314 REPERTORIO AMERICANO Dr. GARCIA CARRILLO Lo eterno, hecho de belleza y novedad; lo indestructible de su obra innovadora aguijoneada por la necesidad, era escrito, pues, cuando hallándose en puré, como dicen en el barrio bohemio de Paris, el poeta se encerraba en plan de cenobita, para lo cual sentía una vocación muy decidida durante las abstinencias interrumpidas no bien lograba ponerle la mano encima a una cuantos pesos, francos o pesetas.
ELECTROCARDIOGRAMAS METABOLISMO BA SAL CORAZÓN APARATO CIRCULATORIO 0Consultorio: 100 varas al Oeste de la Botica Francesa TELÉFONOS: 4328 y 3754 un Tenía doce o trece años cuando lo conocí, y demás está decir que me causaba una curiosidad que seguramente era el fantasma literario que empezaba a entrarseme al cuerpo.
Sonaba ya orientalmente el nombre del poeta exótico y luego apareció u. librito, costeado por Pedro Balmaceda: Abrojos, mezcla de Bécquer, Heine y un poquito de Campoamor, en que, evidentemente, hay más de una sacta que habrían suscrito muy complacidos el ruiseñor sevillano o el que hizo su nido en la peluca de Voltaire.
Poco después, Darío absorbio con indecible fruición los pesos, casi a la par, con que e Certamen Varela premió en hora oportunisima para su autor el Canto a las Glºrias de Chile, que años después tuve la gratísima sorpresa de ver encaramado en los anaqueles de la calle de Alcalá, tronío de la vida madrileña anterior al Apocalipsis de estos momentos tremendos.
Como de costumbre, volaron en un santiamén los pesos gordos del Certamen, y Darío continuó con la corbata apretada por las penurias y prendida por sus angustias sin fin. para mayor desolación, se habían dispersado, siguiendo diversas trayectorias, los amigos de La Epoca, que había ilustrado sus páginas con firmas mundiales y el poeta fue a dar a una pensión de patio con naranjo, jaulas, quiltros y una patrona inflexible con los remisos en materia de abonos mensuales. Extendió sobre los ladrillos cuadrados unos ejemplares, como sábanas, de El Ferrocarril; tendió encima un colchón con más relleno de papeles que lana auténtica y colgó en un clavo de gancho el levitón pieza de resistencia de su indumentaria de cuatro estaciones, el levitón y su soinbrero de ocho luces en que esta vez se reflejó la de la vela colocada en una botella vacía.
No estoy seguro, aun cuando vi aquel ouartucho con estos ojos que se ha de comer la tierra, que hubicra mesa y sillas.
El poeta saturniano se tendió en su lechomás de abrojos que de rosas. juntó sobre sus bigotes chinescos su manos de marqués. conio decia modestamente; cerró los ojos, lo que no le costaba mucho, y comenzó a evocar a la reina Mab. Plea imaginación, pleno estado subconsciente.
Parecía un sonámbulo siempre lo fué; el Azul. empezó a llenar fastuosamente el tabuco de cuarta cuadra, y si Cervantes no comió cuando terminó el Quijote, Darío, a su vez y distancias guardadas, cenaba tarde mal nunca en los días y las noches ultra bohemias en que pergeñó el librito augural que iba ser la Biblia estética de la transformación literaria que empezara con él. Sin las princesas, los faunos, los caramillos y los clavicordies del empalagoso período versallesco, el Azul.
y los Cantºs de Vida y de Esperanza son lo más perpetuamente hermoso dejado por el poeta de la pieza con las vigas al aire, el papel hecho jirones y los ladrillos cuadrados en que correteaban las cucarachas, como en los cuentos de Andersen.
mago de la transformación que empieza con el Azul.
Ese libro fue la revolución literaria, una revolucića impregnada de influencias francesas; pero respetuosa del rico instrumento idiomático a que frecuentemente le achacan un supuesto pauperismo léxico los que no lo conocen o no saben manejarlo. En efecto, el innovador de 1888 no dislocó ni atropelló el idioma al transformar la poesía española, remozando sus ritmos y acercándose a Góngora, el desconcertante racionero de una iglesia cordobesa que al reaparecer, permite creer, como dice Cruz Ocampo, que la sensibilidad sigue hoy los mismos caminos de la antigua.
Al entreabrir la puerta gruñidora tras la cual Darío soñaba su Azul. se habría podido pensar que se trataba de un hombre derribado por la vida. No era así: la realidad hosca fría era una cosa y otra su espíritu, mezcla de volubilidad y de fuerza, de desfallecimientos y nuevos ímpetus. El poeta empieza donde acaba el hombre.
Emperrado e indiferente ante su vía crucis, era frecuente que se quedara mirando en el vacío, como a la espera de sus frases maravi.
llosas y siempre musicales, aunque prescindiera de la rima.
