Violence

REPERTORIO AMERICANO 181 De la sangre y sus andanzas Por Víctor LORZ (En el Rep. Amer. improba. todo lo largo y ancho de la edad media, dioses y diosas traviesos y enredadores, habían alborotado la sangre de cristianos, moros y judíos. Contra esos diosecillos omnipotentes, nada pueden la excomunión ni el fuego eterno. Sentados a la puerta de la Vida dictando sus leyes, se ríen de los estorbos amontonados en su camino para impedirles el tránsito. Sin más que acelerar un poco la sangre en las venas, hacen saltar leyes, vallas y prejuicios raciales y religiosos. Cuando la mujer fué declarada peccatum, entonces el reino de los cielos empezó a padecer violencia. Brujos sagrados inventaban fórmulas y cocían en sus hornillas yerbas mágicas para calmar las calenturas mozas. Cómo se reían mis diosecillos, cuando los brujos negros en cuclillas ante la hornilla, soplaban afanosos y adobaban con sal y latín sus filtros calmantes. Con añadir dos grados de calor a la sangre, desembrujaban el filtro. vaya usted a taparle las puertas a la Vida con unas hojas de lechuga! Con frecuencia, los ojos negros y aterciopelados de las hembras judías, hicieron temblar a más de un santo. Hoy, ni la mujer es ya pecado, ni el rei.
no de los cielos padece violencia, ni hay que imitar al bravo Orígenes para alcanzarlo. Los brujos han quemado sus fórmulas anafrodisiacas, y sus hornillas se adorian con telaraña. MONUMENTO AL PRUDENTE SILENCIO KYR. Refranes inactuales: Al buen callar llaman Sancho.
En boca cerrada no entra mosca.
Por la boca muere el pez.
La palabra es plata y el silencio es de oro.
Ver, oir y callar.
Coma y callese.
Etc. etc. etc.
Como las indias del Perú se pasan las horas buscándose los piojos, los españoles se pasaron tres siglos buscándose el judio. Este animalejo que llevaban en la sangre, parece que les picaba más que la sarda y los gonococos: dos glorias que les reventaron a flor de piel cuando les faltó el baño (cuando el baño fué un pecado) y cuando ayudados en tusiastamente por las indias americanas, inventaron a dúo una raza para adornar este hemisferio. Por lo menos, no se habla mucho en las crónicas de que perdieran el tiempo buscándose los microbios físicos. En casos de apuro, el cañón de un arcabuz, puesto al rojo blanco, hacía heróicamente en sus carnes una cura de caballo. Pero el microbio judío, éste si les preocupaba hasta quitarles el sueño. Esto ocurrió desde últimos del siglo XV, y nunca antes. Durante mil años, sacerdotes, ulemas y rabinos discutierch libremente sobre teologia y filosofía panteista en las escuelas, sin que ningún corchete de los dominicos les tomara el olor, mientras mozos con bautismo y mozas sin bautizar pelaban libremente la pava para los efectos consiguientes. la sombra de la catedral se alzaron la sinagoga y la mezquita, sin que les estorbara el credo religioso ni los microbios raciales. Cristianos, árabes y judíos convivierci secular y ejemplarmente en España, sin que aquella fraternidad humana y religiosa fuera perturbada por la intolerancia católica que vino después, y que nos hizo lo que todavía somos: inciviles, cerriles y crueles, y más papistas que el papa. Lo que sucedió al advenimiento de la edad moderna y durante la monarquía austriaca. Todo cristiano que se estimaba, se vió obligado a hurgar pergaminos para aclarar su ascendencia, siquiera hasta la segunda generación, Los sabuesos del Santo Oficio husmeaban el faetor judaicus desde muy lejos; y el propietario nunca estaba seguro de que no le quemarían un día el mal olor que salía fuera, junto con el alma inmortal que le rebullía hipocondrios adentro. Feliz Juan Español cuando lograba montar decorosamente el árbol genealógico de la limpieza de sangre, paTa ostentar la chapa de cristiano viejo. Es lo que se llamaba el estatuto de la sangre. La puerta grande para entrar en la iglesia y en palacio. Caramba! y sobre todo para tener el alma segura dentro de su almario. Pero la tarea de los dominicos, con ser tremenda, era Es sabido que los españoles llaman judías a cierta clase de frijoles blancos que, rara vez faltan en su condumio diario. Lo que está por averiguar es: por cuál razón de la sinrazón, o del subconsciente, o por cuál hilo oculto de ideas afines, se habrá llamado así a aquellas leguminosas inocentes. Tampoco dicen las cró.
nicas, si, a partir del siglo XV dejaron de figurar las judias en los menús cristianos, para no alarmar el olfato de los inquisidores. No se torturó atrozmente en 1568 a Elvira del Campo por mudarse de camisa los sábados. Ni su juventud ni su belleza la salvaron.
Aquellos tremendos dominicos que daban gloria a Dios quemando herejes al son de gran.
des misereres en fa mayor, no se desviaban de su camino ni ante una muchacha en flor, si ella había cometido el crimen de mudarse la camisa los sábados. No es el sábado el día de los judíos. Qué más pruebas son menester. no es que los judíos se mudaran de camisa los sá.
bados, ni quizá ningún otro día, pues son harto sucios para hacerlo. Pero el sábado, como un símbolo, fué fatal para la muchacha.
Antes de los reyes llamados católicos, no había estatutos de limpieza. Cualquier dominicano se hubiera comido un plato de moras o de judias, a la vera de un camino, sin que se le hubieran alarmado los escrúpulos ni los glóbulos de la sangre. Pero, una vez creado el tabú, hubo de renunciar a todas las moras, fueran verdes o maduras; y a todas las judías, en sazón o sin sazonar. Porque, también los glóbulos moros compartieron con los glóbulos judíos, el peccatum, que había que evitar. Cuando Felipe III expulsa a los moriscos, lo hace porque Nuestro Señor se halla muy ofendido con esa gente. Felipe y Nuestro Señor debían estar en relaciones muy cordiales cuando así se comunicaban los secretos más intimos. Tenemos pues que, así como la iglesia había creado el delito religioso o intelectual, el siglo XV creó ese embeleco que se llamó estatuto de limpieza, o pecado de la sangre. La prueba apenas podía alcanzar a un par de generaciones. Qué walor probatorio tendría cuando el revoltillo de las sangres venía desde tan atrás?
El diablo había jugado largo a revolver la sangre de mozos y mozas de las tres religiones, y, a la altura del Renacimiento era difícil desenredarlas. Sólo el fuego inquisitorial podía purificarlo todo por el método de reducción a la nada.
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tica del XVI, apenas concebimos hoy aquella barbaridad del estatuto de la sangre. Si ella puede tolerarse como la desembocadura fatal de diez siglos de tinieblas, no tendría perdón en una época de plenitud filosófica. Por ejemplo: en la nuestra. Mas, por lo visto, también las barbaridades echan crías.
Uno de los pueblos que más se burlaron de nuestro fanatismo religioso y nacionalista, ha copiado nuestros métodos de depuración y nos ha hecho buenos en punto de barbarie. La leyenda de nuestra crueldad no es ciertamente obra de la calumnia extranjera, sino obra nues.
tra, de nuestro fanatismo bárbaro e incivil. En la historia, único; y en el tiempo, eterno; pues