Violence

84 REPERTORIO AMERICANO RICARDO SEGURA caída entre los labios, bajo el llanto de una herida de hierro que revienta su cuerpo uniformado desde Oriente a Occidente. Levántate, mi amigo, mi deidad, mi amiga!
Levántate a escuchar en esas voces tu nombre justo, el que te dió la era, el que pobló de ruidos el arado, y el buey, y la osamenta de tu perro en tu cuarto, y el pan, abierto ya, caliente, omnipotente!
la fuente azul del agua!
Si se dijera, voz para morir con ella siempre, siempre, encantada a los pies de las palomas y atada a un largo viaje taciturno!
La luz fértil de agosto destilaba en la fina muchedumbre de los jardines su idilio marinero, su guitarra en sordina, su premura de garganta elevada hasta deseos ¡oh locura de velas traspasadas por un sol incipiente, una alba nueva, y una alma más carnal tirada al cielo.
Día de mocedades, de tranquilos finales a su borde de callejas, a sus casas pequeñas, a su ventana de cortinillas blancas, por donde andaba sigilo un olor de begonia y de maceta: samente si os acordárais, si me viérais, si lanzarais la voz para llamarme, asustaria, correria, volvería de puntillas a ser muy niño luego.
III Estoy para decirte cosas raras.
Cosas menos sencillas, cosas duras.
Sy POEMAS y 29 Esperanza en la vida: Tres cánticos de amor Mi canción que te canta es la de siempre.
Eterna voz de todas las gargantas, origen de la especie y las especies, historia universal de mi linaje.
Nutrida en todas las raíces de la vida llega hasta ti ahora más completa; cumbre incesante, se eleva por mi pecho y ajusta a ti el fruto profundo de las civilizaciones: Su llama preferida ahora envolviéndote, dorándote madura te recoge en su seno de misterios y llena un hueco más del infinito, un puente de armonía que se tiende hasta hallarte de nuevo donde esperas.
II Pasajero por ambas soledades, corte su loot de luna y de enemigo, ensimisma la tarde con las llaves de un misterio análogo e la fruta pequeña por razón de sus potencias; y desvelado crea la última forma que le pueda caer como un anillo junto a su arrullo, a su tristeza eterna, a su ternura de ramaje en vilo sobre los ojos de la fuente hacia un ramaje más allá, por las doradas vecindades del sueño.
Esta caricia rizando en los párpados inmóviles Estoy para cantarte con mis sueños tu duda sobre mi, mi vigilancia estéril.
Sombra del bienio de mi sombra: dos años de llevar tu frente herida como una fruta rota entre las manos. En el Rep. Amer. Estoy para llamarte por el nombre oculto en ese nombre que te acecha fijo en las cartulinas, Estoy aqui parado con la espera, con una música por dentro que me hiere, con una mueca dulce. Estoy. Tu blanco pie de niebla llora en este silencio de manzanas.
RICARDO SEGURA Costa Rica, 1940.
En el Panteón Canto épico, al Gral. Rafael Urdaneta (Envío de Ysola Gómez. Este poema salió premiado en el Certamen de Prosa y Verso que promovió la Institución Zuliana de Caracas, para conmemorar la inauguración del Monumento erigido en el Panteón Nacional al prócer Urdaneta. 10 Evidencia de muerte: Elegía a la paz Por el mismo delirio de encontrados placeres, y la sonrisa inmutable de estatua, y la forma hiciente de mi cuerpo contra el aire, yo te conjuro, Diosa herida, violentada Paloma. oh Paz bajo esputos militares!
Pues tu caida sombra muerta en los capitolios levanta sus dos alas de esperanza, llamea fe abajo, más abajo, por esa oscura tierra que la siente brotar bala y balazo, por esa oscura tierra. digo Pueblo!
que sufre su estallido, su violencia, su impuesta mascarada, su disfraz, que le dan palabras obscenas en discursos. Yo te sentía siempre, siempre en una flor pequeña, y el niño en aquella estampa de la B, y el anciano corriendo sus dos manos sobre la mesa puesta, con los ojos fijos en la forma de un gran pescado muriéndose en las copas.
Ahora sí en cilindros, en el largo jardin de fuego, en la dulce cuchara sin comida que la llene, en la saliva seca, y ese grito: mi hijo! que deshace las orejas de lata de la tribu. Oh las manos que antaño te cuidaban!
Por la fuerza de hoy cruza sus palmas una cicatriz de carabinas, y el soldado se pierde, ya perdido, buscándote perdida en ese campo bajo el llanto del pie, de la amapola Urdaneta es el más sereno constante Ofi.
cial del Ejército. Defenderéis a Valencia, ciudadano Gral. hasta morir; porque estando en ella todos nuestros elementos de guerra, perdiéndola se perdería la República.
Simón Bolivar Después, al Panteón. Sagrado Imperio donde duermen los Genios Inmortales bajo la augusta sombra del Misterio. vibren allí los pifanos marciales; los clásicos bemoles del salterio, los líricos plectros musicales. Si con dos hombres basta para emancipar la Patria, pronto estoi a acompañar a usted. Solamente dejo en la vida una viuda once hijos en la mayor pobreza.
Rafael Urdaneta Entra conmiyo, caminante. Inclina la rodilla hasta el ras del pavimento; espacia tu mirada peregrina por el artesonado Monumento, que allí se alza, en lumbre diamantina, el Aguila Caudal, cuyo ardimiento estremeció, como huracán violento, el peñascal de la región Andina. El Zulia entre la noche relampaguea.
Marcial Hernández ¡De hinojos, corazón. tú, discreta Musa gentil, remontate al Parnaso por el espacio azul. Lleva al Poeta sobre las sueltas crines de Pegaso, i, de Helicón en la subida meta, brindale néctar del Divino Vaso, envuélvelo en el oro en el caso de la túnica en luz del Musageta.
Es El Zuliano Cóndor. El Guerrero hijo de Las Palmeras del Lago, digno de la Citara de Homero; por cuyo honor, en merecido halago, con celajes de oro enciende el Mago del Catatumbo su Fanal procero.