AnarchismIndividualismLiberalism

306 REPERTORIO AMERICANO CARLOS MANUEL FERNANDEZ Cirujano Dentista SAN JOSE, COSTA RICA APARTADO 1252 TELEFONOS: 2552 Oficina 4201 Habitación Marcada inclinación prestaba a la exactitud de la observación o la lectura, de que dista y pureza del lenguaje, al efecto se esmeraba mucho también la reproducción en bronce, por en poseerlo a perfección, apartándose del re el indispensable exceso de sobreceja. El brillo buscamiento que a menudo oscurece las ideas, de su mirada denunciaba un órgano visual acuya nítida definición perseguía a través de coplado a la actividad intelectual al perenlos libros: la lectura en idiomas extraños, que ne ejercicio a que lo sometía.
practicaba tanto, tiene la virtud de extremar Sin acudir a otros aspectos de la personala atención y depurar el sentido de cada palidad de don Cleto, digo, pues, que todo barlabra o término; tanto más para quienes po beño que abra un libro en esa biblioteca, deseen base de lenguas muertas que fueron otrobe estar cierto de que el más sobresaliente de ra de estudio obligatorio en nuestros institutos. todos sus conterráneos, encarnó al lector diesSus características mentales y hábitos de tro y por lo mismo de mayor y más genuino trabajo, los reflejaba la forma de cúpula de provecho propio y comunal; y ¿por qué no su cabeza, mucho más firme y airosa que la han de sentir todos y cada cual el estímulo de achatada semiesfera con que el busto inaunivelarse con él? Las condiciones del estudiangurado en el mismo lugar le hace aparecer, te son hoy infinitamente superiores a las de dicho sin agravio para el notable esculto, ayer; y al nacido en el mismo sitio ¿por qué se quien apenas le conocía.
le negarían, si trabaja con fe, las dotes lidades eminentes del que preside en espírilu Asimismo se reflejaba en sus ojos de vivo esa Sala?
negror, de cuencas sombreadas por la alta FABIO BAUDRIT frente perpendicular, como al atisbo perpetuo San José, Costa Rica, octubre de 1941.
усиаEl fin del individualismo La tragedia de la granja de Basingstoke (De El Tiempo, Bogotá, 11 IX 40)
Aquel individualismo del siglo XIX acaba de fenecer. Hace unas pocas semanas ocurrió un hecho que simboliza su postrer estertor. Se acabó aquel clásico individualismo que convertia cada hogar en una inviolable fortaleza Mi casa es mi castillo y en cada hombre aislado contemplaba un baluarte de la libertad El individuo contra el Estado. Caducaron esas fórmulas. Ha llegado a su fin el antiguo individualismo. Si, hace un siglo fascinaba la palabra individual. Derechos individuales. libertades individuales. hoy no tiene prestigio una voz si no lleva el adjetivo social. El individualismo terminó y, después de haber dado la vuelta al mundo, llegada su última hora, retorna, para morir, al mismo solar ilustre en que se meció su cuna: la vieja Inglaterra.
La tragedia ha ocurrido en una granja, llena de añosos árboles y silvestres matorrales, proxima a Basingstoke, en el Hampshire. Allí vivía un solitario huraño, el anciano Raymond Varden, recluido en su casa, separado del mundo, en el pleno goce de su señera individualidad.
Mas el Estado, en estas horas de prueba, en estos tiempos de guerra implacable, no puede tolerar individuales caprichos. La ley respeta allí el derecho de propiedad pero exige ahora al propietario que cultive su tierra totalmente para que llegue al máximo de producción. En momentos de apuro, ante la amenaza del bloqueo alemán, dejar inculto un pedazo de suelo fértil equivale a restarle el alimento al pueblo británico que puede sufrir hambre este invierno.
La ley es justa; en este caso, al Estado le sobra razón. Sin embargo, el viejo granjero Raymond Warden encarnaba con tozuda energia el último aliento de la tradición individualista. Se negó a cultivar su tierra. La finca era suya, él era un hombre libre, y si le placia no cultivarla, wadie podía presionar su albedrío, ni podía nadie entrometerse en su vida privada.
Surgió, pues, el conflicto entre la voluntad del individuo y el interés de la comunidad. La autoridad intervino; llegó el constable. el solitario resistió, atrancó la puerta y, dispatando su fusil sobre el funcionario público, lo dejó malherido. Entonces Raymond Warden se encerró en su vivienda convirtiéndola en una fortaleza; púsose la máscara contra los gases y, durante todo un día, rifle en mano, combatió contra guardias, policías y bomberos, se enfrentó con todas las fuerzas de la sociedad, hasta que cayó muerto con una bala en la cabeza.
Cuando esa bala le atravesó la sien, recibió el arcaico individualismo su golpe de gracia.
La tragedia del pobre viejo fanático es el punto final de un capítulo de la historia política.
Nadie ya, ni aun en la patria del liberalismo individualista, será dueño de hacer de su heTedad lo que le venga en gana. Pero, a cambio de esto, la colectividad, la nación, no catecerá de alimento en los meses próximos.
El suceso de Basingstoke parece un apólogo. Es notorio que, en general, el mundo va hacia una mayor organización de la vida material y económica. En ese terreno, se va restringiendo cada vez más el campo a los antojos individuales esta organización de la vida práctica no sólo será nacional dentro de cada país, sino que alcanzará un ámbito internacional. Se hace necesaria, más cada día, para el bien común, una amplia ordenación en ese mecanismo, cada vez más complejo y delicado, de la producción, la distribución y el consumo de los bienes materiales; en la actividad técnica e industrial; en la división del trabajo y especialización de funciones; en las redes de correos, telégrafos, teléfonos, ferrocarriles y líneas de aviación; en todo el desarrollo económico de la humanidad.
Verdad es que la humanidad, la vida humana, tiene dos aspectos. El uno es economía; el otro es espíritu. El uno es más bien exterior; el otro, interno. En el uno se fabrica; en el otro se crea. En el uno importan las cosas, las realidades; en el otro interesan las personas, el hombre mismo. En el uno rigen los precios; deciden en el otro los puros valores. El primero sería el campo de la civilización; el segundo, el de la cultura.
Pues bien: admitida esa división, hay que reconocer que el mundo de la civilización es eminentemente social, debe serlo, y lo será más cada día. Por el contrario, el mundo de la cultura es, en última instancia, individual, por que consiste en el desarrollo interior de la propia personalidad.
El mundo de la economía, hoy más que nunca, necesita una ordenación de conjunto, una subordinación de los intereses particulares al interés general. Necesita verse dirigido, regulado, para lograr, hasta donde ello es posible, el bienestar de todos, porque el fin de la civilización es el bienestar. No desaparecerán mañana, sin duda, la iniciativa individual, ni el provecho individual, pero habrán de supeditarse a las conveniencias superiores de la sociedad.
Ese mundo de la economía ha de organizarse, porque ya hoy, con el admirable desarrollo de la maquinaria y de los medios de comunicación, no podría subsistir en estado anárquico. anárquico sería que un solitario obstinado dejase baldía la tierra mientras sus compatriotas se murieran de hambre. Anárquico es que en unas comarcas del planeta se queme el trigo para que su precio no baje, mientras en otras se sufre por falta de pai; o que haya territorios casi despoblados y en otros se congestione la población; o que se inventen máquinas prodigiosas con qué obtener los objetos necesarios, las cosas útiles o bellas o agradables para la vida, y que luego estas mismas máquinas sean arbitrariamente paralizadas a fin de que sus productos no se abaraten con su abundancia en los mercados.
La vida económica, la civilización, reclaman ordenamiento, organización social, pues ahí la aparente libertad es anarquía, ya que en el campo de los bienes materiales no rige el principio de la libertad sino el de la necesidad.
En cambio, el principio de la libertad ilumina el mundo del espíritu, el de la cultura, el de la ciencia, el arte, la poesía, el pensamier. to filosófico. Ahí, el individualismo creador es necesario. Y, a la vez que una organización el la esfera económica, hay que prever y esperar, para mañana, un renacimiento de la libertad en la esfera espiritual. De poco valdría una vida práctica mejor organizada si en ella se sintiera el hombre más libre para pensar, para hablar, para escribir, para expresar las ideas y los anhelos de su alma.
Este viejo granjero, insolidario, antisocial, que muere en el terco empeño de cerrar su heredad a las exigencias del bien público, es un último representante del pasado. Mas los que hoy en el mundo caen por defender la libertad del espíritu son, por el contrario, precursores del porvenir.
LUIS DE ZULUETA.
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