pero su iniciador fué Pedro Prado y a su lado se unían los más altos valores intelectuales que en ese entonces poseía Chile: Manuel Magallanes Moure, poeta; Alfonso Leng, compositor; Augusto Halmar, novelista; Acario Cotapos, compositor; Julio Beltrand, arquitecto; Alberto Ried, poeta. Posiblemente fueran más de diez. fueran menos. Nunca se supo. Pero, atando cabos, por lo que alguno solía decir, voluntariamente, porque en su espíritu estaba el dejar cundir la leyenda fomentando la curiosidad, se pudo reconstruir sus actividades.
Nació la idea juega jugando. Como hombres artistas, un mucho niños que eran todos. En el fondo de una de las bodegas, en una hornacin formada por una puerta ciega, levantaron altar a un gran chivo ante el cual quemaban incienso y decían largas tiradas de versos rituales. Todo esto con luces de velones, mientras las campanas, salidas de su madez. picaban alegres voleos que espantaban a los buhos o doblaban dolidos toques que hacían a las visjas criadas encomendar a Dios el alma del moribundo. Los iniciados, gravemente, oficiaban, instruyendo a los neófitos en los misterios de esa liturgia. una vez terminado el acto Los Diez se iban al escritorio de Pedro Prado en la torre de entrada, felices de su escapatoria al absurdo, como niños que regresan del país de las maravillas. entonces empezaba la faz extraordinaria de su obra, a la cual la cultura de Chile le debe frutos de opima calidad.
La torre en que está el escritorio de Pedro Prado es cuadrada y al patio abren pequeñas y altas ventanas. En las paredes lucen cuadros de grandes firmas. Aquí y allá hay sillones confortables, muebles de noble traza colonial.
Una escalera angosta y pina lleva a la parte de superior de la torre, atestada literalmente libros. Ahí se reunían Los Diez. era enton Pero, cómo. Tendremos nuestra torre para siempre aqui, fija, sin movimiento, sin que nunca pueda nadie darle nueva forma, sin que nunca se haga a la mar ni llegue a playas desconocidas. La torre de Los Diez aquí, inmóvil para siempre, tangible, de piedra y cemento. resolvieron que jamás la torre sería otra cosa que un sueño más bello que toda realidad.
Un año, dos años, el grupo de amigos pudo mantener la obra de Los Diez. Fero la vida intervino con el inexorable encaminar a sus criaturas por los caminos del destino y así Manuel Magallanes Moure, poeta y pintor, una mañana cualquiera se durmió en la muerte; Augusto Halmar partio para tierras de Asia enviado por el Gobierno como Cónsul en Calcuta; Julio Beltrand se durmió también en la muerte; Alberto Ried tomó rumbo hacia Europa. Acario Cotapos enfiló hacia Norte América. Tan sólo quedaron en Chile Pedro Prado y Alfonso Leng. Alguna vez salieron fuera de su tierra.
Volvieron como volvieron los otros: Halmar, Cotapos, Ried. Pero, aunque siempre unidos por la más cordial de las amistades, nunca el grupo de Los Diez volvió a formarse, convencidos tal vez de que una rosa nunca es igual a la rosa que antes floreciera en el mismo rosal. Qué significan en nuestra vida cuitural estos hombres que formaron el grupo de Los Diez?
El iniciador, Pedro Prado, es posiblemente el más fino espíritu de artista que hayamos tenido en Chile. Inquieto, tremendamente analítico, intravertido, leator insaciable, religioso, con una sólida cultura humanística, su obra primera lo sitúa con sus poemas en prosa entre los simbolistas. Publica La Casa Abandonada y Los Pájaros Errantes. Se adentra en seguida en la novela y entrega Alsino, en que aparece el eterno personaje obsesionado con la idea del vuelo, Icaro; alquí se llama Alsino y es criatura campesina, niño al que le crecen alas y al cual la vida condena a la caída, a la deformación, a la irremediable angustia del fracaso.
Todo ello en un clima de poesía, dentro de cuadros de una realidad en que la montaña chi.
lena aconcagüina abre sus ramazones y deja resbalar su correnteras y en donde los seres tienen algo de agua y de piedra, tiernos duros al mismo tiempo. Posiblemente sea Alsino la obra máxima de Pedro Prado. Porque si bien publica después Un Juez Rural, lleno de observaciones y de un diluído humorismo, no se halla en sus páginas el hálito poético que levanta a Alsino hasta planos superiores en el orden literario. Pero no ha de quedarse en los poe.
mas en prosa y en la novela tan sólo. Si inquietud busca nuevas formas. Publica Androvar, drama bíblico y después una serie de so.
netos, obra de madurez, perfectos de forma y con un rico contenido emocional en que una pinta de escéptica filosofía pone un matiz que no llega a lo sombrío. Dentro y fuera de Chile la obra de Pedro Prado es justamente valori.
zada. En constante producción, siempre en la vieja casona de los abuelos en los extramuros de Santiago, sin sobresaltos ni ambiciones, sin cero consigo mismo, trabaja solitario y ahircadamente.
Manuel Magallanes Moure, de familia lusitana, nos dejó una valiosa obra péotica, ro.
ces la hora de la fina atención que se presta ba a la obra leída por su propio autor, de la apasionada crítica, de escuchar la página musical recién concebida, de barajar conceptos so bre todo tema grato a la inteligencia, Ampliaron su campo de acción. No era cosa de seguir jugando con el misterio ni de ence.
rrarse entre las paredes de una torre. Fundaron una revista que se llamó Los Diez. luego tuvieron una editorial. El público culto los acompañaba, fascinado con los valores que ese grupo de seres privilegiados, a tono con su época, iba mostrándoles. Porque allí se rompían moldes, aparecían nuevas formas, ignoradas escuelas. Con sus notas bibliográficas, con sus páginas de arte, con su crítica a más de la propia obra de cada cual, acercaban al público autores universales que hasta entonces sólo un pu.
ñado conocía. el otro público, el que sigue las rutas ya hechas, un poco por curiosidad, otro poco por snobismo, seguía también, intensamente interesado, la trayectoria de Los Diez.
Se les hacía pequeña su escenagrofía en las viejas bodegas y planearon un edificio frente al mar, una especie de cartuja, con gran biblioteca, refectorio, celdas propicias al trabajo, una sala de misica y una alta torre para ataJayar los horizontes oyendo a los vientos enredar larga serpentina al cuello de los pinos. el mar y la montaña alrededor, inmensidad frente a otra inmensidad.
Discutieron los planos. Publicaron el proyecto definitivo. Un señor cualquiera, con mucho dinero y mucha admiración por ellos, les ofreció en El Algarrobo, al sur de Valparaíso, donde la costa presenta a las olas su dura frente de acantilados, un gran terreno para edificar la casa de Los Diez. Aceptaron el ofrecimiento fueron en grupo a verlo. Alli mismo discutieron la ubicación. Llegaron a un acuerdo. Pero, en el último instante, uno de ellos, acongojado, exclamó: un su (Concluye en la página 367. Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica