REPERTORIO AMERICANO 359 Salidas de Virginia Woolf (Concluyen. Véase la entrega 16 del tomo en curso)
esa que en el otro. Todos los seductores y reformadores son responsables: Lady Bessborough cuando le mintió a Lord Granville; Miss Davis cuando le dijo la verdad a Mr. Grey. Todos cuantos han promovido un estado de conciencia sexual tienen la culpa, y son ellos los que me obligan, cuando quiero dar juego a mis facultades en un libro, a buscarlo en esa era feliz, anterior al nacimiento de Miss Davies y de Miss Clough, en que el escritor usaba igualmente los dos lados de su cerebro.
Hay que wolver a Shakespeare entonces, pues Shakespeare era andrógino; y así lo fueron Keats y Sterne y Cooper y Lamb y Coleridge. Shelley quizá era neutro. Milton y Ben Jonson eran tal vez un poco demasiado varones. Igual, Wordsworth y Tolstoi. En nuestros días Proust era del todo andrógino, si es que tal vez no era demasiado mujer.
Es fatal para el que escribe pensar en su sexo LUN No es un cabeza cuadrada!
sino un cerebro de mampostería Autores sin chispa de mujer Pero sea cual fuere la razón, el hecho es deplorable. Porque significa aquí yo estaba ante unos estantes de libros de Mr. Kipling y de Mr. Galsworthy que algunas de las obras más bellas de los mayores escritores contemporáneos encuentran oídos sordos. Una mujer, por más que se esfuerce, no dará en ellas con fuente de vida inmortal que según los críticos está ahí. No es tan sólo porque celebran virtudes masculinas, imponen valores masculinos y describen el mundo de los hombres; es que hasta la emoción que las satura es incomprensible a una mujer. Ya se viene, ya se acumula, ya está por reventar uno empieza a decir milcho antes del fin. Ese cuadro caerá sobre la cabeza del viejo Jolyon; la sacudida lo matara; el viejo secretario pronunciará sobre él dos o tres palabras mortuorias; y todos los cisnes del Támesis romperán simultáneamente a cantar.
Pero uno se escurrirá antes de que eso suceda y se esconderá entre las matas, porque la emoción que es tan profunda, tan sutil y tan simbólica para un hombre deja azorada a una muier. Lo mismo pasa con aquellos oficiales de Mr. Kipling que vuelven la espalda, y sus Sembradores que siembran la Semilla y sus Hombres que están solos con su Trabajo; y la Bandera uno se avergüenza de tanta mayúscula como si la hubieran sorprendido espiando una orgía enteramente masculina. El hecho es que ni Mr. Kipling ni Mr. Galsworthy tienen una sola chispa de mujer. Por eso, todas sus cualidades, le resultan a una mujer si es lícito generalizar toscas e inmaduras. Carecen de poder sugestivo. cuando un libro carece de poder sugestivo, no puede penetrar en la mente por más que golpee la superficie.
El poema fascista con ese humor desasosegado en que uno saca un libro y lo vuelve a guardar sin haberlo abierto, me puse a contemplar una edad futura de afirmativa y pura virilidad, como la que parecen presagiar las cartas de los profesores las de Sir Walter Raleigh, por ejemplo y la que los jefes de Italia ya han realizado. Porque un ambiente de irreparable wirilidad predomina en Roma, y aunque la irreparable virilidad le convenga al Estado, es permitido discutir sus efectos sobre el arte de la poesía.
Sea lo que fuere, los periódicos informan que en Italia se experimenta alguna ansiedad por la novela. Ha habido una reunión de académicos cuyo fin es promover el desarrollo de la novela italiana. Hombres famosos por su cuna, o en las finanzas, en la industria o en las corporaciones fascistas se reunieron el otro dia a discutir el asunto, y enviaron un telegrama al Duce formulando el deseo de que la era fascista produjera en breve un poeta digno de ella. Todos podemos participar en ese piadoso deseo, pero es dudoso que la poesía pueda salir de una incubadora. La poesía necesita de una madre, igual que de un padre. El poema fascista, es de temer, será un abortito horroroso, como los que uno ve en un frasco de vidrio en el museo de algún pueblo de campo.
Esos monstruos nunca viven mucho, se ha dicho: uno jamás ha visto un prodigio de esos segando pasto en una pradera. Dos cabezas de un cuerpo no contribuyen mucho a la longevidad.
