24 REPERTORIO AMERICANO Recordamos a Masferrer (En el Rep. Amer. Estoy frente a la imagen del escritor que más entendió y que más vivió y que mejor expresó el dolor salvadoreño. Su doctrina del Minimum Vital era el principio del remedio que se debía aplicar. Así lo entendió y así lo expresó muchas veces el autor. Don Alberto sabia cuán difícil es atacar de un solo golpe mientras subsistan los regímenes actuales el problema de la miseria en El Salvador, donde por un lado uno encuentra al millonario y por el otro al pobre en sumo grado, pues el sistema feudal salvadoreño ha creado al señor y al esclavo.
Esta es una verdad que ningún salvadoreño podrá negar sin mentir.
Pero no es mi objeto abordar hoy una acusación al régimen de un pueblo donde millares de seres no tienen tierra, ni casa, ni alimento, ni derechos de ninguna clase.
Hoy deseo recordar a don Alberto en algunos aspectos, dijeramos alegres de su vida, porque MasfeHier fué el hombre triste. Porque hizo suyas todas las penas de los salvadoreños, fué muy triste.
reptiles y como no pueden apagar aquel faro, en venenan a don Alberto con toda clase de venenos. Don Alberto no se amilana. Dice bellamente la verdad, pues que fué en él la bella sencillez una virtud inimitable.
Un grupo de maestros lo visitábamos casi todas las tardes en su casita del conacaste. Había en el patio un añoso árbol de este nombre.
La casita heredó la frase con la cual nos invi.
tábamos. Con don Alberto habitaban la madre y dos hermanas. Estaba ausente Ja esposa.
Si don Alberto enfermaba, nos recibía en su dormitorio. veces el maestro estaba de nuy buen hu.
mor y decía burlonamente las cosas înás trascendentales. Otras veces lo dominaba el mal humor y embestia contra nosotros. Los ataques lanzados a él por los canallas de ini país, lo tornaban león y daba terribles zarpazos. Pero entonces pagábamos nosotros el real del mandado Una tarde llegamos una maestra y yo. Don Alberto acababa de regresar de Guatemala dos de recibió toda clase de honores y donde parecia que su doctrina vitalista hallaba cercana realización.
En El Salvador los encargados de atizar el fuego del vitalismo casi lo dejaban apagar. Esto rebelo a don Alberto. como esa tarde no había más gente a quien sermonear, fui yo la víctima.
Empezó diciendo: Siéntese, Luarcı, y es.
cuche todo lo que voy a decir. comenzó a darme una trapeada monumental. Llegamos a las cuatro. las cinco y media me despedi, mas don Alberto, con sonrisita de viejo malo me dijo. No, Luarca, no se va todavía. Tie.
ne que oírme hasta el fin.
Obedeci y escuché. Qué más podía hacer?
Otro día, lavado de rencores el gran viejo, diría en página inmortal una verdad nueva. Que dijera su pena y descargara sobre mí el aguacero aquella tarde. Alberto Masferrer cada libro, que siempre los alumnos siguieron por cuenta propia las lecturas iniciadas por él.
1928. Estoy de nuevo cerca del hombre de lucha. Dirige el diario Patria. Es una época brillante del periodismo salvadoreño. Es Patria el falro más alto. Su luz espanta a los Mis primeros recuerdos del grande hombre los recojo en la Escuela Normal de Maestros, en 1915.
Era Profesor de Castellano. Jamás nos dió clase en el aula. Ibamos a la ancha acela del costado Este de la casa del Manicomio en construcción. La Normal era huésped de la casa de locos. Un día nos dejó de tema El buey.
Por dos razones yo escribí mi trabajo con esmero: porque me gustaba la clase y porque una alta calificación del escritor era algo ambicionado por muchos de nosotros. la semana siguiente fué llamando a los alumnos. La mayoría no había trabajado, pero don Alberto no los calificó.
