Anti-naziTotalitarism

REPERTORIO AMERICANO 377 Una charla de Nasute Pedernera La fuga del loro GRRGHRMM METRR (De La Nación. Bs. Aires, 20, octubre. 1940)
La puerta abierta NGRR PRM PARA Ka. Qué se va a ir!
Don Eremita, que estaba en la semana de no llevarla la contraria (las dos últimas semanas del mes) murmuró como en un velorio. Claro que se va a ir. Si no se ha ido ya. lo cual mi tía repuso en tono desgarrado. Sí! Seguro que se ha ido. No ven qué silencio hay arriba. Antes de que, como los personajes de Ibsen, pudiéramos oír el silencio, la sirvienta, responsable del desastre, rompió en ruidosos sollozos, punteados por disculpas. Su planto era tan estruendoso que habría cubierto la voz del loro más chillón.
Yo aguardé una pausa e insinué. No le parece, tía, que sería mejor ir a ver si está el loro. La interrogada me miró con asombro, y con un dejó desdeñoso escepticismo replicó. Anda. si te parece.
Ibamos a sentarnos a la mesa en la casa de mi tía se mantiene la costumbre colonial de comer a la oración, cuando la sirvienta, en vez de los fiambres, trajo la noticia de que el loro se había soltado de su alcándara y estaba en el patinillo antecedente a la azotea.
Mi tía dió un chillido, al que hizo eco el loro con otro semejante, desde la parte alta de la casa; y con ese instinto profético suyo para avizorar las desgracias, exclamo. De seguro que han dejado abierta la puerta de la azotea. Ya sabía yo que esto iba a pasar el mejor día. resignada a no resignarse, actitud de políticos y de mujeres, empezó a recriminar a la sirvienta. Yo le dejé borbotear unos reproches, y aprovechando el primer aliento que tomó, tomé alientos y dije. Me parece, tía, que lo mejor sería cerrar la puerta de la azotea antes de que se fugue el loro.
La hermana carnal de mi madre me miró con los ojos de un ministro al que se le sugiere un medio de evitar una interpelación, y comentó, dirigiéndose a su silencioso marido. Este muchacho es el único que tiene sentido común en la familia.
Don Eremita asintió con la cabeza primero y luego con la palabra. Tiene algo más: tiene talento.
La sirvienta, que estaba a punto de enjugarse las lágrimas con el delantal, sonrió por la afirmativa y me miró con admiración. los tres se quedaron contemplándome, olvidados ya del loro. Lo mismo pasa con los discursos de los políticos durante una guerra; la elocuencia hace descuidar el peligro. Desde la próxima e invisible altura, esos espectadores entusiastas que lanzan en el paraíso un bravo a destiempo, el loro asoció a la apoteosis de mi talento con un graznido de grajo.
Vuelta a la realidad, mi tía respondió otro chillido y, desplomándose en un sillón, pronostico: La hamaca desfondada No tuve más remedio que largarme a la azotea, no obstante que mi pensamiento había sido el que mandaran a la sirvienta, que era la única que estaba en relaciones intimas con el loro. Pero y esto lo iba pensando mientras subía la escalera tales comisiones son casi siempre encargadas a los que razcian con frialdad durante una crisis. Tener razón cuando los demás la han perdida, es algo muy peligroso en los regímenes parlamentarios.
En loro no se había fugado, ni pensaba.
Despreciando la libertad, había retornado a su alcaudara y se aprestaba a dormir, pero mi presencia lo despabiló. Yo no era personaje de su devoción, por lo cual, sacrificando su reposo, chairó el pico y se estiró amenazante.
Yo no acepté el desafío, sino que, muy modosamente, como si fuese a otra cosa, traté de ganar el lado de la puerta; pero Pedrito, celoso defensor de una libertad que hasta ēse momento había desdeñado, me ganó, no de macomo se no, sino de ala, porque en dos poderosos aletazos se plantó en la azotea, a cielo abierto.