Escritores andróginos Sin embargo, la culpa de todo esto, si uno desea echar la culpa, no es mayor en un sexo único que importa y que eso importe por si glos o por horas, es lo de menos. Pero sacrificar un pelo de la cabeza de su visión, un matiz de su color, para complacer a algún Director con una copa de plata en la mano, o a un profesor con una vara de medir en la manga, es la más abyecta traición, y el sacrificio de la fortuna y de la castidad que se consideraba el mayor de los desastres humanos, es en comparación una simple picadura de pulga.
De 12 poetas, eran universitarios que mirar Es fatal ser un hombre o una mujer pura y simplemente; hay que ser viril mujeril o mujer viril. Es fatal que una mujer acentúe una queja en lo más mínimo; se fatal que defienda cualquier causa hasta con razón; o que hable deliberadamente como mujer. La palabra fatal no es una metáfora, porque todo lo escrito con ese prejuicio deliberado está condenado a la muerte. Deja de ser fertilizado. Por eficaz y deslumbrante, por agistral y poderoso que nos parezca un dia o dos; tiene que marchitarse al atardecer; no puede crecer en las mentes de otros. Alguna colaboración debe realizarse en la inteligencia entre el hombre y la mujer antes que el acto de la creación se pueda cumplir. Algún enlace de contrarios tiene que haberse consumado. Toda la mente debe estar abierta de par en par y así tendremos la certeza de que el escritor está comunicando su experiencia con plenitud perfecta. Tiene que haber independencia y tiene que haber paz. No debe rechinar ni una rueda ni chispear ura luz. Las cortinas deben estar corridas. El escritor, pensé, una vez realizada su experiencia debe recostarse y dejar que su mente celebre su boda en la oscuridad. No tiene ni preguntar lo que está sucediendo. Tiene, más bien, que arrancar los pétalos de una rosa o fijarse en los cisnes que navegan serenamente río abajo.
El pasatiempo de medit Toda esa polémica de sexo contra sexo, de cualidad contra cualidad; todo ese alarde de superioridad e imputación de isferioridad, pertenecen a esa etapa escolar de la evolución humana en que hay lados, y es preciso que un lado le gane al otro y es de suma importancia ascender a una plataforma y recibir de manos del Director en persona una copa de lo más artística. Les personas, a medida que crecen, dejan de creer en lados o en Directores o en copas de lo más artísticas. Por lo demás, en lo concerniente a libros, notoriamente difícil pegar etiquetas de mérito de modo que no se despeguen. No son acaso las notas bibliográficas de literatura corriente una perpetua demostración de la dificultad de juzgar? Este gran libro. este libro nulo. se aplican los dos nombres a un mismo libro. Elogio y vituperio nada significan. No, por delicioso que sea el pasatiempo de medir, es de todas las ocupaciones la más inútil, y someterse a los decretos de los mensores la más servil de las actitudes. Escribir lo que uno quiere escribir, es lo ¿Cuáles son los grandes nombres poéticos de los últimos cien años? Coleridge, Wordsworth, Byron, Shelley, Landor, Keats, Tennyson, Browning, Arnold, Morris, Rossetti, Swimburne podemos detenernos ahí. Todos ellos, salvo Keats, Browning y Rossetti, fueron universitarios; y de esos tres, el único que no tenía un pasar, fue Keats, que murió joven, tronchado en su plenitud. Suena brutal, y en efecto es triste decirlo: pero la teoría de que el genio poético sopla donde quiere, parejamente en ricos y pobres, tiene muy poco de verdad. De hecho, nueve de esos doce poetas eran universitarios; lo que quiere decir que de algún modo consiguieron la mejor educación que puede suministrar Inglaterra. De los tres restantes, bien saben ustedes que Browning era rico, y si no hubiese sido rico, no hubiese jamás escrito Saul o El anillo y el Libro. Tampoco Ruskin hubiera alcanzado a escribir Pintores Modernos si a su padre no le hubiese ido bien en negocios. Rossetti gozaba de una pequeña renta particular, y además, pintaba. Sólo nos queda Keats, a quien Atropos mató joven, como mató a John Clare en un manicomio y a James Thomson con el láudano que tomaba para narcotizar su fracaso. Tales hechos son espantosos, pero encarémoslos. Por deshonroso que sea para nosotros como nación, es indudable que por algún defecto en nuestra República, el poeta pobre no tenía en aquellos días, y hace doscientos años que no tiene, la menor oportunidad. Creánme(Sigue en la pág. 367)