REPERTORIO AMERICANO 233 Van pasando las carretas.
Casi romance Por José FABIO GARNIER Con ilustraciones de Juan Manuel (En el Rep. Amer. Amanece. Las casitas que se quejan enmohecidas del villorio, distribuidas por las aguas de infinitos en las faldas de la sierra, aguaceros inclementes se despiertan al conjuro que fecundan la región.
del bullicio matinal.
Ya se apagan las estrellas Las carretas van pasando que a las almas inocentes en desfile rumoroso: cada noche les ofrendan es coqueta la que sigue, un ensueño encantador.
carretilla que no sabe El ambiente se satura de las largas travesías; de rumores sugestivos: la maneja con cariño un muchacho grita, arreando un muchacho tan alegre los caballos y las vacas como ella; carretilla que enseguida empezarán parlanchina que recuerda las labores cotidianas; la inocencia de una novia unos perros, que madrugan que en el rancho prometió al llamado de los gallos, serle fiel hasta la vuelta se entretienen persiguiendo y quererlo como a nadie a las gentes que transitan hasta entonces adoro.
a esas horas tan temprands Carretilla que discute por la hermosa calle real. con las piedras, orgullosa Una vaca generosa, de sus ruedas coloreadas, de su cría al escuchar cantarina como pocas, el balido quejumbroso, carretilla que contagia le responde con mugidos su entusiasmo juvenil que silencian el reclamo despertando los recuerdos del lejano recental.
de un idilio encantador.
que humedecen sus gargantas con el jugo de la caña hábilmente transformado en veneno engañador.
Se avecinan las carretas, dando tumbos interrumpen el silencio dominante en los campos aún dormidos.
Un rosario se desgrana por la antigua carretera.
Con su olor de santidad Bajo el toldo de la lona un misterio indescifrable nos presenta sigilosa la carreta que ahora pasa.
En su seno cariño. o se cobija un grande amor; en la ermita de la aldea, ayer tarde fue la fiesta del casorio sin igual y enseguida por la antigua carretera principiaron ese viaje de las bodas que ya nunca olvidarán. los bueyes, con su paso de tranquila oscilación, pareciera que desearan la pareja adormecer.
Celestina la carreta; el arriero con los bueyes los campos y los ríos son los cómplices también de aquel rito que se oficia a lo largo del camino bajo el toldo de la lona.
La pareja así lo sabe y sonrie con encanto a los bueyes que despacio por la ruta se encaminan, el boyero que no exige un andar más sacudido y no olvidan la carreta que es el nido en que sembraron la más grande de sus ansias: el primero de sus hijos.
En un alto del camino hay un grupo de curiosos que comentan con cariño los detalles del desfile.
Una moza muy bien puesta, de sonrisa que es frescura, de mirada que es de fuego, de caderas titubeantes, con voz suave y melodiosa se adelanta hacia un mancebo y le dice. Marimbero, marimbero perezoso, con marimbas y guitarras el desfile se merece los honores de una diana.
Al conjuro delicioso de la bella campesina, sin saber de dónde salen, aparecen en el prado las guitarras y marimbas que enseguida nos regalan con un punto y el torito y las notas que enaltecen de las guarias la morada, bella imagen de la Patria en el reino de las flores.
Son las ruedas que se quejan en los ejes polvorientos: desde lejos nos anuncian, con su llanto prolongado, que ya llegan las carretas arrastradas con desgano por los bueyes soñolientos.
Ya se acercan y desfilan: un rosario se desgrana por la antigua carretera.
muy despacio se avecina con temor de muchachita de primera comunión, la carreta más modesta que retorna de su viaje a la ermita milagrosa del Señor de la Piedad.
Alla arriba, ante la imagen de escultura un poco ingenua, las mujeres y los hombres de rodillas le pidieron que al abuelo desprendiera de tabernas billares y que siempre le negara ocasiones de entregarse a las trágicas influencias del licor más popular.
Les confiesa con vehemencia el anciano compungido que, de vuelta del santuario, ya no siente tentaciones de acercarse a las botellas en el fondo de las cuales le parece ver dormido al mismito Satanás, aunque mire con envidia a los mozos y a los viejos Orgulloso de su yunta, corpulenta en realidad, un boyero se avecina con andares pretenciosos dirigiendo a todas partes sus miradas de tenorio que son dardos que conmueven de las mozas los afanes y son retos que a los mozos se dirigen sin piedad.
La marimba con sus sones lo enloquece en demasia, a la orquesta pide un suelto y lo baila entusiasmado con la moza más bien puesta, de sonrisa que es frescura, de mirada que es de fuego, de caderas titubeantes, Se adelanta la más vieja, ella viene de primera, va llorando su desgracia; dyer tarde, en la hondonada, tuvo un sueño de esperanza: el boyero, con un gesto de sublime compasión, la dejaba descansando, para siempre descansando, a la vera del camino, a la sombra de un laurel.
Desperto de aquel ensueño con la luz de la alborada y aqui viene conducida por las ruedas que no giran, Van pasando las carretas, van gimiendo las tristezas de los bueyes mutilados, van llorando las angustias de los mozos que no esperan un descanso a sus fatigas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica