Elías Jiménez Rojas

REPERTORIO AMERICANO 45 Mi mujer y mi monte Diacio de un colono Por GEORGES VIDAL (Traslado del cuaderno de Georges Vidal: Ma Femme et ma Foret. Journal un Colon. Edition de la Revue litteraire des Primaires Les Humbles. Deuxiéme cahier de la quatorziéme série. Fevrier 1929. Paris. Germán y Germana Delatousche, fraternalmente.
cumplía de mañana los suyos de macho. se baja las enaguas y se duerme, apoyada muellemente la cabeza en el tronco cuadrado de cedro amargo. las dos y media o tres de la mañana, con la noche todavía oscura y el viento lúgubre, se levantará, reavivará el fuego amortiguado ajo las cenizas, molerá el maíz, a fin de que al rayar el alba halle al despertarme tortillas calientes y café humeante. (Georges Vidal, francés y poeta estimable. Llegó a Costa Rica en 1927. En la Botica de La Dolorosa con Elias Jiménez Rojas, trabajó algunos meses. Los primeros de su estada en Costa Rica, menos de un año, los pasó en la finca Far Away, el escenario de Mi mujer y mi monte. Finca situada en Mastatal, al sureste de Santiago de Puriscal, de la que dista unas nueve horas a caballo.
Si esta traducción ha salido bien, hemos incorporado al patrimonio literario costarricense una novela ejemplar. El traductor: dos; y Socorro se llamaba. Era una india cuyos ascendientes se habían cruzado con cholos. hete aquí que a los dieciocho años la pasión la había visitado a hurtadillas, una pasión ins.
pirada por la pipa Jacob que en la pared de mi rancho, pendía de un clavo.
Entiéndase, venía a verme una vez por se.
mana para lavarme la ropa. Y, lavada la ropa, se sentaba en la puerta y fumaba la pipa de arcilla blanca. Después, poco a poco, vino con más frecuencia, cada tres días, cada dos, diariamente. veces ponía algún pretexto: pedirine prestado maiz o café, pierna de venado que venderme, etc. Pero como este gasto cotidiano de imaginación la fatigaba, bien pronto no puso pretexto alguno.
Hablábamos poco. Mil cositas me apremiaban: componer un escabel, vigilar la cochura de los frijoles, picar la leña, cuidar el ternero, picarle al caballo la caña, desgranar ei maiz de las gallinas, poner a secarse las hojas de tabaco en el corredor, qué sé yo cuánto más. Por fin, al anochecer, Socorro se zafaba pa.
sando de un salto los troncos, no obstante los pies descalzos, y sin apartar la vista de la huella leve, en el camino de la serpiente coral de picaduras mortales. En la cumbre de la colina que desnivela la finca, volvía la cabeza y me saludaba una vez más con el grito gutural de los indios. Luego se hundía otra vez en las malezas, cogida por la noche. así fue como en un anochecer de invierno, ante la tempestad y el bosque umbrío, a Socorro le tocó ser mi esposa.
se hacían en la cocina los ha secado, acabó con las telarañas y quemó los avisperos que había en el cuarto. Limpió los troncos delgados que, amarrados con jucó, forman las paredes y tabiques. El fogón, amasijo en alto de barro y arena sostenidos por estacas fijas en el suelo, ya se iba a desplomar, pues el comején calladamente había venido a establecerse en los marcos protectores. Socorro arregló eso.
Aqui no acaba la cosa. Cuando vivía solo la lluvia diaia me cogía siempre sin leña seca. Era una batalla con el maldito fuego que consumía las caſas de maíz, hacía brasa un momento, alzaba una chispa, drepitaba, vacilaba y concluía por apagarse, dejándome negro como un carbonero y desembuchando maldiciones. Todo ha cambiado ahora. Cargas de leña se amontonan en el corredor. Todas las mañanas se va SocoTro a los potreros llenos de troncos secos de guayabo. Con el hacha los pica, con resoplidos de leñador, y los tiende al sol en un otero limpio. medio día, cuando la lluvia se viene, y las brumas rodean el oeste del bosque, recoge ligero Socorro su provisión que viene a engrosar las reservas del corredor. Al primer soplo arde el fuego, chispeante y claro. Plobres guayabos! Sus torcidas siluetas poblaban el año pasado tres cuartos de mi potrero. Los frutos cubrían el suelo. Al tragarse una guayaba una vaca se ahogó y, asustado, los derribé uno a uno. Tuve leña para veinte meses largos.
Algo más. Antes, al hacerme la comida, tenía que ir, saco al hombro, a arrancar yucas que yo mondaba maldiciente y que hervidas, me comía con sal y con un huevo frito. Ahora el ran.
cho está provisto de yucas. Limpio el arroz.
Los frijoles libres del moho. El maíz está escalonado en una camilla de troncos. Racimos de bananos y de plátanos poco a poco maduran bajo techo, y, delicia, una chicha interminable fermenta en dos calabazos. mi vez, yo fumo mi pipa tranquilamente.
