154 REPERTORIO AMERICANO vía separación; el éxtasis se desvanecía, uno estaba solo. Había un abrazo en la muerte.
Clarissa sentía esa tentación de comuni.
carse por la muerte. Así cuando Lady Bradshaw le explica por qué ella y su marido llegan retrasados al baile (un diente de Bradshaw, el pobre loco de Septimus, acaba de suicidarse) Clarissa se altera. Oh, en medio de mi fiesta la muerte! esa obsesión la persigue. Cuando oye sonar a Big Ben, el tañido le repite que un joven se ha matado: Pero ella no lo compadecía; con el reloj que daba la hora, una, dos, tres, no lo compadecía; con todo esto que está pasando. Con todo esto que está pasando deje Virginia, un día de verano, en Londres.
Virginia, muy delgada, de negro, sin polvos, sin rouge, sin alhajas: infinitamente bella.
impresa en su rostro la marca de todos sus sueños. La próxima vez que nos encontremos. Pero usted viene siempre por demasiado poco tiempo a Londres. La dejé en el momento en que trabajaba en su Roger. Fry. Es tan difícil escribir sobre un amigo muerto. Tan difícil. Siente uno tanto miedo de desagradarle, de traicionar sus deseos más intimos!
Por eso, yo hubiera querido ahora poder limitarme a escribir: Virginia Woolf.
a Porque yo también, buscando una frase, no hallé ninguna que pudiera ponerse junto a nombre.
su El inmaculado conocimiento quisieron) están ahí, en los estantes de mi bi versación. aquí estoy, sola, con sus libros.
blioteca, y en otras bibliotecas, en las librerías, Sola y lejos (quién sabe hasta cuándo) de ese traducidos a varios idiomas. Pero su rostre? cielo de Westminster en que su Clarisa DaLo que Virginia pensaba sobre el monólogo loway creía hallar algo de sí misma; cielo tan interior o sobre Kew Gardens, sobre Jane Aus agitado hoy, que usted me escribía: Por el ten o sobre el sonido de las campanas, sobre el momento, la casa está todavía ahí. Quizás esté perro de Elizabeth Browning o sobre las calles siempre ahí, intacta; pero destruida para mí.
de Londres, eso no lo hemos perdido. Puede Ya se sentiría usted harta de esas casas capriuno procurárselo por tres pesos. Es un verda chosas con las que no se puede contar. Que dero tesoro que está todavía y que estará al desaparecen de la noche a la mañana. Esas caalcance de todos. Siempre que tengan, que sas que, de pronto, ya no tienen vigas ni marida Victoria, tres pesos en el bolsillo. hu deros, poutres ni chevrons. como la de Cadet biera agregado ella maliciosamente, y siempre Roussel. La vida misma no ofrece garantías que no prefieran gastarlos en otra cosa. Lo más serias y es también una casa de Cadet que sería más natural. En todo caso no tene Roussel.
mos que preguntarnos, como Clarisa Dalloway, Aquí estoy, sola con sus libros.
conmovida por el suicidio de ese Septimus Aquí estoy frente a Clarissa Dalloway. Ella quien ni siquiera conocía: Este joven que se había tirado en otro tiempo un chelin en el ha matado ¿se hundió llevando su tesoro. Serpentine, mientras Septimus Warren Smith, Sabemos que ella nos ha dejado, del suyo, la el joven desconocido, se había tirado él misparte que estimaba más importante. Pero la mo; Clarissa sentía cierta envidia. El suicidio otra. Esa de que tan avara fué Virginia. de Septimus era para Clarissa una angustia. Ella. Ella misma. Dónde volverla a en Era para ella un castigo el ver desaparecer contrar. Pero ¿qué tienen que ver con eso los un hombre o una mujer en las tinieblas inexlectores? no querrá usted hacerme creer que ploradas y quedarse allí, de pie, en traje de se interesan por mi prsona en la América del baile.
Sur. Clarissa le horrorizaban asimismo personaPero ella, bajando por la escalera de su como Sir William Bradshaw, capaces de lo casa de Tavistock Square. Vea: he colgado que ella llamaba un ultraje indescriptible: forahí sus mariposas. Cada vez que paso las mi zar nuestra conciencia, forzar nuestra alma. Esro. ella, sentada a su mesa a la hora del ta clase de hombres bastaba para hacerle intoté. La sirvienta tiene chico enfermo: saram lerable la vida. They make life intolerable pión. Estoy sola; tendrá usted que disculpar. Qué habría sido de Mrs. Dalloway en un me si le doy un té muy deficiente. y todo momento como éste, en que los William Bradestaba delicioso. ella, señalándome las paredes shaw tratan de imponer su ley al mundo. Hude su cuarto. Son pinturas de Vanessa. biera sabido o podido conservar su sangre fría?
