REPERTORIO AMERICANO 179 Los mil y un cuentos Cirilo el curtidor (Del libro Cuentos y leyendas de la vieja Rusia. Revista de Occidente. Madrid. 1928. En la gloriosa ciudad de Kiev y de esto hace más años que pelos tienes en la cabeza, el príncipe Vladimiro reinaba, y era llamado el hermanito del sol por su corazón de oro.
Tenía una hija tan hermosa y buena, que aquel sobre quien dirigía su mirada la apreciaba más que si hubiese recibido un rublo de plata. Los años pasaban rápidamente, uno tras otro, hasta que la mala suerte cayó sobre el principe Vladimiro la ciudad de Kiev. Desde una caverna profunda, situada en la falda de un monte, más allá de las murallas de la ciudad, venía un dragon devorador hasta los caminos reales. Echaba por las narices negras columnas de humo, por los ojos veneno, y de su boca salían lenguas llameantes.
Desplegaba todo su cuerpo ante la puerta de la ciudad; así que nadie, ni a pie ni a caballo, podía entrar ni salir de ella. Desde allí pedía a voces la came de una doncella para saciar su hambre.
Las lamentaciones del pueblo se elevaban hacia el cielo, y los caballeros que atendian al principe Vladimiro poníanse sus armaduras y batallaban contra el monstruo. Mas ninguno alcanzaba la victoria, y la tierra estaba sembrada con los cadáveres de las víctimas.
Al fin echaron a suertes entre las doncellas.
Se dirigió la designada a la puerta de la ciudad y el dragón la llevó a su caverna. Entonces pudo encontrar el pueblo de Kiev algu.
na paz, aunque el terror reinase en los corazones. Después de cierto tiempo salió de nue.
vo el dragón de su caverna clamando por el cuerpo de otra doncella para saciar su hambre.
Nuevamente fue sacrificada una joven. Y, bien recayera la suerte sobre un aideano o un noble, sobre un soldado o sobre un mercader, cualquiera que fuese tenía que dejar a su hija entre las mandibulas del dragón. Eran muchas Jas doncellas que éste llevaba, pero ninguna volvía. Todo el pueblo de Kiev estaba unido en una amarga fraternidad de pena.
Sucedió una vez que la suerte recayó sobre el palacio del principe Vladimiro. Objetó éste. No sufriré que tú te marches, hija mia. Yo mismo lucharé con el dragón y le mataré o pe.
recere. Protestó la doncella: No, padrecito mío; esto no puede ser. La suerte debe aceptarse. Ten ánimo. Quién sabe si el monstruo tendrá compasión de mí y me perdonará la vila comarca, arrancaba el dragón árboles gigan.
tescos de la tierra y arrastraba grandes rocas de las faldas de los montes, para ponerlas delante de la boca del antro, a fin de que hicieran de centinelas. Cuando volvía, al caer la tarde, las quitaba, entraba y comía las viendas que la princesa preparaba. Luego se dormía a sus pies.
Un día que la princesa meditaba acerca de la brillante ciudad de Kiev y del palacio del prín.
cipe Vladimiro, oyó un ruido parecido al aullido de un animal, y vio luego deslizarse, por en.
tre los intersticios de las ramas y de las rocas que sellaban la entrada de la caverna, su fiel perrito. Cuando este vio el rostro de su ama, saltó sobre ella, ladrando sin cesar y sin poder calmar su agitación. La princesa, apretándolo contra su pecho, regó su cabeza con sus lágrimas. Mas después de un rato reflexionó y, cogiendo una ramita, escribió sobre la blanca corteza de un abedul. Arrancó un cabello de oro de su cabeza, y con él ató la rama del trozo de abedul al cuello de su perrito. Señalándole el camino del palacio del príncipe Vla.
dimiro, murmuró a sus oídos: Sé tú mi correo, amigo querido, para llevar estas noticias al principe, mi padre, y calmar su corazón, que perece de pena. Tráeme, en compensación, una palabra de consuelo, para llenar estos sombríos momentos de mi cautiverio. El perrito, sin ce.
sar de ladrar, salió de la caverna y corrió al palacio del príncipe Vladimiro. Viendo éste el fragmento de abedul atado con el cabello de su hija, se acercó y leyó las siguientes palabras. Querido padrecito mío: Disfruto de vida y salud; pero el dragón me tiene cautiva. Ha puesto a mis pies joyas cogidas en las entrañas de los montes y tesoros sacados de la profundi.
dad de los mares. Pero vivir con un dragón es vivir con pena. Dios te guarde en su santa compañía. El príncipe lloró de alegría, pensando en que su hija vivía, y luego, de tristeza, ante la idea de que el dragón la tenia prisionera.
Volvió a atar otra carta al cuello del perro, en la cual decía: Ten valor, mi hija querida, y con la ayuda de Dios te libertaré.
El perrito volvió a la caverna y se deslizó de nuevo entre las ramas y las rocas que sellaban la boca del cubil. Cuando la princesa leyó las palabras escritas por su padre, su espíritu se tranquilizó. Así, cada día, el fiel perrito iba y venía haciendo de correo entre el palacio y la caverna, y el príncipe meditaba sobre la triste suerte de su hija y suspiraba pensando en cómo podría libertaria del dragón.
