REPERTORIO AMERICANO la repostería tropezamos con unas ces tas llenas de comestibles recién llegados del almacén, me comentó sonriente. Son mis provisiones para toda la semana.
mes Rossel, leímos en las carteleras la noticia de la muerte de Einstein. Gentes de todas las edades se detenían a leer y releer las breves líneas en silencio. El padre de la física nuclear le llaman los grandes diarios. en un grupo de muchachos y muchachas que habían desmontado de sus bicicletas y comentaban en voz baja la noticia, oímos a uno de ellos decir a su vecino: no Lo más importante de aquella conversación con Einstein fue su claro optimismo respecto de las grandes expectativas en el uso de la energía atómica para fines pacíficos. Sus posibilidades aparecen imprevisibles. aseveró. cuando yo le expresé que en mi sentir con aquel nuevo y prodigioso poder del hombre sobre la naturaleza vendría la revolución que realmente transformaría al mundo, dijo en alemán: Son nuestras esperanzas y también nuestros deseos. Entonces, co.
mo yo le mostrara una cajita que acababa de recibir de unos redactores de la revista Time de Nueva York, conteniendo unos fragmentos de la tierra radiactiva de Hiroshima, Einstein me aconsejó que pusiese siempre lejos de mi aquel histórido regalo.
Esta tarde caminando por la Kungsgatan de Stocolmo con el periodista Ja.
De pie, mientras nos fotogafiaban, el polesor Einstein me reiteró amables palabras de aliento acerca de mi proposición sobre el Espacio Tiempo Histórico.
Me estimuló a seguir y recalcó el significado subjetivo del Espacio Tiempo sólo perspectiva en la historia, según mi interpretación, sino conciencia de ella y luego me repitió con mucho convenci.
miento. It sounds so logical that it seems that a whole theorie could he set up. luego en tono más bajo me expresó que deseaba que yo tuviese todo el tiempo posible para seguir en estas investigaciones. El más grande sabio del mundo; el descubridor del igual eme ce dos.
Acaso sobre su tumba sea esa fórmula el mejor epitafio.
Helsinki, mayo.
El poema de Honduras Por Rafael Heliodoro Valle (En Rep. Amer. los grandes abuelos mayas que cincelaron el rostro del Tiempo con amor, sabiduría y paz. Desde la transparencia constante del recuerdo veo tu rostro dulce y triste, tus montañas con nieblas en la gloria solar del mediodía, tus pinos con balsámicos rumores y fragancias, y en el fondo los pueblos con luces en la noche.
Te quiero por pequeña, por suave y sensitiva, ásperamente dulce como la piña de oro que en tus vergeles surge con su miel concentrada como si fuera síntesis del verano moreno en que la abeja hilvana sus sueños con paciencia, flotando entre las frutas que los golosos pájaros los más esplendorosos del mundo picotean en las cuatro estaciones. Oh melódica Honduras, tierra dulce y pequeña, tierra del rostro indio y del alma española; hija del Almirante que iba ciego en el mar, como si te buscara su olfato oh flor telúrical, 10h isla vagabunda del Alto Mar Océano! se quedó mirándote pasar cuando tus islas pasaron encendiendo su mirada de errante poeta y te nombró al caer de rodillas para dar las gracias por haberse evadido de una larga tormenta frente a tu litoral en uno de esos días en que hasta las gaviotas se quedan suspendidas entre el agua y el cielo, buscando el rumbo, ciegas, en la áspera locura del sol innumerable.
Oh tierra blanca y azul! Ya tu bandera trasunta lo más puro del día y de la noche, la pristina inocencia y el sueño más audaz, la libertad magnífica y la pureza virgen del alma que se entrega al futuro perfecto, olvidando los días nefastos, las cruentas pesadillas, los bárbaros holocaustos caníbales que emigraron del Africa, acaso del Brasil con gritos ululantes y tambores de gala, hasta que el europeo llegó en su carabelas, desafiando las furias eléctricas, los vientos contra los cocoteros, desmantelando velas, gritando. Más allál Sí, más allá, tal fue la voz, Honduras.
Síguela, óyela, suena al otro lado de los peñones donde se detienen las aves marinas y las brújulas navales enloquecen y las redes errantes del radar cumplieron profecías, ya los nuevos oteadores del viento y del cielo presagian para tí grandes días henchidos de la dicha posible. Hay una estática en la Historia, que siempre ha precedido a los advenimientos de las auroras áureas de esplendor. El compás del barco escuela capta las ondas más sutiles del hierro del Agalteca y el temblor de los nervios del Golfo de Fonseca el golfo promisorio, en que sigue escondido el tesoro que pudo rescatar el pirata que llegó sobre el lomo del Pacífico, desde el Sur de Pizarro. Aun se miran las huellas del gran González Dávila en las aguas salobres, de ese Mediterráneo que tiene muchas islas que cantan encantadas como si fueran novias en una sinfonía en que aparecen garzas dibujando poemas de blancura estatuaria y de silencio exacto.
El Golfo es un tesoro que guarda los secretos que buscan los que creen en la Atlántica, los buzos que sueñan con galeones hundidos y con arcas repletas de la plata primera de tus montes, que en su fondo callado de clepsidras escuchan caer las silenciosas lágrimas de los mineros que rescataron plata y recibieron cobre.
Oh muertos! vuestros puños se alzaron sin remedio, sin esperanza, disteis en lo oscuro del túnel la sangre y el sudor, sin que se identifiquen en la vieja moneda que decía: El libre ofrece paz, pero el siervo jamás.
Jamás! Esta palabra impura no debes repetirla; no vuelvas al pasado, no mires tu ignominia, que el futuro está en flor y aun puedes cultivarlo; tú llevas una mina más rica que las otras, es tu mina interior; no la gastes, ahorrala, no para el odio estéril; no vuelvas al pasado que te puso en el mapa con horrendos colores, y que manchó tu azul y tu blanco y tus pinos, que son la primavera, la imagen del futuro que aguarda como novio, a tu puerta, sonando su guitarra con el cuello adornado de jazmines insignes.
Sé siempre cual la flor más excelsa del patio de tu casa sencilla: el jazmín en la pura expresión de tu heráldica; de día está orgulloso de su blancura, dando su aroma penetrante su canto de poeta enamorado siempre de las formas sagradas, la niña que aparece en el balcón y escucha la serenata de músicas sublimes, de palabras que no pueden decirse, y el sol sobre las altas madreselvas cae, dejando pétalos de cielo sobre los sueños castos de las calandrias ebrias y Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica