Civil War

REPERTORIO AMERICANO 315 un EDICIONES ERCILLA (Agustinas 1639. Casilla 2787. Santiago de Chile)
Los útimos libros publicados: Vicente Huidobro. Ver y palpar (1923 1933. Poesías, Ralf Emerson: Inglaterra y el carácter inglés. Traducción de Rafael Cansinos Assens.
Nicolás Kazan: El Jardin de las Rocas. Novela de la guerra civil china.
Traducción de Hernán del Solar.
Ernesto Renán: Vida de Jesús. En la Biblioteca Filosófica. José Enrique Rodó: Ideario. Selección y noticia preliminar de Luis Alberto Sánchez Charles Rankin: El Papa habla. Traducido del inglés por Reyes Covarrubias. Con un prefacio de Su Eminencia el Cardenal Hinsley. En la Biblioteca Amauta América. en SOen Oraba, y él, que no tenía nada de qué arrepentirse porque no le hizo mal a nadie, sollozaba queriendo ingresar a la orden seráfica en calidad, seguramente, de hermano verso. Lloraba y se horrorizaba ante la idea de la muerte en la isla maravillosa en que bien pudo nacer la Primavera de Botticcelli o efectuarse embarquement pour Cythere.
Anodado por el efecto que produjo en ánimo contristado la conflagración europea de 1941, volvió a morir en su tierra de volcanes. 0Pues bien, tenemos una deuda insoluta con Rubén Darío. Con aquel de la frase acre sobre su permanencia aquí. Con el mismo, porque no podríamos olvidar que es el autor del poema épico escrito 1887, y que en 1928 llenaba los anaqueles de la calle de Alcalá con su título epopéyico: Canto a las Glorias de Chile.
Dario tiene un busto en París y una glorieta, como la del Fénix de los Ingenios, Madrid; pero en Santiago del Nuevo Extreme no hay ni una calleja, ni una plazoleta, ni una plancha de lata con su nombre oriental e inmortal.
Sin embargo, bastarían unos pocos pesos para colocar su cabeza sobre una estela de piedra, a la sombra de las rosas y mirando la cordillera con sus ojos sin pupilas.
su EMILIO RODRÍGUEZ MENDOZA ANTONIO URBANO y se extendía más y más la cerrazáz de pesimismo indeclinable. Pero España no podía ni puede morir, porque sin ella el Viejo Mundo quedaría despojado del Castillo cuadrangular que le franquea, avanzando hacia el Atlántico. Anularla a reducirla, sería dejar un gran hueco en la historia del mundo y no es aventurado decir que en los primeros años de este siglo ya empezaba a germinar la protesta volcánica en que el pueblo español pediría la cuenta tremenda de lo que se hizo el Descubrimiento y la Colonización de América obra populista de la masa, desprendida del Romancero, que siguió a Descubridores y Conquistadores.
El país fundador estaba como aturdido y en el Madrid a medio encandilar de entonces sólo fulguraban los claveles de la Imperio coronando el arranque bravío y sensual del baile castizo.
Teatro afrancesado de Benavente; novelas y dramas de Galdós, don Benito, idolo nacional: tomos y más tomos de Menéndez Pelayo; primeros romances y primeros rezongos de Baroja, fuertemente influenciado por Gorki; natas con música de órgano y ruido de armas carlistas de Valle Inclan; paradojas, ansias y llamarazos espirituales de Unamuno, el rector salmantino.
De ahí en set cinemático los primeros años hispánicos de este siglo: España sentía un deseo indomable, según Ortega y Gasset, de perpetuarse. Error, si no me equivoco, porque todo organismo vivo despierta y se defiende, según la ley biológica.
Llameaba Unamuno dando muestras de su tortura espiritual; gruñía Baroja entre la bruma y la morriña, gratas a la silueta esquiva de Avinareta, y Zuloaga simbolizaba a la España de ese momento abrumador en el picador que vuelve de la corrida horquillando el caballejo de Rocinante teniendo al fondo un poblacho castellano aparragado alrededor de una torre de catedral y de la colegiata.
Tal es el momento en que Darío aparece en gloria y majestad intelectual en el Madrid de 1905.
El poeta ya no era el de la pensión de cuarta cuadra y segundo patio. La gordura, caricaturizando su espigada silueta de otro tiempo, había hecho desaparecer el aspecto de sonámbulo que tenía cuando ayudaba y soñaba en el Azul. de sus aperreados veinte años.
vez del levitón que en Santiago estilizó su fi.
gura bohemia, llegaba a la Corte borbónica y austriaca con casaca y espadín y en vez de chistera, sombrero emplumado y con escarapela nicaragüense.
Es el momento cumbre de su ascensión estética a la gloria auténtica, es decir, a la que puede ir más allá de lo nativo o local.
Tenía cuarenta y un años y llegaba con algo perdurable, si no eterno, porque era lo nuevo, más la música de Cantos de Vida de Esperanza.
Años después, caminaba ante las aguas traslúcidas del Mediterráneo. Se sentía enfermo y vagaba con los nervios sensoriales al desnudo.
Estaba en la isla en tricomía que escuchó la Marcha Fúnebre de Chopin y que vió a Georde Sand con sus encajes transparentes y en rol de vampiresa.
Rubén vagaba entre las rosas que florean la sombra azul de la Cartuja. Juntaba las manos temblando supersticiosamente ante la desgracia y la muerte y al disparar la mirada en la lejanía dorada del mar rey, tal vez recordaba la frase cruel de Maurice Barrés, porque no había sido un creador, sino un innovador genial. allá lejos, sólo tierras desconocidas y nada más que repeticiones de nuestra Europa.
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Mercaderes de la luz Vayamos ahora a nuestro asunto. Cuando el rey hubo prohibido a toda su gente la navegación a cualquier parte que no estuviera bajo el dominio de la corona, dictó, sin embargo, una ordenanza por la cual cada doce años partirían de este reino dos barcos con el fin de realizar varios viajes. En ambos barcos habría una comisión compuesta por tres miembros o hermanos de la Casa de Salomón, cuya finalidad era sólo informarnos de los asuntos y de la situación de los países a que lestaban designados y, especialmente, de las ciencias, artes, industrias e inventos de todo e!
mundo. Además, debían traernos libros, instrumentos y planos de toda clase. Los barcos, después de haber desembarcado a los hermanos, debían retornar y los hermanos debían quedar en el extranjero hasta que una nueva comisión fuera a reemplazarlos. Estos barcos no tenían otro cargamento que una gran cantidad de víveres y mucho dinero, que quedaría con los hermanos para comprar las cosas señaladas y recompensar a las personas que les pareciera adecuado. Francis Bacon, La Nueva Atlántida. Losada. Bs. Aires. 1941.