Otro sobrino menos honrado habría bajado anunciando que el loro había resuelto dormir al aire libre esa noche, pero yo me sentía obligado moralmente a capturarlo. Entré en el cuarto de la sirvienta, al que le llamaban El Palomar. y allegándome a su lecho, hice lo que un senador independiente, sordo a todo consejo: tiré de la manta. Así armado como un reciario, sali a la arena. El loro aguardaba el ataque posado en el respaldo de una silla hamaca que desde hace años tiene el asiento desfondado. Yo me detuve un instante porque se me ocurrió de pronto que esa hamaca era la imagen de casi todos los ministros de Hacienda provinciales, porque la hamaca va y viene y siempre está sin fondos. Después de esa reflexión, volví mis pensamientos al loro. Me fui acercando cautelosamente hasta estar a un metro de él, pero cuando iba a echarle la manta sobre la cabeza para atraparlo (la manera de reducir un loro rebelde es la misma de sofocar los incendios. cuando estaba a punto de sumirlo en las tinieblas como a un escándalo administrativo, Pedrito se voló.
Un chillido salvaje, unos cuantos aletazos enérgicos, y la silueta del hermoso animal se fué desvaneciendo en el azul mortecino de la hora crepuscular.
Al verlo perderse en el cielo, no pude contener una interjección. Dije: Adiós mis pulgas.
El hombre con barba Ustedes se preguntarán por qué no solté una exclamación más rotunda, pero es que ustedes no han conocido a Mr. Shandow.
Mr. Shandow era propietario y director de un circo de pulgas amaestradas que jugaban al polo, bailaban el pericón con pañuelito y todo y sabían marchar en filas de a cuatro con sus jefes al frente. Marchaban un poquito a saltos, pero marchaban. Mr. Shandow las llevaba siempre consigo en una caja de fósforos, de la que sólo las sacaba para soltarlas sobre un perro muy gordo tan gordo que no podia rascarse que havia comprado a propósito.
Otros adiestradores de alma de pelícanosnutren con su propia sangre a sus amadas discipulas, pero Mr. Shandow sostenia pulgas prefieren los perros a los hombres. Muchas solteronas también prefieren los perros. Como era fumador, Mr. Shandow llevaba también consigo una caja de esos fósforos actuales que sirven para abarsarnos las yemas de los dedos, quemarnos la ropa y a veceshasta para enceader la pipa.
Nunca se equivocaba de caja, pero cierta vez que estábamos muy embebidos ante el mostrador del Boston Grill, un caballero ignoto le importuno para pedirle fuego. El propietari del circo echó mano al bolsillo, le alargó una caja y siguió conversando conmigo. Pero el caballero, volviéndole a tocar en el hombro, le dijo: Disculpe, su caja está vacía.
Mr. Shandow se dió vuelta, entonces, como con Los escritores deben ser antinazis Resolución del Congreso de Escritores de Tucumán (De Argentina Libre. Buenos Aires, 31 de julio de 1941. que las El Tercer Congreso Argentino de Escritores, reunido en la ciudad de Tucumán, benemérita en la historia de América, es decir, en la historia de las libertades humanas, declara: 10 La condena de los regímenes de fuerz, que este con res sanciona, oblig a los escritores a combatir por la libertad en que ra lica el hon de u función cial, la dignidad de su oficio y la hone tidad del magisterio que ejerce.
29 Su independencia mental y su sentimiento de miembros de la nacionalidad argentina les impone ese deber en rombre de sus ideales humanos y primordialmente en nombre su condición de argentinos.
30 La contienda ideológica se dirio actualmente en la guerra desencadenada en el mundo por el totalitarismo agresor y con.
quistador, y los escritores argentinos confían en la victoria de todos los pueblos que sirven con su belige ancia a la civilización y encarnan en su resistencia y en su heroísmo las aspiraciones de los hombres libres.
49 Esa victoria que la humanidad espera y que atestiguará pronto la milagrosa preponderancia del espíritu, que es la definitiva dimensión de la historia, será también el triunfo de los que viven en el mundo de las nobles profesiones de la inteligencia.