Joaquín García Monge

158 REPERTORIO AMERICANO Como carne de muerto. Bebe lágrimas de sangre y succiona la vida hasta la muerte. Lo conocéis? Por ahí va. Salid a verlo.
Entra y se oscurece todo. Se abre en dos la profunda y temblorosa entraña. Se encoge, se empavorece el día, llora sola la espiga y suda llanto la madera.
Con una u otra máscara, ensaya, se engruesa, se hace nada, Pero qué bien conocemos su ojo horrible, y su origen estulto y su moneda falsa.
He ahí su ola de espanto, su larga cola ardiendo, su lengua de culebra parda limpiando las medallas y los zapatos de ellos.
Por aquí pasa, y se tiñe de sangre el agua y los asfaltos, y las paredes viejas de los pobres y su pan miserable.
Es el Monstruo. Lo conocéis? Salid a verlo.
No nos alcanzas, Monstruo.
Aquella rama dulce, que jamás nublará tu maleficio inútil, bajo su palio eterno, cómo florece y canta.
Marzo de 1950.
Canto a la raíz bajo nosotros Por Fabián DOBLES (En Rep. Amer. Joaquín García Monge.
Llamadlo como queráis. Yo lo llamaré el abuelo.
Tenía bigotes largos, y sus ojillos pequeños chispeaban en la silampa entre filosos destellos, aquellos ojos que ahora son grito apagado, lejos, tras el muro de los años, forjado en piedra de sueños.
Bajo el túmulo ahora gris de calendarios ya viejos miradlo vagando aún por entre el humo del tiempo y en la honda raíz del musgo y de la piedra y del perro.
Ya de tan antiguo errar nadie sabe que está muerto.
Nadie lo conoce ya, por sumergido e inmenso, cristal en el agua antigua y ahora ya piedra en el trueno.
Era fuerte como el mimbre que se bate cuerpo a cuerpo con el huracán sonoro, y sabía mirar sin miedo y olfatear, y urdir la trama de la vida con el pecho bien abombado de orgullo, este viejo leyendero.
El con el bacha en la mano sembró estos campos extensos, plantó estos días de hoy y estos caminos abiertos por donde corre el sudor y cabalga el oro nuevo.
Se conocía la vida de su hacha porque era hacherocomo se sabe del callo en la mano el viejo peso y de la angustia de estar solo pero estar entero.
Bajo estos músculos mudos de la tierra, hondos y negros, está su cuerpo hecho polvo de raíz, ya gigantesco, y su palabra terrígena clamando, y su enorme esfuerzo hecho ahora carne de olvido y de simiente en el tiempo.
Por techo el rayo tenía y el río turbio por suelo.
Por almohada el fiero aullar temible y negro del viento en aquellas noches largas en que las piernas morenas de su mujer, dadivosa y vegetal, le parieron los hijos como en racimos, cálidos racimos tiernos de nuevas hachas y gritos verticales, montañeros.
Hoy, fantasmal, extendido de raíz hasta raíz, de estaca a estaca en el suelo, nadie puede ya medirlo porque es ahora un hombre inmenso, como enorme carne seca, vieja piel, querido hueso, abismático y terrible polvo amargo de recuerdo perdido en el horizonte del árbol y los inviernos.
Tremendo devorador de terrones milañeros que temblaban en su lengua como el guisado en el fuego.
Escanciador formidable de savias hoscas y fieros zumos de la madre tierra que navegaban su sueño.
Viejo hachero, viejo hachero, domeñador de los ríos, espuela y duro cabestro de las aguas, sus hermanas de soledad y silencio, aguijador de las ancas de ese buey eterno y bueno que le ayudaba a tirar sudor luminoso y férreode los centenarios troncos y el carro de sus empeños. Hijos, buscad la alegría, huid de vuestro tormento.
Dios está en todos nosotros, Dios creador está en los dedos. la mano hincaba el hacha en la madera, y el trueno hería de luz la montaña y el rayo sanguinolento teñía con su rubia sangre el rostro del viejo abuelo, que se clavaba, ya una asta firme, de carne, en el suelo, y aullaba, fiero animal, la uña engarfiada en el céfiro, un grito que era oración y reto al dolor y al miedo.
Más allá, sí, más allá de la memoria del tiempo, de este silencio apretado de cal y hoja seca y hueso que como maldita berrumbre sobre él ha ido cayendo en furia sorda, apacible, y en dedo cruel, sin remedio, está, yo os lo digo, hermanos, él, el hombre primero, el de aquella hacha inicial y aquel roble de milenios que bajo su recio empuje se hacía madera en el tiempo. Qué. No hay nadie que levante la frente por él. por ellos. Que lo asga desde su pierna de raíz y musgos tensos y que, lanzándolo al aire a este aire antiguo que es nuestro sin temor a su memoria, sin miedo a su cruel silencio ni a su desnudez monstruosa, diga, aquí está: es el abuelo?
El era el dueño de todo. De nuestra savia del pecho, de las abras, de los ríos y de los vientres mineros, cuando sólo él respiraba su aire sonoro y repleto.
Lo demás, hermanos míos, es sólo mentira al viento.
La verdad estaba en él, señor del árbol y el tiempo.
Mas, ya su cuerpo arrecido duerma tranquilo su invierno. en alguna primavera auroral, de rayo y trueno, su sueño de árbol desnudo renazca de nuestro pecho envuelto en su oscura barba, su estelar barba de fuego, de nuevo libre y señor, dueño y señor de lo nuestro.
No sé cómo le decís. Yo lo llamaré el abuelo.
La raíz bajo nosotros. Nuestro apellido en el tiempo.
En Costa Rica. 1948.
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