Cuando hubieron pasado muchos días de profunda meditación, escribió de nuevo a la prir cesa, diciéndole: Debes intentar conseguir del dragón, con tu malicia de mujer, el nombre de aquel cuya fuerza pueda prevalecer sobre la suya.
Cuando volvió el dragón, al anochecer, la princesa colocó ante él ricas viandas y vinos dulces. Después que el dragón hubo comido y bebido, tocó su arpa de oro para distraerle, hasta que dejara caer la cabeza sobre sus rodillas y se encontrara satisfecho. Entonces, sonriéndole dulcemente y acariciándole con sus blancas manos, le dijo: Eres de corazón indo.
mable, amigo mío, y son tales tu fuerza y tu tesón, que nadie puede igualarse a ti. Sin em.
bargo, vives en peligro constante, por tus muchos enemigos, y mi corazón teme que algún mal recaiga sobre ti. Si tú fueras muerto, que suerte tan cruel sería la mía! El dragón, escuchándola, sonrió con maldad, y contestó: No temas, palomita mía; no existe brazo tan fuerte que pueda oprimirme, ni espada tan aguda que pueda atravesarme. Todas esas son fantasias, muy a propósito para cuentos de viejas. En verdad, mi señor, no sé lo que serán, pero sé que siento un peso sobre mi alma, que me roba la paz. Decidme, os lo ruego. no hay hombre en el mundo que pueda igualaros y oponer a vuestro brazo el suyo y a vuestra fuerza su fuerza?
La frente del dragón se oscureció al oír a la princesa, y le contestó, gritando. Qué te importan esas cosas. Si así te place, pregúntame hasta que llegue la aurora. Nada sabrás de mi. No haces bien en dirigirme reproches, que rido mío, ni tampoco debes ocultarme tus secretos pensamientos. Te ruego que me hables y que me descargues de mi pesar. No hay en el mundo entero un hombre que pueda provocarte? al decir esto, cogía el pescuezo del monstruo entre sus blancos brazos, y le supli.
caba con tanta dulzura, que éste sintió que su fuerza le abandonaba, y hubo de ceder al deseo de la princesa. En todo el mundo sólo hay un hombre que pueda considerarse mi igual dijo Su fuerza es la de diez hombres, pues le ilumina la luz del Señor. Sin embargo, no tengo nada que temer de él, porque es un hombre sencillo y no conoce el poder de su brazo derecho. Mas si alguna vez cogiese yo a su hija, entonces pudiera ocurrir que conociera su fuerza y me devolviera el mal por el mal. Vive dentro de los muros de la ciudad de Kiey y su nombre es Cirilo, el curtidor de pieles. Ahora, basta ya de todo eso.
Hoy he corrido desde los picos coronados de nieve al Norte, hasta los hermosos valles de Arabia. He contemplado extraños paisajes, he trabajado extraordinariamente y estoy rendido de cansancio. Tooa tu arpa de oro. Quiero dormir! la mañana siguiente el dragón se despidió de la princesa. Arrancó árboles gigantescos de la tierra, trasladó rocas de las faldas de los mon.
tes y, colocándolos en la boca del antro, los puso otra vez de centinelas. En cuanto se hubo marchado llegó el perrito, pasando a través de las ramas y las rocas, y la princesa ató una carta a su cuello, en la que escribió: Busquen a Cirilo, el aldeano, el curtidor, cuya casa está dentro del espacio que rodean los muros de la ciudad de Kiev, pues es él el único que puede vencer al dragón.
Corrió el perro al palacio, ladrando por todo el camino, y al leer el príncipe lo escrito por su hija, no coonció límites su alegría. Despachó gentes a todos los rincones de la ciudad para encontrar la casa de Cirilo, el curtidor, y da. Caballeros: sus vestidos de casimir Señoras y Señoritas: Con esto, despidiéndose del príncipe Vladimiro, se encaminó sola a las puertas de la ciudad, donde el dragón la esperaba. Pero no podía remediarlo: corría las lágrimas por sus mejillas. el rumor de las lamentaciones se elevaba desde las calles y los muros de la ciudad. El príncipe Vladimiro la seguía de lejos, trastornado por la pena. El dragón, sin atender a nada, cogió la doncella y la llevó a su impura caverna, situada en la falda de un monte.
Cuando miró a su víctima se apercibió de que su belleza era tal, que no podía ser soñada ni retratada, sino descrita en un cuento, y sintió ablandarse su fiereza por el amor que le inspiraba. Abrazándola, le dijo: Eres demasiado hermosa, para perecer, palomita mia. Vivirás con migo y cuidarás de mi casa. Tú te ocuparás de saciar mi hambre, de apagar mi sed y de reconfortarme cuando esté triste.
Traeré para tí de las entrañas de los montes las más brillantes joyas y los vestidos más sua ves que encuentre en Oriente. Te cuidaré como si fueras mis propios ojos.
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