Le llegó el turno a Daniel Cordón, estudiante muy talentoso y con estudios altos en el Instituto Nacional. Sin embargo, el tema recibió una poda no recomendable.
No me llamó ese día don Alberto y pude corregir más el trabajo. La siguiente clase fué mía y comenzó el lápiz azul a destruir. Llegó don Alberto a mi párrafo, al que yo imaginaba el sumun de la hermosura, el que me daría la soñada calificación alta. El párrafo decía: El duro pino y el altivo roble cayeron derribados al rudo golpe del hacha del labriego. Comentó don Alberto: No, hijito: ya sabemos que es duro el pino, altivo el roble y nudo el golpe del hacha. Diga simplemeite: El pino y el roble cayeron derribados al golpe del hacha del labriego.
Hizo luego una hermosísima clase acerca de los ripios sonoros con los cuales adormecen muchos falsos poetas a sus admiradores.
De mi buey no dejó ni la cola don Alberto. como tal vez pensó que tal despellejada me dolería hasta el grado de matar mi deseo de entregarle temas en días venideros, el viejo habló así. Los que desean escribir bien, hacen y rehacen muchas veces los temas. No se canse.
Mire mucho. Sienta las penas de los desheredados y diga de inodo sencillo el dolor, si lo conmueve ese dolor.
Alberto Masferrer (De Cypactly. San Salvador, IX 40. Tan enfermo, tan sensible, tan inmaterial, tan sólo espíritu, veíamos su cuerpo frágil inclinarse bajo el soplo de ia brisa, como un junco o como una campanula; pero como los juncos y las campánulas, resistía valerosamente el huracán, y ni la incomprensión ni la estupidez ni la envidia de los hombres lograron abatirlo.
En la lucha, era capitán de tempestades, que se humiilaban bajo su ademán y su palabra. En su remanso de paz era un soñador henchido de amor por la humanidad que no pudo o no quiso comprenderlo. Qué grave pecado es amar a los hombres!
El purgó su culpa.
Su obra de sembrador y de eterno poeta perdurará, porque está hecha de sufrimienу de belleza y de sabiduría.
Su cuerpo, tan sensible, tan inmaterial, tan sólo espíritu, se nos fue; su pensamiento, su obra, quedó para siempre entre nosotros. El grano seguirá germinando en el erial!
Era un sábado.
Había en el patio más sillas que de costumbre, signo cierto de que estaríamos en número mayor escuchando al maestro. En efecto, llegaron veinte alumnas normalistas.
Don Alberto mandó repartir caramelos de unos grandes y de un sabor especial, como he.
chos para gozarlos con gusto duplicado.
Los ojos vivísimos de don Alberto sondea.
ban todos los semblantes, sin detenerse muchos segundos en ninguno.
Empezó él a conversar; nosotros a oír.
El silencio era absoluto.
Quise hablar, pero me di cuenta de que no podía separar las mandibulas. El duice me las habia preso.
Don Alberto desmadejó pensamientos, analizó situaciones, trazó caminos. Nadie lo inteTrumpía. las seis nos retiramos de la casita del co.
nacaste. Les narré a los amigos el chasco del caramelo, y rieron todos, porque a todos les había sucedido lo mismo.
Jamás le preguntamos al viejo si aquéllos eran caramelos de silencio. hechos con premeditada intención. o si la casualidad los llevó así a nuestra boca.
Me hago la ilusión de que fué don Alberto el creador de esa fórmula dulce que amarra lenguas preguntonas y permite a los grandes hablar de cosas eternas.
to de amor, Nos leia mucho y nos obligada a leer. Jamás vimos con él entero un libro. Nos daba a saborear la fruta celeste (prosa o verso) y cuando la gustábamos con más delicia, él nos daba otro libro, y así fuimos gozando a retazos las páginas seleccionadas por el maestro.
Sabía don Alberto hacer amar de tal modo FRANCISCO LUARCA JULIO ENRIQUE AVILA San José, Costa Rica, 28 Nov. 1940.