REPERTORIO AMERICANO 371 El duende y la jorobadita Es un cuento de Rómulo Tovar (En el Rep. Amer. Ilustración de Eri: Tovur. Vamos a contar las hazañas de este otro duende. Había en un pueblo una jorobadita, hija de un zapatero. La cara de la niña era bonita, y seguramente habría nacido para ser princesa de no haber venido al mundo un poco contrahecha. Sin embargo, el zapatero y su esposa estaban muy contentos con su hijita y procuraban hacerla feliz tanto como pudieran.
Pero el zapatero era pobre y naturalmente tenía dificultades para complacer a la hija, a ppsar de que ella no era exigente, para decir verdad. Un día que la jorobadita fué a traer agua del arroyo vecino, de donde también se surtia todo el pueblo, la vió un duendecillo que andaba por el lugar en busca de impresiones. Vio la jorobadita y se enamoró de ella. Aquel día.
el agua del arroyo estaba un poco sucia y la niña se quejaba. Cómo he llevar esta agua a mi casa?
decía en una deliciosa voz infantil que parecia un canto.
Vino entonces el duendecillo y le dijo. Aguarda. Préstame el cántaro y te traeré una agua limpia como minca has visto.
La chiquilla no supo qué hacer al principio, porque le extraño ci personaje tan poco común. Ella estaba acostumbrada a ver los arrapiezos del vecindario o los hijos del señor Alcalde. una figurita así, vestida de colores y un tanto fantástica 70 la había visto ella sino en los teatros. Por lo pronto imaginó que fuera una figurita de un teatro. El duendecillo, mientras ella salía del asombro, ya regresaba con un cántaro que no era el que había llevado al arroyo, sino algo maravilloso lleno de una agua que parecia un espejo. Aquí tienes el agua que te ofrecí. Pero este no es mi cántaro, tal vez lo hayas equivocado? dijo la niña con cierta preocupación. No te cuides de eso le repuso el duende. Tengo millares de cántaros iguales. desapareció.
Cuando los padres vieron el cántaro se llenaron de asombro y cuando bebieron del agua se sintieron poseídos por una indecible alegría. Qué te ha pasado. le preguntaron a la niña. ella contó la historia. Cáspita dijo el zapatero. Aquí hay algo de malo. Debe de tratarse algún duende. sé que los duendes pierden a los niños.
El zapatero, como buen zapatero que era. todo zapatero es rebeide le dijo a su mujer. Nosotros nada nos sacamos con tener este lujoso cántaro aqui. Mejor es que lo venda en el pueblo.
Pero la mujer que era más inteligente, le repuso. Ni lo pienses. Creerían que lo habrías ro.
bado, porque nadie va a creer que sea cierto lo del duende.
El zapatero se indignó con la mujer y casi grito. Qué diablos. solamente los ricos pueden tener cántaros lujosos? se dirigió precipitadamente hacia donde estaba el cántaro, se apoderó de él violentamente y al dar una vuelta para ir hacia la puerta, golpeó el cántaro contra una regla y tras, se hizo el cántaro polvo. Mejor que mejor, dijo la mujer. el zapatero: Así tenía que suceder. Tú no tienes ambiciones; te contentas con tu suerte y quieres morir pobre. Nací pobre y pobre me quedo observó la buena mujer.
Desde este día, la jorobadita fué objeto de constantes y casi misteriosas atenciones de patte del duende, atenciones que casi siempre alcanzaron a sus padres también, por el hecho de que ella era muy noble hija y siempre compartía con sus padres sus grandes o pequeñas alegrías. En la casa del zapatero no hubo riqueza, pero hubo felicidad. La mujer se quiso mantener en su doctrina de la pobreza digna, a pesar de las protestas y rebeliones de su marido. Pero no se puede negar que en lo demás fueron dichosos. Sólo que al cabo de un tiempo la jorobadita cayó enferma y una mañana muy bella su almita se fué por el camino del cielo sobre las alas de los ángeles. En la tarde llegó el duendecillo a la casa de su amiga. Noto que había algo inexplicable allí. Un pesado silencio y una atmósfera como de tristeza. Así estaba, cuando pasó por sus pies un ratoncillo, el cual se detuvo un instante. Debes de estar muy triste, duendecillo le dijo con tal vez un poco de maldad ratonil. qué ha pasado aquí, ratoncillo? le preguntó con cierta meiancolía. el ratoncillo para dejar as cosas en el misterio, le dijo. Se han robado a la jorobadita, ya lo ves. salió a escape antes de que el duendecillo lo acribillara a preguntas. entonces el duendecillo se fue muy triste para sus dominios.
Muy temprano de la mañana siguiente se vino al pueblo y se sentó al pie de un gran árbol y se dijo. Cómo encontrar a la jorobadita? Yo daría cualquier tesoro con tal de que alguien me dijese en dónde está. Pero quién será capaz de decírmelo. se quedó pensando. Al cabo de un pensar penoso se dijo casi alegremente. Ya di en el chiste. Trataré de interesar al señor Dimas, el comerciante. él le gusta mucho el dinero. Le ofreceré un saco lleno de dinero y él me dirá dónde está la jorobadita.
Se me pone que quieren alejarla de mí, los malvados. de un solo brinco estaba ya en la casa del comerciante señor Dimas, a quien se le podría llamar también de agregado, el Codicioso. En aquel momento estaba precisamente el señor Dimas contando unas cuantas monedas de oro sobre una mesa negra de sucia. se decía. Carambas. Yo sería feliz si tuviera más de estas brillantes monedas.
El duendecillo se puso en frente de don Dimas y le dijo. Tendrás las que tú quieras si me haces un servicio. Soy el duende Lo Da Todo.
El duende se puso así un nombre cualquiera.
Pero cierto es que el suyo sonaba a palabras chinas. qué quieres. le preguntó don Dimas el Codicioso. Que me digas en donde está lo jorobadita, hija del zapatero. ya se lo iba a decir, cuando recordó lo de la leyenda del duende que estaba enamorado de la jorobadita y le entró cierto temor y se quedó mudo. Pero como era comerciante, a poco recapacitó y se dijo. Por qué he de perder este buen negocio? dirigiéndose al duende le dijo. Si me llenas esta mesa de oro te diré en dónde está.
No había coincluido de decir esto cuando vió que un montón de oro se desbordaba de su mesa.
Beba cervera SELECTA De malta y lúpulo. Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica