DemocracyKidnapping

156 REPERTORIO AMERICANO Así andan las cosas. en El Salvador (Documentos. Envío de René Glower. México, México, enero de 1941. El Gral. Martinez habla sobre la Libertad, la Fraternidad, el Amor y la Democracia y elegirles libremente, haciendo uso del sufragio de acuerdo con las leyes que expresamente se lo garantizan. El salvadoreño, en fin, debería tener el derecho a decirle al general Martínez, frente a frente, sin valerse de la hoja anónima de la imprenta clandestina, ni del mimiógrafo cómplice: Usted, señor, no tiene por qué erigirse en el hombre providencial de la Nación para gobernarnos; usted, general, no es el hombre llamado a hablarnos de libertad, porque nos las ha matado todas; usted, general, está sobrando ya y debe abandonar el poder, antes de que una ola sangrienta venga y lo derroque a costa de muchas vidas. muchas cosas tienen derecho los salvadoreños en su propia nación, pero el general Martínez sabe muy bien que si esos derechos se ejercieran tan ampliamente como la ley los garantiza, su permanencia en el poder sería cosa de minutos.
El otro discurso, el pronunciado en la Asamblea de Alcaldes, registra este párrafo, que si no fuera porque es una daga que el mismo mandatario se ha dirigido a sí mismo, talvez ya habría sido esculpida en bronce y colocada en el Salón Azul de Asamblea Legislativa. Las armas com que la democracia debe luchar decididamente contra la dictadura, que es sinónimo de crueldad, son la paz, la fraternidad y la cultura. Debemos poner todo lo que sea necesario y esté de nuestra parte para lu.
char por el estado democrático americano, que no es otra cosa que la más fiel interpretación de la justicia universal, a lo que todo hombre consciente tiene derecho a aspirar.
Por lo visto, el pueblo salvadoreño es un pueblo de inconscientes y no tiene derecho a aspirar a que el estado democrático sea una realidad en su patria. Pobre, triste y desver turado pueblo. CARLOS JOSE QUINTANA AIX El general Maximiliano Hernández Martínez, Presidente vitalicio de El Salvador, pronunció on noviembre pasado dos discursos que lo perfilan como una mansa paloma portadora del legendario olivo de la paz. Uno de dichos discursos, que podía titularse Apología del Amor y de la Fraternidad, lo pronunció en la platica semanal que trasmite el llamado Partido Pro Patria que no es otra cosa que un grupo de asalariados y el otro en la Asamblea de Alcaldes de toda la República, reunida en la capital, y que podía titularse Apología de la Democracia En un estilo barroco, el amoroso como demócrata gobeniante, que suprimió la vida a veintidos mil campesinos y tiene en el ostracismo a más de tres mil ciudadanos, dice en el primero de los discursos mencionados: Pero no debemos buscar la lucha para dar la felicidad a los pueblos, porque los medios violentos engendran los odios profundos, grandes sufrimientos que forjan cadenas que siempre atan, ligando a los pueblos en eternos odios y venganzas, porque lo que ata el odio, de la misma manera se desata. Sólo los lazos del Amor perduran al través de los siglos, y los hombres debiéramos comprender esta única verdad para encaminar nuestros pasos por este único sendero que a través de los siglos brilla como única esperanza redentora de la humanidad.