Sonaba un organillo callejero, tartamudeando una melodía verdiana, y sonreía volviendo a la agria realidad. Se abría la puerta que dejaba ver el naranjo nupcial de los patios andaluces, y aparecía una merienda digna de la cárcel sevillana en que entonaron juntos la Salve crepuscular, rezada en coro por los pre.
sos, Miguel de Cervantes, y Mateo Alemán, es decir, Don Quijote y Guzmán de Alfarache.
Algunos meses después de su posada natalionesca, Darío se trasladó al Puerto y apare.
ció entre las grúas, los fardos y los braceros del malecón. Le habían dado un empleo para matar el hambre pesador de Aduanas o algo así lo que, afortunadamente, sirvió para que escribiera un cuento a la manera realista cogido en las faenas de la carga de los lanchones con un friso de gaviotas en la borda y unos brochazos de azarcón en la panza.
Quiso redactar en un diario porteño, y le dijeron que, desgraciadamente, escribía demasiado bien para Valparaíso. Tiempos en gris mayor, debe haber pensado Darío.
Se paseaba cogido de la aorta por una gustia indecible y no se hartaba de mirar el mar, negro y a batacazos con los malecones, en invierno. Se agravaban su hiperemotividad, sus obsesiones, sus estados de ansiedad angustiosa.
El poeta en camino de ser un hombre universal, por más que no fue un creador sino un inaovador, era protegido a la sazón por el doctor Galleguillos, y cuando el día tendía un reguero esterlino sobre el mar de tarde, Dario se echaba cerro arriba, con el ánimo en un hilo, las manos frías, el estómago vacío.
Quería irse; se hizo una suscrición modes.
tísima, se obtuvo un pasaje de gorra y un día cualquiera se supo que se había marchado con un equipaje de principe azul metido en cajón de vino Panquehue. Iba lleno de recuerdos, fugazmente amables o brutalmente perros.
En cambio, nos dejaba dos hechos gloriosos que nunca sabremos agradecer lo bastante: el Canto Epico y Azul. como a quien se muda Dios lo ayuda, lo protegió un Presidente poeta, estadista escritor y teólogo, el señor Núñez, colombiano eminente; visitó de refilón la España pesimista y abúlica de la Regencia en que aún se entonaban los períodos barrocos de Castelar; los poemas de atuendo romántico de Núñez de Arce y las Doloras con encantos e ingenuidades de aldea de Campoamor.
Castelar le dijo unas frases con pompa de carro alegórico; doña Emilia Pardo, aún guapa, le dedicó un retrato de condesa, que era de lo que menos tenía; don Benito Pérez Galdós le obsequió su novelas realistas y sus Episodios Nacionales, inspirados, como técnica, en los de Erckmann Chatrian, y don Juan Varela le reiteró el tonificarte espaldarazo que le había anticipado en La Nación de Buenos Aires.
Siguió luego a visar facturas consulares en Santa María del Buen Aire, como dicen la lejana fundación española y Rodríguez Larreta. Ahi tuvo su peña y su revista y no tardó en ser el sacerdote magno de la renovación literaria a que se apresuró a ingresar con sus Montañas del Oro, un mocetón con anteojos, bigcte recio y renegrido y unos ímpetus de pampero: aludo al pobre Lugones que no hace mucho dejó una frase desgarradora, puntuada por un tiro de suicida.
Cordillera de por medio, Darío disparó para este lado de la montaña una frase amarga: pero no injusta, porque entre nosotros fue un incomprendido: veces me figuro que he tenido un mal sueño al pensar en mi permanencia en ese hermoso país. Eso si que a Chile le agradezco, una inmensa cosa: la iniciación en la lucha por la vida decían esa frase y esa carta.
Años después volví a encontrarlo en el ancho teatro del mundo. Madrid en este caso, donde llegué por primera vez con un capital de treinta años y un nombramiento de seguodo secretario de Legación. Era todavía el Madrid galdosiano con sus Calatravas campaneando tarde y mañana, con las novelas cromáticas de Blasco Ibáñez y con un rey con una corona más grande que él en su cabeza austriaca y borbónica.
En la Castellana y Recolectos llameaba un cartel escrito con sangre de toro anunciando La Horda, y en el Alto Aragón voceaba Jcaquín Costa, el león de Graus, la necesidad de una política quirúrgica y la urgencia de echarle doble llave a los huesos de! Cid y del Paladín de la Quimera.
La madre España, hoy en sangre de alumbramiento, acababa de perder su últimas colonias; se le había escapado un hemisferio ertre las manos de tanto Austria y de tanto Borbón, a an. Llega el momento de preguntar quién, por dado a la quiromancia que hubiere sido, habría predicho en el huésped de la pensión con sopa boba como la de la puerta de convento, al