Carmen LyraCommunards

236 REPERTORIO AMERICANO Canciones kechwas Versiones de José María Arguedas (Del cuaderno Cantos kechwas. Con un ensayo sobre la capacidad de creación del pueblo indio y mestizo.
Lima, 1938. Envío de Carmen Lyra, San José de Costa Rica. LXf He Is Moche. Trujillo. Perú. Camino Sánchez. 40)
La primera parte del prólogo: En el patio grande de la hacienda Viceca cantaban, por las noches, las mujeres, los muchachos y los peones de la hacienda. Los dueños de Viceca nos dejaban cantar. Durante las noches despejadas, cuando había luna grande, la gente de la hacienda se reunía en el centro del witron (1. hombres, mujeres y muchachos nos sentábamos sobre la bosta seca; y cantábamos waynos de toda clase. veces, los dueños de la hacienda salían al corredor, y nos oían; de vez en cuando ellos también cantaban; el patrón tocaba su guitarra y su mujer cantaba waynos y tristes. Los peones de la hacienda no bailaban nunca en esas noches. No eran para baile esos cantos.
Viceca es una quebrada angosta y honda. El caserío de la hacienda está junto al río; en las noches, el río sonaba fuerte. Junto al caserio hay una cascada, entre las piedras el agua se vuelve blanca y suena fuerte. En las noches, cuando todo estaba callado, esa cascada levantaba su sonido y parecía cantar. ratos, la gente de la hacienda se callaba; don Sararaura nos decía: El río ya también.
Todos bajaban la vista, y oían: sentíamos como la voz de una mujer; seguro era el viento que silbaba entre los duraznales de la huerta, en los montes de retama; pero nosotros creíamos que era el río que cantaba. nos alternábamos; el río y el coro de los peones. Don Sararaura nos hacía creer que el río nos contestaba.
En las fiestas de Utek y ochapata, los comuneros del pueblo cantaban otros waynos alegres, bailaban en la casa del mayordomo, en las esquinas de la plaza: los muchachos seguíamos a los wifaleros (2. En la cosecha de maíz y en el escarbe de la acequia grande del pueblo, los comuneros también cantaban y bailaban; junto a las eras de maíz, los recogedores hacían las fogatas todas las noches, y cantaban en coro, hombres y mujeres; los muchachos grandecitos entraban al coro, los más chicos dormían sobre la chala; a veces, homtres y mujeres se agarraban de las manos y, como en juego, bailaban la ronda. De las otras eras se oían casi los mismos waynos; unos cantaban con charango y guitarra, otros con flauta.
Y, a veces, los dueños de las chacras, niños y niñas, también cantaban con los cholos. La luna alumbraba la quebrada, la sombra de los cerros se tendía sore la pampa de los maizales; en el cielo brillaban todas las estrellitas; a esa hora cantábamos en las chacras; las niñas y niños se acercaban, poco a poco, a la era y seguían el canto. Después hacíamos huecos en la chala y dormíamos, sintiendo el olor del wiro (3) y de las yerbas secas. Los muchachos esperábamos todo el año que llegara la cosecha de maíz. Durante el escarbe de la acequia grande, las mujeres hacían la comida para los faeneros; al mediodía, las mujeres subían el cerro llevando almuerzo y chicha para los comuneros; al anochecer, toda la gente bajaba al pueblo, cantando en wifala. Pasaban las calles formando cadena; los músicos iban por delante; llegaban a la plaza.
daban varias vueltas alrededor del eucalipto grande, cantando, dando gritos, zapateando fuerte. Los muchachos seguíamos a los wifaleros; a veces, nosotros también nos agarrábamos de la cintura y hacíamos otra wifala, tras de los comuneros. En esos días, creo que nadie se acordaba de lo que habían sufrido. Los mak tas (4) se conseguían mujeres en esos días, ya fuera para un rato o para siempre.
alcalde, jefe militar, cura. Todo el resto del pueblo era de la indiada. Esos pueblos, como el mio, tenían dos o tres fiestas grandes al año.
En la mañana del día grande, la indiada llenaba las calles de los principales; entraban a las tiendas o se paseaban, caminando por el medio de la calle. Al repique de las campanas, la indiada entraba a la iglesia; llenaban el templo de bote en bote; a veces la iglesia no alcanzaba, y la gente oía misa desde la plaza, frente a la puerta grande. Los principales se a piñaban junto al altar mayor. Después, los indios hacían la fiesta: salían danzantes, waylias (5. machok (6. con rapa y violín, clarinete o flauta, bailaban en las esquinas y en las plazas; la gente del pueblo los seguíaindios, mestizos y hasta señoritos, sólo los más principales del pueblo veían a los danzantes desde los balcones de sus casas. Los bailarines llevaban casi los mismos disfraces que en mi pueblo: ropa de terciopelo, seda o castilla adornada con plumas, espejos, piñes, monedas de plata y oro. En todos esos pueblos, como en el mío, las grandes fiestas las hacían y las preparaban los indios; toda la fiesta, con música indígena, con bailes indígenas, con costumbres indígenas o indigenizadas; sólo la misa y la ropa de los señores eran extran jeros. porque hasta el repique de las campanas era como un acompañamiento de wayno.
El trono de los santos lo hacían los indios a su modo, con cenefas, con flores silvestres, con ceras retorcidas; la procesión marchaba con 101a banda de músicos indios: flauta, bombo.
tambor y clarinete, o banda de cachimbos. Todo, como en mi pueblo. En esos pueblos también aprendi quevos cantos. en todos esos pueblos encontré waynos distintos en letra y los doce años de edad me sacaron de la quebrada. Mi padre me llevó a recorrer otros pueblos. Un año en Abancay, otro en Pampas, otro en Chalhuanca, en Cangallo, en Ayacucho, en Huaytará, en Yauyos, en Andahuaylas. En todos esos pueblos había varias callecitas, bien empedradas, bien limpias, con casas de dos pisos, con tiendas de comercio, cantinas, billares. esas calles olían a género nuevo, a vino. En esas calles vivían los principales y las autoridades del pueblo; juez, sub prefecto, Dr. GARCIA CARRILLO en música.
ELECTROCARDIOGRAMAS METABOLISMO BASAL CORAZÓN APARATO CIRCULATORIO Pero un año llegué a los valles del Apurimac. Allí tenía haciendas un pariente lejano de mi padre. Eran cuatro haciendas grandes, de cañaverales. El dueño me mandó a una de ellas, para no verme a su lado. El vivía en la hacienda Karkeki. Este viejo tenía 400 indios en sus tierras. La indiada vivía en las alturas de los cañaverales; bajaban por turmos a trabajar en las haciendas, de 40 en 40.
Los indios eran del viejo, como las mulas de Consultorio: 100 varas al Oeste de la Botica Francesa TELÉFONOS: 4328 y 3754