ella, fumando a mi lado, mientras los ruidos además, había para Clarissa el terror, de Londres llegaban amortiguados hasta noso la insoportable incapacidad de marchar seresotros. Hace tres días que están en ese flo namente hasta el fin con esa vida que nuestros rero, y mirelas: frescas todavía. Pero me opon padres nos han dado para que la llevemos cogo a que tire usted así su dinero. Hay que mo un fardo a veces emasiado pesado para guardar el dinero para la revista y los libros. nuestras fuerzas. Clarissa se decía a menudo ¿Sabe usted que nosotros vivimos de la Ho que si no hubiese visto a su marido, Richard, garth Press? Claro que me gusta mirar estas leyendo el Times, y ella no hubiese podido rosas, tenerlas en mi cuarto; a usted le consta. acurrucarse en la tibieza de esa presencia, no Pero me voy a enojar si sigue mandándome se habría salvado. Porque la muerte era las. intento de comunicarse; gentes que sentían la imposibilidad de alcanzar el centro que, misPor suerte, nunca le prometí, Virginia, de ticamente, las esquivaba; la intimidad se voljar de mandárselas. Porque al recoger las flores de un jardín que usted no conoció, y que la esperaba, es a usted a quien las envió hoy, AHORRAR aunque queden en mis floreros, sobre mis mesas de América.
es condición sine qua non de Mrs. Dalloway, acercándose a la ventana una vida disciplinada con los brazos llenos de alverjillas, miró afuera con su carita fruncida interrogativamente.
DISCIPLINA Así me observaría usted si desde el lugar en que se oculta pudiera todavía mirar las cosas es la más firme base del desde su puerta de Tavistock Square, buen érito curiosidad apasionada e impersonal, ese interrogar que quemaba como el hielo LA SECCION DE AHORROS y desconcertaba a quienes por primera vez se acercaban a usted. Su puerta de Tavistock DEL Square (la número 52) donde nos deteníamos para la postdata de mis visitas; donde en junio de 1939 nos despedimos para siempre, sin sospecharlo. me reprochaba usted ese día de haber ido acompañada por Gisele Freund, para que la fotografiara. Me lo escribió usted en seguida. No quería ver a nadie, ni que nadie (el más antiguo del país)
la fotografiara. yo le infligi ese disgusto Esas últimas horas que debíamos pasar junestá a la orden para que Ud.
tas, las malgasté en discusiones. pesar de mi alegría por haber obtenido las perfectas realice ese sano propósito: imágenes suyas que conservo, me pregunto si no las pagué demasiado caro. Pero yo no sabía.
AHORRAR Me parecía que era tan fácil encontrarla otra vez al cabo de seis meses y reanudar la conun. 51 cuarto que ocupo en la pensión Rodríguez es chiquito, interior, con ventana a un angosto patio en penumbra. Acomódome fácilmente con la falta de luz y con la severidad del menaje. cambio de tales descomodidades gozo de un inquebrantable silencio que vale por todas las molicies. Tengo una cama de hierro, una palangana en su tripode, dos sillas, una mesita y una anaquel. No necesito más. Como libros ajenos a mis estudios, aquí están el Quijote y un tomo de Tirso de Molina. En cuanto a extranjeros, disfruto del Sartor Resartus de Carlyle y del Zaratustra de Federico Nietzche. Hace cincuenta años, cuando yo estudiaba en Valencia, aprendi el francés en Baudelaire y el italiano en Leopardi. Pero mi natural es silencioso y un tanto huraño. La vida que llevo puede citarse cual dechado de sobriedad. Siempre he sido asi.
Tengo, no obstante, buenos amigos entre mis condiscípulos. La esquivez no rechaza la amistad. Los estudiantes de ahora están enterados de las cosas del espíritu, trabajan en las aulas y en la casa, procuran luego esparcirse. En los esparcimientos teatros, cinematógrafos, etcétera es en lo que yo no los acompaño. veces, algún camarada me pregunta que me parece tal cual película o tal o cual comedia, y yo me encojo de hombros. solas en mi cuartito de la pensión abro mi Zaratustra, como epilogo a las austeras meditaciones sobre el derecho. Hace un momento, abriendo el libro al azar, ha tropezado la vista con un título que decía: El inmaculado conocimiento. He dado un brinco. No materialmente, sino en espíritu. Porque eso es todo: conocer, comprender, compenetrarse con las cosas y con el universo. Conocer de un modo limpido, inmaculado. Azorín, artículo Los estudiantes, en La Prensa, Buenos Aires, 16 de febrero, 1941. como con esa con Banco Anglo Costarricense