REPERTORIO AMERICANO 211 Dulcehe Poema histórico Beba cervera SELECTA (En el Rep. Amer. Al Lic. Teodoro Picado, gran estimador de estas cosas del espíritu.
Cuando el generoso conquistador Juan Vásquez de Coronado llegó a Quepos en 1562. Corrohore, el cacique de aquella comarca, después de protestar de sus dioses y prometerle vasallaje al Rey de España, Felipe Segundo, le suplicó al glorioso caudillo que libertara a su hermana Dulcehe, prisionera del cacique de Coto.
El Gran Adelantado, en un informe dirigido al Rey, se expresa en los siguientes términos: Al cacique de Coctu mande restituyese al de Quepos la hermana que tenía por esclava, Trúxula luego sin vexacion alguna. De malta y lúpulo. es En España reinaba don Felipe Segundo.
Era el mar desconocido una esperanza. Los intrépidos bajeles por los mares del mundo traían el aliento milagroso de Dios.
Era el siglo de todas las épicas bravuras de aquellos capitanes que España hizo venir para que de las selvas, del monte y las llanuras surgiera el arco iris de luz del porvenir.
Entre los dos océanos América nacía trémula y palpitante tal como un corazón, y entre la espuma blanca del mar se adormecía soñando a veces y otras viviendo una ilusión.
Entonces arribaron al suelo americano, oración en los labios y en la mano una cruz; de montaña a montaña; de la cumbre hasta el llano, los valientes soldados sembradores de luz.
En el Perú Pizarro; en Chile Diego Almagro ofrendaron a España la más bella región, y Hernán Cortés realiza en Méjico el milagro de conquistar un pueblo con garras de león.
Fernando Magallanes descubre el mar que un día desde la cumbre viera con todo su esplendor, maravillado, absorto; radiante de alegría, Balboa, el más gallardo, fiero conquistador.
Don Pedro de Alvarado; Pedrarias y Nicuesa, con sangre a veces, y otras, prodigando bondad, en la fértil llanura o en la abrupta maleza clavaron la bandera de su inmortalidad. Pedro de Valdivia, paladín de la raza, y Gonzalo Jiménez y Ponce de León, bizarros caballeros de lanza y de coraza, son de la raza nuestra la justa evocación. Oh navíos de España. Oh naves victoriosas que a pesar de la furia gigantesca del mar, en sus vientres fecundos, las huestes valerosas nos dieron el idioma, la patria y el altar. Oh nobles caballeros. Oh hidalgos paladines, vuestras proezas todas la humanidad eleva y ama, que vuestra sangre fue en todos los confines la sabia milagrosa que dió una Raza Nueva!
Legendaria figura que el juicio de la historia en la paz engrandece y engrandece en la lid.
Salamanca se ciñe los laureles de gloria que conquistó en la lucha otro auténtico Cid.
III La mañana era tibia como el plumón de un ave, azul, como las aguas puras del manantial, y en la planicie extensa, con un silencio grave los hombres comenzaron la jornada tridpfal.
Al frente, transformado su rostro de alegría, pletórico de dicha y enérgica la voz, Vásquez de Coronado, bajo el fulgor del día, ordena a sus soldados dejar Garcimuñoz, Desciende por el valle; perfora la maraña de la selva que cubre la claridad del sol.
Cada paso, es un palmo de tierra para España; cada iodio es un vasallo del poder español.
Sube la cordillera; el hambre y la fatiga no detienen su empeño constante de subir, y a pesar del cansancio y a pesar de la intriga su consigna fue siempre: dominar o morir.
En la ruda jornada Fray Martín de Bonilla y Pedro de Betanzos, que vieron el dolor de aquellos pobres indios como una pesadilla, sobre ellos derramaron su bálsamo de amor. transcurren las horas calurosas del día; mas de una tarde plácida los vió desfallecer, y la sombra discreta de la noche sombría los consolo en su tibio regazo de mujer.
Mas al fin, cuando el viento se hizo denso y pesado saturado de sales y de yodo del mar, con intensa alegría, Vásquez de Coronado, al cacique de Quepos se acercó a saludar.
Los nativos no hicieron resistencia ninguna, con respeto inclinaron su tostada cerviz. Señor, por las señales que vi cuando la luna bañaba de luz blanca mis siembras de maíz, comprendí que llegabas, generoso caudillo como heraldo esforzado de tu reino español.
tras de la serranía pude observar el brillo de tus armas doradas por los rayos del sol.
Maravilló mi espíritu la divina grandeza del Dios esplendoroso que pregona tu grey, itoma los amuletos que adornan mi cabeza que quiero ser cristiano y un súbdito del Rey. Toma de mis vasallos los ídolos de oro a cambio del tesoro divino de la cruz, y préstame tu ayuda que una hermana que adoro, más fresca que la aurora, más bella que la luz, la dulce compañera que en mi país remoto fue todo mi consuelo, mi fortaleza fue, la esclavizı y tortura el cacique de Coto.
señor, por tus bondades devuélveme a Dulcehe!
II Costa Rica viene Vásquez de Coronado en el año de mil quinientos sesenta y dos, y emprende la conquista como el mejor soldado por la gloria de España y al amparo de Dios.
Es noble y compasivo; temerario y valiente; adusto, sin que pueda tildársele de hosti. vibrante la palabra; altanera la frente; su ademáu majestuoso; su porte varonil.
El indio astuto y fiero, de lacia cabellera, infúndele respeto y ensalza su valor: la marcha gigantesca; la abrupta cordillera son fuente de entusiasmo para el Conquistador.
Tenía el sutil encanto de darse como un niño; amaba la franqueza; repudiaba el desdén, en el alma escondía la flor de su cariño que prodigaba a todos sin preocuparle a quién. Este documento es propiedad de la Biblioteca electrónica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica