REPERTORIO AMERICANO 165 Historias breves (En el Rep. Amer. Cambio Yo tenía que hablar con mi buen amigo Monchito de urgencia, y como estaba empleado en la casa comercial del Sr. González, me dirigí hacia allá. En la puerta se leía: Cerrado por duelo. Pobre Sr. González, me pensé Tan joven, lleno de vida y morir así, de pronto. cosa rara, el cadáver del Sr. González no lo tenían en su apartamento, sino en la casa de su empleado Monchito.
Bueno, hasta después de muerto el patrón, Monchito sigue tratándole bien. Todavía queda gente buena en este mundo.
Entré en la casa y vi al Sr. González serio, casi rigido, sentado en una silla. Pero ¿qué es esto, si está vivo? Con una sonrisa, para quebrar el hielo, le hablé. Dígale a Monchito que necesito hablar con él. Su mirada dura me molestaba. No me contesto. Me acerqué al ataúd. Un sudor frio me corría por todo el cuerpo: en él estaba mi buen amigo Monchito.
contienen vitaminas. Pedrito Ud. no se cuida lo suficiente. Pedrito, hay mujeres que son verdaderas viboras.
Pedrito solía ir al teatro con la hija de la matrona. Al cabo de un tiempo la Sra. Vargas, siempre con miras matrimoniales, pensó que para Pedrito sería mejor casarse y así se lo dijo una tarde. El muchacho contestó que jamás se casaría con mujer que no fuese de su propia raza.
Al día siguiente, como la dueña de la casa le sirviera a Pedro un plato de sopa que no le apetecía, dejólo a un lado. Enseguida vino la pregunta. Por qué no se toma su sopa. No tengo deseos, Sra.
La tempestad se desató.
Turco, sinvergüenza, atrevido.
país comen mejor. por qué no se quedó allí. no que viene a despreciarnos, a burlarse de nosotros, a robarnos el pan, turco bandido.
Pedrito la miró y levantándose de la mesa, le dijo, quedamente. Ud. es una vieja fea, y su hija, peor.
Salga de esta casa turco, bandido, sinvergüenza, etc. etc.
eran chispeantes los de Lesmes y tranquilos los de su hermano. Muy ocupadas estaban sus manos con la tarea que tenían por delante. Ya ur saco se hallaba lleno, y el otro, como un bostezo semiabierto en el suelo, empezaba a sentir una catarata de granos llenar su vientre reseco.
En eso, el pájaro canturrero voló lejos. Era que alguien llegaba. Se oyó una pergunta. Muchachos. pa quién es ese café. Nos lo dió el patrón pa que paguemos unas deudas.
Las hojas secas crujieron, sonando a huesos húmedos oprimidos, bajo las plantas del preguntón, que ya se iba. Era un jornalero de la hacienda. Corrió a decirselo al mandador. Este se rascó la cabeza. Estaban robando café. Correr. Llegar. Llegaron él y cuatro peones. Encontraron los dos sacos junto a los cestos humedecidos por la miel fresca y pegajosa. Mas los ladronzuelos acababan de irse, como el pájaro, y ahora llegaban a su choza. Ya acabamos, mama. eso, qué ligeros! dijo la media voz de la madre, mientras el humillo transparente salía de unos platos apenas untados de frijoles. Horita vamos a entregarlo al mandador.
Lo dejamos en el cafetal. Abrevesen cómasen eso pronto, pa ver si les pagan hora mesmo.
Pero un puño rudo, poco después, golpeó la puerta de tabla, y el Agente de Policía del barrio puso su manota sobre los brazos delgados de los adolescentes. Los ojos de Lesmes brillaron, brillaron como dos estrellas sorprendidas.
Sonaron en el fogón las brasas un chis chis chis. como de estarse apagando a poquitos. Era que las lágrimas asustadas de Moncha Cascante íbanlas cubriendo lentamente, mientras una tortilla a medio hacerse moria y se hinchaba chasparreada sobre la ceniza gris del fuego Si en su Problema matrimonial Pedrito, soltero, emigró de la Siria hacía cuatro años, estableciéndose en una tiendita en los alrededores del mercado. Allí logró formar un bonito capital que hizo a más de una madre ver en el cualidades para candidato matrimonial. Era huésped en la casa de la Sra. Vargas, la cual lo cuidaba como a su propio hipo. Pedrito, coma espinacas, que El limpiabotas y su cliente Don, limpio. No.
Este turco, no limpia.
VERA YAMUNI Alajuela, Costa Rica, mayo, 1941 Dos pasajes de la novela Ese que llaman pueblo Los llevaron a un reformatorio: una cárcel. Inéditos. En el Rep. Amer. Quizá el almuerzo era mejor allí, y la cama no era peor. Pero no habían hecho nada torcido, Un mandador sinvergüenza y los tenían presos. Había sido el mandador quien estuvo robando. Fueron sus cómplices sin XI alimentarlo, y engañarlo con algún medicamensaberlo. Existía una ley contra el merodeo. Hace mucho tiempo ya. Era en un día frío to que no regalaba nadie.
les ponían sus grilletes a ellos, inocentes. No de diciembre, en que el viento pasaba sus maEn la mañana el mandador de la hacienda tenían pruebas. Casi hasta los hicieron confenos leves por el lomo verde de la campiña de había llamado a sus hijos. Que le apearan un sar. Todo mundo los vió, o casi los vio. Najando en las hojas un temblor sin palabras. Ni café que el patrón le debía, les dijo. Hicieron die podía creerles esa historia que contaban, sol, ni mañana, porque la neblina se los había un contrato de palabra. Los niños se pusieron para echar culpas a otro.
tragado, y estaba en todo: en el cafetal, en el alegres, porque ellos por un jornal eran capaLos trajeron después a una oficina llena de callejón y hasta en el humo confuso que se es ces de dejar sin un grano todos los cafetales de papeles, escribientes y tinteros. Se encontraron curría, dando requiebres, por las grietas de los contornos, anque se vinieran con un cose allí con el mandador. El fué quien los puso e las chozas de tabla. De una salieron dos mo chón como para dejar sin dedos al cogedor más manos de la autoridad. Tenían los ojos llorozuelos, con sendos canastos a cuestas y una son ligero. Iban apresurados. En la memoria, re sos. Pero lo miraron de frente, con valentía.
risa liviana en sus caras de cera.
petían, para no olvidarlo, lo que les advirtió Decían la verdad, aunque no se la creyeran. Mama, ya nos vamos. se oyó decir a! el viejo mandador. Si alguien les preguntaba Cuando el viejo firmó la declaración que los más grande.
cualquier cosa sobre aquel café, debían decir que condenaba, le temblo, atolondrado, el pómulo Güeno, hijos, que les vaya bonito. Apú era de ellos; se los había dado el dueño de la izquierdo. Mentiroso. Lesmes queria gritarie resen a ver si terminan eso hoy mesmo res finca para pagar unas deudas. Por qué les hijueputa. y a Chano se le pegó en los dienpondió desde dentro una media voz de fogón advirtiria aquello el vejete? Ni se pusieron a tes un deseo enorme de morder aquellos dedos de sin lumbre y olla sin caldo.
pensarlo. Iban a ganar algún dinero. Los ojos cobardía y cazurros; de arrancarles las uñas un andar apresurado de cuatro piernas azulados de Lesmes, ya casi quinceañero, no ha negras con un mordisco que le triturara los huese fué dando tumbos por el callejón y se per bían penetrado las intenciones de aquél. Gana sos. Mas el hombre se atravió a decirles que dió en el hojarascal verdinegro de un cafetal. rían un jornal, y un jornal era poca cosa para unos calumnidores. Puso su nombre. Un Eran Lesmes y Feliciano, los hijos de Pablo llenar la olla sin caldo de su vieja.
manchón de tinta le afeó la letra como para Arburola y Moncha Cascante. Vivía el padre, poco, las matas avergonzadas de granos, enlutarla.
pero. mejor no viviera! De doblar la cintura una tras otra, agachaban sus ramos hasta los Era la primera instancia.
en la palea de la finca se le había enfermado canastos, mientras diez pares de dedos finos Allá, en el cafetal, encaramado en el guaba, el cuerpo. Estaba, siempre, quieto en un cama. iban hilando una red de fruta rojiza, que se volvía el pajarillo a tararear un circunloquio No habían medicinas para él. No sabía el mal amontonaba en el fondo de aquéllos, para lue de trinos. No sabía nada, como los ojos de los que lo estaba matando, porque era ignorante, go pasarla a dos sacos de gangoche. Lesmes hombres. Entretanto, la vieja seguia en la choy el médico que aquel otro día llegó a verlo silbaba una canción. En la cúspide de un ár za poniéndole cataplasmas en la cintura a Pano quiso decirselo. Le dolía mucho. Por eso no bol de guaba se la adornaba una pájaro con blo Arburola; sobre el fogón se mordia de pese meneaba del tabanco viejo en donde se acos sus trinos. La neblina empezó a escurrirse. Los na los labios, y las brasas, de cuando en cuantara una tarde del año pasado. había que ojos de los muchachos miraban, inocentes, y do, continuaban bajo sus lágrimas con un chis eran