Siete veces pronuncia en su pequeño discurso la palabra Amor el general Martínez. ES como si la palabra, subconscientemente, le estuviera haciendo cosquillas en la lengua, para indicarle, también de manera subconsciente, la clave única que existe para la estabilidad de las relaciones humanas. es así como entiendo que sin él sospecharlo va forjando, con palabras más o menos felices, su propia cadena, cuando expresa que Es más fácil esclavizar que libertar. porque con esa frase ha definido su política: ha esclavizado a su pueblo, porque no era capaz de gobernarle con libertades. renglón seguido expresa: Lo que más necesita el hombre es ser libre, libre para hacer el bien. Pero el general Martínez entiende que sólo se hace bien cuando se le adula, porque tan pronto como un audaz osa enfrentársele, o lo fusila, o lo arroja a las pocilgas más insalubres. Un poco más adelante, vuelve a repetir el general: El hombre debiera ser libre en su propia Nación. Es decir, que el gobernante que amordaza la prensa, expulsa a los intelectuales, a los maestros de escuela, y a los obreros; el que prohibe las reuniones y el libre tránsito, manteniendo para el efecto en eterno estado de sitio al país; el que restriage el derecho al sufragio, etc. resulta en este discurso convertido en apóstol de la libertad y de la tolerancia. Los salvadoreños realmente, deberían ser libres en su propia nación, deberían allá ejercer los derechos y las garantías que les conceden sus leyes; deberían, sobre todo, ejercer el derecho a decirle al general Martínez, cuando está pronunciando discursos como este que comentamos, que está mintiedo, que está falseando la historia, que está levantando ante su pueblo cátedra de hipocresía. El salvadoreño debería tener derecho a reunirse libremente, como en todo pais civilizado, para deliberar sobre los grandes problemas nacionales. El salvadoreño debería tener derecho a escoger a sus hombres de gobierno La varira mágica de los bribones lados y el techo de lámina, tan averiada y sucia, como ya no se usa ni en los mesones de arrabal. El piso es de tierra, prolongación del patio. Fácil es comprender, viviendo en el trópico, las temperaturas que allí se experimentan en los meses de febrero, marzo y abril. Permaneci en esas condiciones durante más de tres meses, hasta que el médico sin que yo lo solicitara y en vista de un grave ataque de apendicitis, provocado por las condiciones en que había permanecido dictaminó el traslado a otra habitación. Hasta hoy no he podido explicarme cuál fue el objeto de llevar a cabo mi captura en la forma que al principio dejo expuesta. No quiero creer que haya habido la deliberada intención de provocar un grave incidente por la forma brutal en que se efectuó; pero si da en qué pensar el hecho de no haberse empleado el método legal, decente, fácil y seguro, que consiste en que el Ministerio de la Guerra envía un ayudante al oficial en cuestión con la orden de presentarse inmediatamente a tal lugar y guardar arresto. Lo que sigue, la ley y el sentido común lo indican. En mi caso, si no cumplía al momento, me hacía reo de desobediencia, con las consecuencias que el Código Militar señala.
México, diciembre de 1940.
De un escrito presentado por el coronel José Ascensio Menéndez, ex Subsecretario de la Guerra del Gobierno de Martinez antes que este tratara de reelegirse, presentado a la Corte Suprema de Justicia, tomamos el siguiente aparte. Honorable Corte Suprema de Justicia: El día 12 de enero del corriente año, a las y 30 fui capturado en la ciudad de Santa Tecla. Viniendo con dirección a esta capital, se me hizo la señal de parar, la que atendi inmediatamente. En ese mismo instante, una camioneta fue atravesada frente a mi automóvil, el cual manejaba yo mismo. Al punto, diez o más individuos vestidos de paisanosin medir palabra se arrojaron sobre mí, obligándome a trasladarme a la camioneta. Este incalificable atropello tuvo todas las características de un secuestro, puesto que ningún distintivo de autoridad pude notar en los individuos que de manera tan brusca se apoderaron de mi persona. sólo me di cuenta que proce dían probablemente de orden superior. hasta que llegamos a la Policía Judicial, en donde se me despojo de todo lo que llevaba sobre mí, registrándoseme inclusive los zapatos. Acto ccatinuo fui lanzado y encerrado en una pocilga, donde permanecí incomunicado. La referida pocilga tiene dos metros y medio de ancho por tres de largo, forrada por los cuatro con ahora, creo del caso para la mejor comprensión de los hechos declarar mi apego, tal vez exagerado, a los principios y a las instituciones de la República. Hace veintinueve años en 1910 siendo subteniente del Ejército de alta en El Zapote. por haber declarado, otros compañeros, nuestra pena por la campaña reeleccionista que ciertos elementos hacían por el entonces Presidente General de División de Fernando Figueroa, fui trasladado de la guarnición de San Miguel, a Jocoro (departamento de Morazán) y de aquí a la frontera y postergado en mi ascenso. En 1918, siendo Mayor de Plaza en Santa Tecla, se habló de la reelección de don Carlos Meléndez.
Manifesté a éste mi decisión de retirarme del ejército. Me felicito, diciéndome que él no tenía intención de continuar en el Poder, y para demostrarme su confianza me dejó por algún tiempo de Comandante Departamental. En 1926,