Hoy, domingo, me ha advertido Socorro que iría a ver a sus padres y he comprendido que le placería que la acompañara.
Hace tiempo que conozco a su padre. Es uh indio devoto y meloso y que casi sabe leer, lo que lo hace insoportablemente vanidoso. No es menos cierto que lo rodea alguna consideración.
Es algo así como sacerdote, notario y médico.
Organiza las fiestas religiosas, juzga los tratos, y cura las mordeduras de serpientes. En este oficio sus cuidados no siempre son eficaces, pero él sabe explicar con arrogancia la cosa. Si el mordido se restablece, es gracias a sus cuidasi muere, pues Dios necesitaba a su lado una alma. En ambos casos todo es, por lo talato, para lo mejor y en ambos casos, los indios del vecindario se hartan durante tres días a costillas del moribundo. Qué más pedir. Se me olvidaba: también es abogado, Quizá no hable bien, muy bien, pero sabe hablar mucho. Dos palabras le salen y entran y vuelven a salir de la boca: la Honradez, señores, la Honnadez; y Dios, Dios, señores. Las babea. por la noche, arrastrándose en la maleza, viene a robarme mis tiquisques y mis papayas.
Tiene tres hijas. La mayor, cuyo marido murió después de terrible agonía, mordido de serpiente y curado por él. La segunda, de cuya educación amorosa yo me encargaba (crecen las ilusiones en la selva virgen como en el enlosado de París. La menor, que se acuesta a la orilla del sendero por un colón. 4 En verdad, para Socorro el amor se reducía al hecho preciso de quedar embalrazada, de mujer normal que fornica con hombre normal. La voluptuosidad en todo eso queda cuidadosamente aparte. Un gesto, un sencillo gesto que se realiza ligero en los palos rodines y juntos que hacen de cama. Ella se entreabre para que el macho pase, como lo hacen las hembras del bosque, sus hermanas. Hoy, la he besado largamente en la boca, lo ha soportado sin impacientarse, pero se ha vuelto para escupir. Sé que su cuerpo es magnifico, que los senos son firmes y sin defectos, sin embargo no he logrado verla desnuda. Ella no le concede al amor más que lo indispensable: las ancas y el sexo.
El indio come y duerme poco. Después de seis horas de trabajo en los desmontes, he aqui lo que come: un gallo de tortilla y frijoles.
demás, el indio considera el acto de comer tan indecente como el opuesto. Ignora la comida familiar. La vajilla del rancho se compone de una taza, un vaso, u otro utensilio que haga sus veces. La ración primero la recibe el padre, luego los hijos; y cada cual, se la lleva y va a tragársela detrás del rancho, o bien, si llueve, en un rincón del corredor. En cuanto a la mujer y a las hijas, tienen a mucha honra el que jamás se las vea en los trajines del comer. Mascan a brincos una tortilla o algunos frijoles, antes de que los hombres lleguen o cuando se han ido.
Desde que Socorro vive conmigo, jamás la he visto desayunarse. Pero como sabe que los machos. son ogros, me sirve con cuidado rancho abundante. Luego, al anochecer, cuinplidos sus deberes de hembra como Batauola Cuando llegamos a casa del padre de Socorro, estaban almorzando. Noté que tenía algo en la mano y que la ocultaba detrás de la espaida. Cerraba luego los ojos, mordia la cosa y la volvía a ocultar. Acercándome, vi que se trataba de la cabeza de un mono cariblanco.
Socorro me explicó: Es muy malo comer la cabeza del mono, pero mi padre es tan mal cazador y le gusta tanto la carne. Pues se la come sin volverla a ver.
Sorprendido, el indio botó lejos el cráneo casi humano y se secó las manos en la piel de su perro. Muequea hipócritas saludos, se de.
tiene en atenciones innumerables y acepta un puro que le ofrezco. Hablamos de la poda dei café, de las huellas de una danta que un cazador levantó en los linderos del bosque. Encomia a su hija y la educación que tiene, Has notado, e no es cierto. me dijo, que mi hija no se ventosea. Pues ha leído en alguna parte que la gente civilizada condena esta indecencia y quiere que yo no la ignore. Convengo en ello. Has notado, añade, que para escupir vuelve la cara? Sigo conviniendo. Una vez más me pregunto por qué diablos los indios escupen con esa regularidad y frecuencia desesperantes. Hombres, mujeres, niños, fumen o no, trabajen o dancen, todos escupen y vuelven a es.
cupir sin que se pueda conjeturar la causa.
Pero ha terminado la visita. Tiene ahora el rancho una alma. Se ha cambiado, aclarado, civilizado. Socorro ha compuesto el piso y le ha rellenado los huecos con una mezcla de barro y de ceniza. Los charcos que. En la novela así titulada (Batauola) del escritor negro René Maran. del Con este nombre también se designa en la América Española al europeo o al yanqui. Aun asiático jamás le dirían macho. del Cuyo precio nominal seria un cuarto de dólar. del